miércoles, 3 de septiembre de 2014

Relatos salvajes, de Damián Szifrón





















Nuestro brillo se extingue,
somos como caballos que mueren potros sin galopar”.
Attaque 77, “Otras canciones”.

 
Relatos salvajes, tercer largometraje de Damián Szifrón es, junto con El estudiante, ópera prima de Santiago Mitre (2012), de lo mejor que ha dado el cine argentino en los últimos diez años. Más precisamente, luego de Nueve reinas (2000) y El aura (2005), ambas del difunto Fabián Bielinsky, sensible pérdida en el cine. Algo une al arte de Bielinsky, Szifrón y Mitre: un aura de vértigo, de amenaza constante retratada con esmero visual y ensamble del guion con la posición de la cámara en el oficio de narrar.

Seis relatos salvajes bajo los leitmotiv de la venganza, la paciencia y la furia. Un viaje en avión, la decisión de una cocinera, un conflicto desesperado en la ruta, el peso de la vil burocracia ante el individuo, las consecuencias de un accidente de tránsito, un casamiento.

En el film de Szifrón, la eternamente furiosa Buenos Aires se ve tan susceptible. La ciudad es un personaje relevante en la mayoría de estos relatos. De día: en su proximidad al vuelo de un avión, en las fachadas de los edificios y en las esquinas del laberinto de cemento (especialmente en el relato “Bombita” que protagoniza un brillante Ricardo Darín). De noche se aprecia su belleza cuando se ilumina artificialmente: las luces en el rostro de un ingeniero que mira la cajuela de su camioneta o cuando una novia desgraciada la mira, absorta, desde la terraza desierta de un edificio. La aplicada labor de Szifrón cuenta con los relevantes apoyos de la fotografía de Javier Julia y el montaje de Pablo Barbieri.

Szifrón expone su talento e ingenio en el manejo de climas, entre la comedia y la tragedia para la construcción del correlato del absurdo algo ya conocido en su serie de televisión Los simuladores (2002-2003) y en su segunda película, Tiempo de valientes (2005)—. Sobre el eje de este método, acompañado de humor negro y cinismo, atrapan el relato protagonizado por los actores Leonardo Sbaraglia y Walter Donado, dos personajes tan diferentes y con un destino en común en una ruta del norte argentino; la extraordinaria historia del ingeniero “Bombita”; la improvisada negociación entre un millonario desesperado, un abogado, un fiscal y un jardinero; la desaforada crítica a una institución como el matrimonio, especialmente a la ceremonia de la noche de bodas, con la osada actuación de Erica Rivas. Asimismo, en esta película se aprecian las influencias en Szifrón de directores clásicos como Alfred Hitchcock (la aversión y expresión física de la camarera y varios planos del episodio “Las ratas” recuerdan el suspenso de Marnie), Steven Spielberg (Reto a la muerte en “El más fuerte”), Martin Scorsese y Joel Schumacher (Taxi Driver y Un día de furia en “Bombita”), entre otros.

Sin innecesarios maniqueísmos ante el posible límite de una narración fragmentada en seis relatos y sin realizar una película que pueda ser fácilmente catalogada como “argentinísima” o “política y propia de los tiempos que corren” el episodio “Bombita” no es más que una extensión de la obra del inolvidable Franz Kafka; ciertas mujeres siempre preferirán el filo del cuchillo; los símbolos del vals y la torta en los casamientos llevan bastante más de cien años, Szifrón deja en evidencia que la desesperación es universal y siempre reina. Para su fortuna, Relatos salvajes reivindica el arte cinematográfico como motor narrativo. En ciertos lugares siempre será esencial la dedicada ejecución de un gran truco.




Dirección y guion: Damián Szifrón. Fotografía: Javier Julia. Montaje: Pablo Barbieri. Música: Gustavo Santaolalla. Elenco: Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Darío Grandinetti, Rita Cortese, Erica Rivas, Oscar Martínez, Julieta Zylberberg, Walter Donado. 122 minutos. 2014.




domingo, 31 de agosto de 2014

Mr. Kaplan, de Álvaro Brechner














En 1997, el judío Jacobo Kaplan deambula en la tercera edad y está desmotivado. De niño, en 1937 debió abandonar a su familia y huir en soledad del nazismo invasor en Europa. Llegó en barco a Uruguay. Según indica el guion de Brechner (basado en la novela de Marcos Schwartz), a semejante proeza no le siguió algún otro momento para destacar en una vida de clase media que devino monótona, aunque se recuerda, a modo de introducción, que Winston Churchill y Abraham fueron llamados para ejecutar sus grandes misiones entrados en la tercera edad. La misión del señor Kaplan no es divina, aunque es claramente quijotesca en su condición de picaresca (entre el desengaño y el realismo) y por el rasgo delirante de su personaje central destinado a la aventura.

En la costa uruguaya vive un huraño veterano alemán, amante del mar al que apodan el "nazi" (Rolf Becker), quien según Jacobo (Héctor Noguera) es un exrepresor nazi que huyó de Alemania rumbo a América una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, a la manera del criminal Adolf Eichmann. El plan es atraparlo y llevarlo a Israel para que sea juzgado. Pero para que la empresa sea quijotesca del todo debe haber otra característica: la inclusión de un escudero, un compañero de andanzas del caballero. Wilson Contreras (Néstor Guzzini), expolicía desencantado y separado de su esposa y sus hijos que pasa sus días jugando al flipper y tomando cerveza. Un inmejorable Sancho Panza. Uno de los puntos altos de la película es la calidad y expresividad de Guzzini como actor de comedia.

En el segundo film de Brechner —tras el celebrado Mal día para pescar (2009), basado en el cuento "Jacob y el otro" de Juan Carlos Onetti— vuelve a estar presente el talento al narrar desde una supuesta historia mínima. Los mayores aciertos del guion son el desarrollo de la aventura (el viaje del caballero delirante que lidera el camino junto a su escudero realista y dubitativo, aunque siempre fiel en la marcha), y la relación del viejo Jacobo con su familia, o, más precisamente, con su nieta Lottie (Nuria Fló, de gran actuación), el vínculo que más lo define y que supera por sí mismo la mera anécdota del relato central.

En relación con lo visual, Brechner expone su talento detrás de la cámara en varios momentos del film. Tres ejemplos: la escena en la que Jacobo se duerme en la playa bajo el rayo del sol mientras sueña acompañado por la música de los Beach Boys desde una radio portátil; el manejo del flashback (visual y del guion) que define la historia de Wilson; la recreación de los años 90 en Uruguay (la vestimenta, el chivito a 70 pesos en el bar, la cerveza Doble Uruguaya). La fotografía de Álvaro Gutiérrez se acopla en la narración y es reveladora en los planos generales de Brechner de las playas de la costa uruguaya como asimismo en los primeros planos y planos medios bajo los tubos de luz del pool donde Wilson pasa las noches junto al flipper y la cerveza.

Brechner vuelve a realizar una película íntima que se sirve de la comedia y de la tragedia por igual. El eje dramático, la composición de los personajes y sus aperturas trascienden un conflicto cardinal, signado por la aventura y por la vejez. Como narrador, Brechner marcha con ingenio, como alguna vez lo supo hacer a su manera un tal Miguel de Cervantes.




Dirección, guion y producción: Álvaro Brechner. Fotografía: Álvaro Gutiérrez. Música original: Mikel Salas. Elenco: Héctor Noguera, Néstor Guzzini, Rolf Becker, Nidia Telles, Nuria Fló, Gustavo Saffores. 98 minutos. 2014.





miércoles, 30 de julio de 2014

El planeta de los simios: confrontación, de Matt Reeves



Tres años después de El planeta de los simios: (r)evolución llega una nueva entrega de la saga que comenzara en 1968 con El planeta de los simios, dirigida por Franklin J. Schaffner y basada en la novela homónima de Pierre Boulle de 1963. Confrontación es su título en las salas de Uruguay, aunque el original es El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes).

Sobre (r)evolución (leer crítica), entre otros conceptos sobre el rumbo histórico de la saga, tres años atrás destaqué: Rise of the Planet of the Apes, según su nombre original y la determinación de la palabra "rise", supone la presentación de César y su ascensión, rebelión y también su evolución como líder. Asimismo, Rupert Wyatt logra su propósito: desempolvar y refrescar la saga y tomar la base de la historia para construir y bifurcar sus propios argumentos. Pero éste no es su mayor triunfo, sino que en tiempos vertiginosos del cine actual y comercial de Hollywood, repleto de efectos y tecnologías con poco efecto trascendente, aplica con precisión los artificios y pasa la prueba, además de contar con una historia bien narrada y que va por más.

En un relato apocalíptico situado en el eje del tiempo entre el futuro, presente y pasado, las últimas dos películas de la saga se desarrollan en un tiempo actual, aunque tres años después del estreno de (r)evolución varias cosas han cambiado.

El nuevo film cuenta con un prólogo: un montaje narra lo que ha ocurrido con la raza humana desde el final de (r)evolución hasta lo que comenzará en Confrontación. Diez años. Amenaza de extinción, consecuencia de los estragos causados por la “gripe de los simios” creada accidentalmente por científicos (llegaba en los créditos finales del film previo, con la imagen del piloto y la sangre en su nariz).

La película Confrontación es circular: comienza y culmina con un close-up en los ojos del simio César, héroe y eje de estas dos últimas películas. En (r)evolución se desarrolló su rasgo de líder de los simios libertos junto con una precisa narración de su infancia y adolescencia. En Confrontación llega su consolidación como líder, y también como adulto y padre de familia en el bosque Muir de San Francisco, ciudad que se mantiene como escenario.



Con ambos bandos definidos, y en evidente desigualdad de condiciones, un grupo de especialistas se encuentra en el bosque con los primates, amos del hábitat. Malcolm (Jason Clarke) llega con el propósito de hacer funcionar una presa hidroeléctrica que devuelva energía a su gente, sobrevivientes recluidos en un gueto al otro lado del Golden Gate, a kilómetros del bosque. César vuelve a interactuar cara a cara con humanos, tras su experiencia junto a Will y Charles en el film anterior. Interpretado nuevamente por el actor Andy Serkis, la labor es admirable. El encuentro provocará un conflicto macro que se bifurca: de un lado simios y humanos, y del otro una revisión de la evolución de los simios como especie con la determinante presencia de Koba (Tobby Kebbell), aquel que fuera brutalmente torturado por científicos en sus experimentos. Mientras César es el sensato líder respetado por los suyos, la desviación en el comportamiento de Koba es una representación extrema de la rebelión de su especie ante otra que ha causado la catástrofe total. Luego de (r)evolución y las cicatrices en su piel no se le puede culpar por su actitud hacia los humanos, aunque sí por una postura de carácter abusivo hacia los de su especie. Asimismo, el nombre Koba recuerda al nombre de guerra del ruso Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido por otro de sus seudónimos: Stalin. Pero el conflicto racional y de poder entre jerarquías en esta película evoca más a la tragedia Julio César de William Shakespeare que a la estalinización de la vieja Unión Soviética o al culto a la personalidad de un jefe. La discusión radica en la expansión de una amenaza hacia el orden público propuesto por el líder escogido. Me parecen acertadas las palabras del director Reeves sobre Confrontación: “Es una película donde no hay villanos”.

La comunidad de los simios es el eje del film, en el que los humanos quedan en un segundo plano, sea el grupo de Malcolm en el bosque o los liderados por el exmilitar Dreyfus (Gary Oldman) en el gueto. Este protagonismo es respeto por la narración, más allá que en este elenco no se destaque ningún actor “humano” como lo hiciera John Lithgow en (r)evolución. Una elección de los realizadores que por fortuna se mantiene en esta historia, un contraste que se distingue si se tiene en cuenta lo que le ocurrirá al astronauta George Taylor (en la película de 1968).

Matt Reeves tomó la cámara luego del exitoso paso de Rupert Wyatt en la dirección. Sus antecedentes más próximos a tener en cuenta son las películas Cloverfield (2008), en la que sorprendió a Hollywood por su singular narración “cámara en mano” sobre el paso de un monstruo en la ciudad, y luego en 2010 por su versión estadounidense del film sueco Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008).

Frente a un millonario presupuesto volcado a espectaculares efectos digitales (CGI), lo que prevalece en la película es la continuidad en el proyecto de los guionistas de (r)evolución: Rick Jaffa y Amanda Silver, encargados de haber reflotado la saga con una nueva historia de varios contrastes y aristas que sigue en desarrollo (diferentes comunidades, intercambio de roles, desarrollo de personajes, tratamiento del poder, ecosistema, ausencia de las tecnologías). Dentro de lo visual, se destacan los matices de San Francisco: el verde en el lluvioso bosque Muir, el desolado Golden Gate, la herrumbre en el gueto de los humanos. Notables labores de Michael Seresin en la fotografía y de James Chinlund en el diseño de producción. La música de Michael Giacchino es gradual, respeta los tiempos en la narración y se luce en la batalla final, entre tantas explosiones y un dedicado trabajo de coreografía.

Para destacar: la deslumbrante escena de presentación de los simios durante una cacería en el bosque (mucho más que la gran batalla entre simios y humanos con rifles, ésta menos impactante que la del Golden Gate del film anterior); la escena en la que Koba embauca a dos guerrilleros idiotas; Koba mirando la anárquica multitud parado sobre una destruida bandera de Estados Unidos; los diálogos entre Koba y César, acompañados por las expresiones que logran los actores; el maestro Maurice aprendiendo a leer con el cómic Black Hole (Charles Burns, 2005), una historia de varios paralelismos con esta; los simios trepando de árbol en árbol entre los rayos del sol; los simios debatiendo opiniones en la calma noche entre antorchas encendidas; los simios marchando a caballo de día, y cabalgando y disparando rifles por la noche.

El círculo se cierra y su fin crea un nuevo círculo. El close-up en los ojos de César despierta una pregunta: ¿por qué soy un destino?






Dirección: Matt Reeves. Guion: Amanda Silver, Rick Jaffa y Mark Bomback. Fotografía: Michael Seresin. Música. Michael Giacchino. Montaje: Stan Salfas, William Hoy. Diseño de producción: James Chinlund. Elenco: Andy Serkis, Jason Clarke, Gary Oldman, Tobby Kebbell, Keri Russell. 130 minutos. 2014.


lunes, 19 de mayo de 2014

Godzilla, de Gareth Edwards

















En 1954 se estrenó Gojira, película de Ishiro Honda. En aquellos años de posguerra, el cine japonés era avant-garde y vivía su mejor momento, con notables directores como Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa. Aunque no todos hacían lo mismo, el equilibrio entre lo clásico y lo moderno de aquel cine maravilló a millones de espectadores e hizo historia. Dos años después del estreno de aquel film, Hollywood lo rebautizó como Godzilla: rey de los monstruos en una versión en la que agregó actores (Raymond Burr) y editó escenas, contenidos y mensajes: desde lo latente de los históricos ataques nucleares de Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 hasta el afán de vender al monstruo mitológico de oriente a occidente.

En su momento el proceso no resultó. Honda no era ni Kurosawa ni Ozu y en Estados Unidos el film fue etiquetado como una película de ciencia a ficción mala y de “clase B”. Además era evidente que a este monstruo le faltaba el carisma y la debilidad que a otro visitante le sobraba cuando supo copar Nueva York: King Kong (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933). En cambio, en Japón la creación de los estudios Toho generó nuevas películas (más de 25) y convirtió al monstruo en un mito al que el mercado local le sacó provecho, desde fanzines hasta juguetes.

Godzilla es una fuerza de la naturaleza que actúa en un determinado momento histórico. Su “God” (dios en inglés) así lo sugiere. En japonés su nombre original (Gojira) surge de la mezcla de dos palabras: “gorira” y “kujira”, gorila y ballena respectivamente. Un monstruo radioactivo producto de un Japón bajo la paranoia y el efecto del devastador ataque nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki, y con la Guerra Fría en sus años más calientes. En cambio, en su nueva adaptación sesenta años después están latentes la catástrofe de la central nuclear de Fukushima tras el tsunami que golpeó a Japón en marzo de 2011 como también la radical amenaza del cambio climático.

El director de este nuevo blockbuster, el británico Gareth Edwards, fue escogido por su trabajo en Monsters (2010), en el que demostró a los grandes estudios que con poco dinero se puede asustar en una película de ciencia ficción. Para despertar al durmiente Godzilla, gozó de un presupuesto astronómico en el que obtiene resultados dispares.

Lo mejor del film es su tratamiento del monstruo protector, con el ejemplo de Honda a seguir y evitar el lastre del Godzilla de Ronald Emmerich de 1998. Un histórico papelón cinematográfico del que lo único para destacar está lejos del monstruo que solo quiere llegar a dejar sus huevos en el Madison Square Garden de Nueva York: la canción “A320” de Foo Fighters de la banda de sonido.

Edwards comprende que el monstruo debe ser la estrella, desde la notable tecnología digital y respetándolo con la cámara, tomándose su tiempo en la descripción según los planos (largos, cortos, contrapicados) para exponer su interminable grandeza. Además éste es el más grande: supera los cien metros de altura. Una labor que con menor fortuna comprenden Max Borenstein y Dave Callahan desde el guion, en busca de la obviedad de justificar con diálogos linderos la existencia del personaje a través de cierto misterio in crescendo. Esta es la construcción de un “Dios” que trae una advertencia: mañana puede ser demasiado tarde.

Edwards también conoce la némesis de Godzilla: los monstruos son dos gigantes adefesios que buscan radioactividad y reproducirse, por lo que no debe sorprender a nadie que cuando las partes interesadas se encuentren lo padecerán los insignificantes humanos, sea en Hawaii, Las Vegas o San Francisco. La fotografía de McGarvey (Los Vengadores) es de lo mejor del actual cine de acción, con un admirable retrato de la ciudad californiana en tinieblas y en ruinas que poco tiene que envidiarle a las imágenes que describe Dante en su viaje por el Infierno de la Divina Comedia.

Lo peor del film son las actuaciones; el elenco detrás del monstruo. Apenas algunas expresiones dramáticas de Bryan Cranston (harto conocidas en Breaking Bad y en Argo) como el ingeniero nuclear Joe Brody, quien conduce el hilo narrativo durante los primeros cuarenta minutos previos a la aparición del verdadero protagonista. Participaciones poco agraciadas y para el olvido de la francesa Juliette Binoche (esposa y compañera de trabajo de Brody), de Ken Watanabe (doctor e investigador) y David Strathairn (sargento), estos últimos dos que resumen la referencia a Hiroshima en una escena breve y poco feliz, reloj heredado mediante. Pero quien peor fortuna tiene es el soldado Ford Brody, hijo de Joe. Es interpretado por Aaron Taylor-Johnson (Salvajes, Anna Karenina), quien transmite muy poco, es sometido a dudosas escenas (como la del rescate de un niño en un subte) y al que simplemente le queda grande liderar el elenco en la segunda mitad de la película.

A sesenta años de su estreno en Japón, volvió a despertar Godzilla, el que según la trama ha dormido por millones de años. Hollywood lo hizo de nuevo. En la película de Edwards se aprecia sin mayores esfuerzos la denuncia anti nuclear original sumada al actual problema del cambio climático. ¿Es necesario volver a despertarlo para creer que siempre estará allí para salvarnos de nuestros errores? ¿Su propósito es levantarse a destruir para luego volver a dormir? En el centro del conflicto hombre-naturaleza, la falla esencial y las preguntas siempre persisten.






Dirección: Gareth Edwards. Guion: Max Borenstein y Dave Callaham. Fotografía: Seamus McGarvey. Música: Alexandre Desplat. Elenco: Aaron Taylor-Johnson , Ken Watanabe, Bryan Cranston, David Strathairn, Elizabeth Olsen, Sally Hawkins, Juliette Binoche. 123 minutos. 2014.




Nota publicada en www.ACCU.org.uy (19/5/2014)

viernes, 14 de marzo de 2014

La música de True Detective



Matthew McConaughey como Rust Cohle



La banda sonora de la primera temporada de la serie de televisión de HBO, a cargo de T-Bone Burnett. The Handsome Family, The Black Angels, Captain Beefheart, Bo Diddley, The Melvins, Grinderman, Wu Tang Clan, entre otros.

No hay que ser un especialista en la materia para reconocer el talento de T-Bone Burnett en una banda sonora. Prolífico productor musical con una dilatada carrera y varios premios, entre sus grandes logros personales se destaca haber tocado la guitarra junto a Bob Dylan en la gira Rolling Thunder Revue.

Yo le presté atención por primera vez por su notable labor en la banda sonora de ¿Dónde estás, hermano?, película de los hermanos Ethan y Joel Coen de 1999. También colaboró en la música de El gran Lebowski, film anterior de los cineastas con los que ha trabajado en varias ocasiones.

Su relación con Hollywood es larga, en películas como Johnny y June: pasión y locura (2005) y en Loco corazón (2009), entre otras. En los últimos meses se ha lucido en la serie de televisión de HBO True Detective, sobre la que definió su tarea como si fuera “trabajar en la banda de sonido de una película de ocho horas”, al ser entrevistado por el sitio web Mother Jones.

Hasta los primeros días de enero pensé que no podía haber una sola banda de sonido que en los últimos tres años le llegara, en su versatilidad, extravagancia y riqueza, a los talones a la del videojuego Grand Theft Auto V , lanzada en setiembre de 2013 lo hizo Robbie Robertson en la banda sonora de El lobo de Wall Street, película de Martin Scorsese. Pero llegó la primera temporada de la nueva serie de HBO y la cosa cambió. La canción de estilo folk murder ballad de los créditos iniciales “Far From Any Road”, a cargo de The Handsome Family, me llamó la atención como también a decenas de miles de televidentes de todo el mundo. Climática, espectral y con una intro precisa para lo que expondrá la serie: el paisaje de Louisiana (niebla, ceniza, pantanos, pastizales, ruta) como bucólico escenario del horror, donde dos detectives (Rust Cohle y Marty Hart, interpretados por los actores Matthew McConaughey y Woody Harrelson respectivamente) investigan durante diecisiete años una serie de asesinatos de niños y mujeres vinculados con una secta satánica. Con esta canción ya se podía avizorar la vigencia de la inquieta visión de Burnett, además de la importancia del título para la serie (“Lejos de cualquier camino”).



Pero Burnett apenas comenzaba. En el mismo capítulo piloto llegó otra elección: “Young Dead Men”, primera canción del disco Passover (2006) de The Black Angels, banda relevante de rock psicodélico y alternativo de la última década, oriunda de Texas —la que con otra gran canción de mismo disco, “Black Grease”, está presente en la banda de sonido de Grand Theft Auto V. “Entonces comiencen a hacer las putas preguntas correctas”, dice el detective Rust Cohle a sus interrogadores en el final del capítulo. Lapidarios McConaughey, Burnett y la guitarra de Christian Bland, de los Ángeles Negros.



En el segundo capítulo “Seeing Things” (Viendo cosas) queda en evidencia la importancia de la mixtura entre la psicodelia y el folk para Burnett. Volviendo al folk, en un encuentro del detective Hart con la joven Lisa se escucha “Train Song”, de la inglesa Vashti Bunyan, artista que amagara con una prominente carrera en la década de los años setenta y que pasara al olvido durante años, salvo para artistas que la consideran “de culto” y para Burnett, quien la rescata y nuevamente desde el título y el clima de la canción define con economía una relación entre dos personajes.



Hablando de “ver cosas” el capítulo cierra con el descubrimiento por parte de los detectives de un mural en una iglesia en ruinas y nuevamente con rock psicodélico. Y, como los Black Angels, también de Texas. Pero en este caso una cruda psicodelia de 1966 y con mucha menos distorsión: "The Kingdom of Heaven", de 13th Floor Elevators, liderados por el gran Roky Erickson.

Dentro de la variedad de la banda sonora, Burnett se esmera asimismo en la profundidad de personaje. Un ejemplo claro es cuando Cohle, solo y encerrado en su habitación con alcohol y cigarrillos, pasa la noche estudiando decenas de documentos y fotografías de mujeres asesinadas. A modo de ironía en relación con la obsesión de Rust, éste escucha la canción “Clear Spot” (1972), del paladín de la psicodelia Don van Vliet, célebremente conocido como Captain Beefheart. “Tengo que correr muy lejos para encontrar un lugar a salvo”, canta el Capitán. Asimismo, la letra de esta canción es perfecta para la descripción visual de la Louisiana de True Detective.



Un momento notable de la serie llegó como un quiebre, o para algunos un clímax anticipado. Hasta el capítulo 4, mitad de la temporada, críticos y buena parte del público comparaban el rumbo de la serie, y de la investigación, con Zodiaco (David Fincher, 2007) en el hecho de que hasta el momento se había hablado demasiado pero aún no se había disparado una sola bala y ni siquiera los detectives habían desenfundado sus armas. Pero todo terminó con “Who Goes There”, cuando el director Cary Joji Fukunaga (quien dirigió los ochos capítulos de la temporada) rompió el silencio con un raid que comenzó con la presencia del detective Cohle en una sórdida fiesta de motociclistas en la que de forma acorde suenan “A History of Bad Men”, de The Melvins y “Holy Mountain”, de Sleep y que culminó con un largo plano secuencia de seis minutos (sin edición, sin cortes) con éste metido en un robo de droga y una posterior balacera y persecución en un complejo de viviendas. 



Por si al espectador aún no le quedaba claro el efecto de caos, con las sirenas de la policía y el vuelo de un helicóptero aún de fondo con la caída de los créditos finales, Burnett despide el capítulo con "Honey Bee (Let's Fly To Mars)" de Grinderman, de su disco homónimo de 2007, con Nick Cave en la voz.

Estas no son todas las canciones que se pueden escuchar en la primera temporada de la serie. Solo una selección. Entre otros, también son parte de la elección de Burnett: Lucinda Williams (“Are You Alright?”), Gregg Allman (“Floating Bridge”), Bo Diddley (“Bring It To Jerome”), Ike & Tina Turner (“Too Many Tears In My Eyes”), The Kinks (“Tired Of Waiting For You”), Black Rebel Motorcycle Club (“Fault Line”) y Wu Tang Clan (“Clan In Tha Front”).

Llegó a su fin la primera temporada de True Detective. Un puzzle que en su celosa construcción para la televisión evoca a la onírica Twin Peaks (David Lynch, 1990-1991). Un caso criminal en el que se destacó la importancia de llamarse Rust Cohle y la importancia de llamarse Reginald Ledoux. Un micro universo con mitología adaptada, donde los símbolos “Carcosa” y el “Rey Amarillo” mantuvieron en vilo a millones de espectadores la ciudad ficticia Carcosa lo hizo con el escritor Ambrose Bierce, evidente influencia de la serie. Un viaje al corazón de la oscuridad en busca de luz, con la inevitable referencia a Joseph Conrad. Su creador, el escritor Nic Pizzolatto, trabaja en lo que viene con la novedad y el reto de contar otra historia, con nuevos actores y nuevo director detrás de cámara. Pizzolatto se queda. Espero que lo mismo ocurra con Burnett.



 





Nota publicada en agencia Uypress (11/3/2014)

miércoles, 26 de febrero de 2014

Nebraska, de Alexander Payne



Esta historia mínima de Alexander Payne es uno de los retratos más auténticos sobre la clase trabajadora estadounidense realizados por Hollywood en los últimos años. Es difícil separarla de la crisis económica que en 2008 golpeó de lleno al país, afectando principalmente al medio rural y a pequeñas ciudades.

Nebraska es una comedia que examina el curso de las relaciones humanas y las brechas generacionales en un escenario que convive entre la permanencia y el cambio. Algo que inquieta a Payne y que ha explorado en Las confesiones del Sr. Schmidt (2002) y en Los descendientes (2011). Una película "fantasmal" por la asociación entre la notable fotografía en blanco y negro de Phedon Papamichael, la música acústica de Mark Orton y las imágenes en largas tomas a las que recurre Payne: la ruta que no tiene fin con viejas columnas de alumbrado, campos de trigo sin trabajadores, vacas a lo lejos. Una road movie que evoca y continúa un retrato en común de cineastas estadounidenses como Preston Sturges, Terrence Malick o los hermanos Coen. En estos sitios siempre hay gente acodada en barras de bares en busca de una cerveza fría o que se reúne en una mesa familiar para contar y escuchar historias, sin importar que sean viejas o nuevas. En el caso de Payne, su película actúa como un reto a las actuales tecnologías y a sus propuestas de comunicación e interacción para las personas. Sobre este punto, la belleza visual del film es de carácter militante.

Asimismo, la película me recuerda a dos expresiones artísticas. Primero, al álbum Nebraska de Bruce Springsteen (1982), cantautor y paisajista que expone como pocos el conflicto entre la nostalgia y el futuro bajo una posible eternidad circular que solo depende en su movimiento de la acción de los humildes en el presente. Segundo, por su encare de la vejez expuesta ante un bucólico escenario —la ruta, metáfora del camino—, se asemeja a Una historia sencilla (David Lynch, 1999).

La película comienza con un plano general largo con el viejo Woody Grant caminando a lo lejos a un lado de la autopista hacia la cámara. La imagen es un rescate de la distancia, leitmotiv del film. Camina solo desde Billings (Montana) hasta Lincoln (Nebraska), lo que es una locura por la cantidad de millas. El hombre cree haber ganado un millón de dólares en un concurso tras leer un anuncio publicitario en una revista. Generoso ante propios y extraños, con problemas de alcoholismo y desvaríos mentales, lo interpreta el veterano Bruce Dern, quien a sus 77 años y con más de 80 películas a cuestas ejecuta su labor con una admirable economía de gestos y diálogos. Su manifestación de la dispersión de su personaje es tan estoica como creíble.

Pero Woody no está solo. Su hijo David (Will Forte) está a su lado y, aunque sea consciente del evidente malentendido, conoce a su padre, quien por su situación no está lejos de ingresar en un geriátrico. Kate (June Squibb, actriz de Las confesiones del Sr. Schmidt), esposa de Woody y madre de David, no puede más con los delirios mentales de su compañero de vida. Por su parte, Forte, actor surgido de la comedia de Saturday Night Live, se expresa apto en su rol, sea en la perdida expresión de su mirada como en los diálogos que mantiene con su padre. Incluso es fundamental para extender de forma física y externa la dignidad de Woody.

El millón de dólares no es una mera anécdota en el guion de Bob Nelson: es un símbolo de la crisis económica que abarca las miserias que pueden afectar a trabajadores y a ignorantes en una comunidad rodeada de incertidumbres, sea ésta la de la ficticia Hawthorne o de tantas otras ciudades urbanas y rurales de Estados Unidos y del resto del mundo.








Dirección: Alexander Payne. Guion: Bob Nelson. Fotografía: Phedon Papamichael. Música: Mark Orton. Elenco: Bruce Dern, Will Forte, June Squibb, Bob Odenkirk, Stacy Keach. 115 minutos. 2013.


Nota publicada en www.ACCU.org.uy (25/2/2014)

miércoles, 19 de febrero de 2014

Dallas Buyers Club, de Jean-Marc Vallée



Jean-Marc Vallée realiza un riguroso retrato de época: la crisis del sida en 1985, junto con la decadencia del sistema de salud de Estados Unidos y las acciones promovidas por la industria farmacéutica para provecho propio ante la caótica situación. El director canadiense centra su relato en las víctimas algo que conoce, tras su tratamiento sobre la discriminación sexual en C.R.A.Z.Y. (2005). “Desahuciados”, señala y califica el título de la película en el Río de la Plata (El club de los desahuciados), que respecto a la propuesta de la trama dista de su importancia ante el original, y mucho más apto, Dallas Buyers Club (El club de los compradores de Dallas).

Mitad de la década de los años ochenta, cuatro años después de la aparición oficial del VIH. Tiempos en los que la ignorancia sobre la epidemia llevaba a muchas más preguntas que posibles respuestas, con enfermos que morían en pocas semanas tras lapidarios diagnósticos. El republicano Ronald Reagan, enemigo de primer orden de los homosexuales y de las minorías, iniciaba su segundo período tras ser reelecto presidente de Estados Unidos. Años en los que líderes religiosos llegaron a definir al sida como “el azote de Dios ante los maricas, engendros humanos”. Años de persecución.

Dallas Buyers Club se basa en una historia real, la del texano Ron Woodroof. Electricista, amante del rodeo, homofóbico, drogadicto, promiscuo e intolerante. Casas rodantes, tierra y sudor delimitan su entorno. Enfermo, los médicos le comunican que contrajo el virus y que le queda un mes de vida ante la falta de tratamiento previo. Primero no cree y luego cae en estupor: “No puede ser. Es la enfermedad de los maricas”, se pregunta en su ignorancia, como también lo hace su círculo de amigos, todos idiotas y “basura blanca” (white trash) que se burlan al conocer la noticia de la muerte del célebre actor Rock Hudson (1925-1985) a causa de la enfermedad. Ante el diagnóstico, todo cambia. Comienza una historia de resistencia personal, con una crítica hacia el sistema de salud liderado por el gobierno de aquel entonces el consumo del peligroso y legal medicamento AZT en pacientes—, y un testimonio compartido: Woodroof no tiene tiempo por perder, contrabandea medicamentos y abre un negocio de venta con una membresía especial para los enfermos.

Woodroof es piel y huesos. Lo interpreta Matthew McConaughey en el papel de su carrera. La transformación física es total —adelgazó más de veinte kilos—, aunque el esfuerzo no solo queda en lo exterior. El actor, también texano, comprende a Woodroof y a su gente. En Dallas Buyers Club McConaughey encarna al cowboy más completo que ha dado el cine en los últimos diez años. Y ni siquiera lleva pistola. Sobre el actor, es necesario destacar su versatilidad, especialmente en sus labores de los últimos años Bernie, Killer Joe (2011); Magic Mike, Mud (2012); la serie de televisión True Detective (2014)—. Abogado, asesino, stripper, fugitivo y detective. Aunque no hay que olvidar su debut en la fresca Rebeldes y confundidos (1993), dirigida por su amigo y paisano de Texas, el director Richard Linklater, con quien trabajó en varias ocasiones. Tampoco hay que relegar su actuación como un novato abogado en A tiempo de matar (1996) especialmente en su último parlamento ante un jurado racista. Pero no todo siempre fue rutilante: no acertó en liderar elencos de películas para el olvido como Experta en bodas (2001), Sahara (2005) y Amor y tesoro (2008), en las que fue destrozado como actor por críticos que hoy lo enaltecen como si fuera el nuevo James Stewart. Lo cierto es que en los últimos años, McConaughey ha alcanzado una evolución en su profesión gracias a su esfuerzo y a una mejoría en su elección de proyectos. El talento siempre lo tuvo.

A este club no lo sostiene únicamente la labor de McConaughey. Jared Leto interpreta al travesti adicto Rayon, en una nueva y extrema transformación física del actor, aunque en la ocasión con mayor acierto que en Capítulo 27 (2007), cuando sumó varios kilos para llevar a la pantalla a Mark Chapman, asesino de John Lennon, pero con poco éxito en el resultado final. Leto alcanza el rol más completo y conmovedor de su carrera, que con madurez recuerda a su interpretación del joven adicto de Réquiem por un sueño (2000). Un acierto clave del guion de Craig Borten y Melissa Wallack es el desarrollo de la relación entre dos personajes antagonistas como Woodroof y Rayon.

Dallas Buyers Club es un triunfo compartido: McConaughey y Leto en sus performances individuales y en el dueto que conforman, y Vallée que logra su mejor película hasta la fecha. Una historia de supervivencia con una crítica política y social ilustrativa. Es la consagración de McConaughey en la piel de Ron Woodroof: un hombre ordinario con un destino extraordinario; un don nadie que se convierte en un domador que da pelea y que quedará para el recuerdo por su altruismo. Con cowboys así, no todo está perdido.






Dirección: Jean-Marc Vallée. Guion: Craig Borten y Melissa Wallack. Fotografía: Yves Bélanger. Elenco: Mathew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner, Denis O'Hare, Steve Zahn. 116 minutos. 2013.



miércoles, 12 de febrero de 2014

Ella, de Spike Jonze
















Para su cuarto largometraje, el director Spike Jonze escribió un guion original sobre un tópico universal y recurrente: el vínculo entre el hombre y la máquina. Una historia de amor y aprendizaje entre el escritor Theodore (Joaquin Phoenix) y Samantha, un sistema operativo de inteligencia artificial (con la voz de Scarlett Johansson). 

A medida que el film avanza, es evidente que lo sostiene Phoenix con sus notables dotes de interpretación más allá de la colorida vestimenta, los lentes y el prolijo bigote de su personaje. Su talento es innegable. En pocos segundos, su mirada puede expresar más sentimiento que largos parlamentos y gestos de decenas de actores de la actualidad. Asimismo, la voz de Johansson es otro acierto de Jonze —su primera opción fue la de la actriz Samantha Morton—. La relación entre las partes es creíble, aunque por momentos la interacción resulta forzada y decae ante el metraje (126 minutos). Como posible solución, el director incluye en la trama a las actrices Rooney Mara y Amy Adams, ambas correctas en sus papeles. La primera encarna a Catherine, expareja de Theodore; la segunda a su amiga, Amy.

Jonze, en los años noventa maestro del videoclip musical y talentoso cineasta desde 1999 con su ópera prima ¿Quieres ser John Malkovich?, proyecta un futuro al alcance de la mano y a la ciudad de Los Ángeles como escenario. A nadie que haya estado en los últimos tiempos en esta metrópoli o en Nueva York le debe sorprender estar a la espera del subte o en viaje y ver en un vagón la abrumadora cantidad de personas inmiscuidas en sus teléfonos inteligentes o tabletas. Este recurso del director es bienvenido, aunque también repetitivo. Por otra parte, Jonze examina lo difuso que puede ser cierto sentimiento humano entre la ausencia y la presencia, sea un orgasmo compartido con un sistema operativo o tocar el ukelele para la aprobación de su voz. El intercambio de roles entre el hombre y la tecnología es primordial para la trama. 

Ella es una película y un estudio sobre el movimiento, sea desde la paleta de colores cálidos de los interiores y su contraste con el adormilado ritmo de la ciudad hasta la brecha entre la inteligencia humana y la artificial —que evoca a la computadora HAL de 2001: odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968)—. Sobre esta acción se expresa su inquietud esencial: el destino del individuo ante la posibilidad latente de la alienación total. Esta es la denuncia de Jonze, un director optimista y romántico (El ladrón de orquídeas, 2002; Donde están los monstruos, 2009; Estoy aquí, 2010). Y aunque el conflicto —junto con sus bifurcaciones— esté situado de forma adrede en un futuro, ocurre hoy. 






Título original: Her. Dirección y guion: Spike Jonze. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Música: Arcade Fire y Owen Pallett. Elenco: Joaquin Phoenix, Amy Adams, Rooney Mara, Olivia Wilde, Scarlett Johansson. 126 minutos. 2013.

martes, 4 de febrero de 2014

12 años de esclavitud, de Steve McQueen




  












"These concentration camps went on for 200 years, right here in America".

El mayordomo (Lee Daniels, 2013).




En 1853 se publicó Twelve Years a Slave, la autobiografía de Solomon Northup. Histórica denuncia sobre las atrocidades provocadas por la esclavitud en Estados Unidos, se convirtió en un bestseller apenas un año después de la publicación de La cabaña del tío Tom, clásica novela de Harriet Beecher Stowe.

Pero hay diferencias entre ambos textos: mientras Stowe destacó la importancia de la maternidad y el carácter redentor del cristianismo, en su relato Northup expuso con menos figuras retóricas la humillación sufrida por los negros en el Sur. Para ello, su testimonio se aleja del sermón en el que en ocasiones incurre Stowe, además de contar con una terrible historia personal a modo de confesión.

En 1841, Solomon, negro libre y músico refinado oriundo de Nueva York, fue secuestrado en Washington y vendido como esclavo. Su periplo de doce años lo llevó a las plantaciones de Louisiana, pasando por diferentes amos y por una desgarradora tortura física y mental.

Para el director británico Steve McQueen (Hunger, 2008; Shame, 2011) la esclavitud es "el demonio de la perversidad", un atropello autodestructivo. A lo largo del metraje de la película su retrato es locuaz, alejado de épicas de Hollywood sobre el tema como Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), dueña de un parcial y falaz enfoque acerca de la esclavitud, o la reciente pro Barack Obama El mayordomo (Lee Daniels, 2013). Asimismo, 12 años... continúa con una revisión histórica de Hollywood sobre un trauma nacional que en 2012 incluyó a Lincoln (Steven Spielberg) y Django sin cadenas (Quentin Tarantino). McQueen es el único director extranjero de todos estos films de mención.

McQueen se muestra apto para afrontar la odisea: reconoce la inevitable relación de Solomon con el Ulises de Homero y en su film tiene en cuenta los recursos narrativos que utilizó su compatriota Alan Parker en la inolvidable Expreso de medianoche (1978), historia con la que mantiene puntos en común y también basada en un hecho real. Asimismo, es preciso en la puesta en escena con el apoyo de la fotografía de Sean Bobbitt y el vestuario de Patricia Norris.

Nuevamente, el director trasciende el elemento de catarsis del protagonista ante el espectador al narrar sobre la "carne viva", es decir mediante la expresión del cuerpo humano, como lo hizo en la anti Thatcherista Hunger y en la existencialista Shame, ambas sobre el martirio, sea la huelga de hambre del preso político Bobby Sands o la adicción al sexo de un neoyorquino. Para esto requiere de actores que puedan expresar semejante sentimiento: en 12 años... el encargado de interpretar a Solomon es el actor Chiwetel Ejiofor, que lidera un selecto elenco que incluye a Michael Fassbender (actor principal en Hunger y Shame), Paul Giamatti y Benedict Cumberbach como esclavistas, Brad Pitt en un rol menor aunque fundamental, y a Lupita Nyong'o como Patsey, esclava con un testimonio quizá más brutal que el de Solomon. McQueen junto con el guionista John Ridley demuestran oficio al narrar la historia de la joven, que trasciende más allá de la del personaje esencial. La espalda de Patsey es el lienzo de una época del terror, la vergüenza de un país.

Sobre el martirio, una escena del film resume el efecto con gran mérito. McQueen deja la cámara fija en el jardín de una casa esclavista, en un plano general durante varios segundos, con Solomon de espaldas al espectador, colgado del cuello con una soga a un árbol. Lucha por sostener su cuerpo con la punta de sus pies sobre el lodo. Mientras padece la tortura, otros esclavos siguen con sus tareas de rigor sin siquiera mirarlo. Esa escena es el corazón de la película.



 
Título original: 12 Years a Slave. Dirección: Steve McQueen. Guion: John Ridley (basado en Twelve Years a Slave, autobiografía de Solomon Northup). Fotografía: Sean Bobbitt. Vestuario: Patricia Norris. Música: Hans Zimmer. Elenco: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Lupita Nyong'o, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Brad Pitt, Paul Giamatti, Sarah Paulson. 134 minutos. 2013.

lunes, 27 de enero de 2014

Escándalo americano, de David O. Russell




"Algo de esto realmente ocurrió", es lo primero que David O. Russell cuenta al espectador en su comedia basada en el caso ABSCAM: operación liderada por el FBI hacia finales de la década de los años setenta dedicada a atrapar políticos (congresistas, un alcalde, entre otros) que aceptaron sobornos en inversiones extranjeras en los casinos de Atlantic City. En el film la investigación incluye escuchas telefónicas, cámaras ocultas, jeques truchos, la mafia de Miami, estafadores de arte y hasta un ama de casa desesperada.

Russell prefiere abarcar la extraordinaria historia en donde se siente más cómodo desde Secretos íntimos (1994). Historias mínimas, como asimismo lo hizo con mayor éxito en The Fighter (2010) y en El lado luminoso de la vida (2012). Para ello suele escribir y reescribir guiones en la búsqueda de pintorescos personajes para la composición de su elenco. Las partes por el todo.

Irving Rosenfeld es un buscavidas, un vendedor devenido en estafador; lo interpreta Christian Bale bastante pasado de kilos y con un patético peluquín (otra gran transformación física del actor en un film del director tras The Fighter). En la primera escena de la película Russell se toma su tiempo en la rutinaria preparación del disfraz del personaje, que trabaja con cuidado frente al espejo pegando pelo donde le falta en su cabeza y luego terminar la tarea con spray. Estamos a finales de los años setenta en Nueva York, en la era "disco" en la que se solía reparar demasiado en las apariencias, las joyas y los lentes de sol estilo aviador.

En una fiesta Rosenfeld conocerá a Sydney Prosser (Amy Adams, quien asimismo fue parte del elenco de The Fighter), una stripper en busca de una nueva oportunidad. Ambos comparten el gusto por la música de Duke Ellington, especialmente por su "Jeep's Blues". Un gusto en común que da comienzo a una historia mínima, de amor y de estafa. Sydney se convierte en amante y socia de Rosenfeld en su negocio basado en la venta de cuadros falsificados. Fingirá en su acento y en su origen británico como Lady Edith Greensly para su nuevo trabajo. Pero no todo es artificio en Sydney, gracias a la mirada de Adams con sus persuasivos ojos azules.

Rosalyn es la esposa de Rosenfeld: ama de casa histérica, encerrada en su casa, egoísta e insegura, a cargo de un niño y siempre al borde de un ataque de nervios. Interpretada con luces por Jennifer Lawrence, que vuelve a unirse a Russell tras El lado luminoso de la vida y a sus 23 años vuelve a dejar en evidencia su calidad y versatilidad como actriz.

Si Rosenfeld requería de minutos ante el espejo para trabajar en su apariencia, qué decir del agente del FBI, Richie DiMaso, interpretado por Bradley Cooper (quien compartió tareas con Russell y Lawrence en El lado luminoso de la vida). Usa ruleros en su casa, sueña con ser un galán italiano pronto para dar el gran salto en su profesión mientras vive junto con su madre y su prometida. Otro soñador.

Con la presentación de DiMaso los caminos convergen y Rosenfeld y Sydney son atrapados en sus fraudes. El agente les ofrece una salida: ayudarlo en la operación ABSCAM. Lo que por otra parte es para los buscavidas la oportunidad de ser protagonistas de un gran golpe.

Todos estos personajes comparten las características del engaño y el escape, sea en sus comportamientos y sus relaciones o en menor medida en sus apariencias: peinados, vestimenta, maquillaje. Si no reparar en el excéntrico peinado del alcalde de Nueva Jersey, Carmine Polito (Jeremy Renner), objetivo primario de la operación. Excesos de años posteriores a farsas políticas como Vietnam o Watergate en Estados Unidos; una época recargada que Russell decide exponer sin jamás dejar de lado cierto estado de ánimo festivo y hasta inocente (por ejemplo su abordaje en modo de parodia a la mafia de los casinos, con un cameo de Robert De Niro como el mafioso Tellegio).

Dentro de lo mejor de Escándalo americano está su recreación de época, total desde la presentación inicial del logo de Columbia Pictures. Una labor liderada por la dirección de Russell y la fotografía de Linus Sandgren, apoyados en el vestuario de Michael Wilkinson y en la banda sonora a cargo de Susan Jacobs (que cuenta, entre otros, con America, "A Horse With No Name"; Elton John, "Goodbye Yellow Brick Road"; Donna Summer, "I Feel Love"; Wings, "Live And Let Die"). Desde la dirección Russell recurre a directores neoyorquinos influyentes en los años setenta: Martin Scorsese (desde el recurso de la voz en off y los "barridos" hasta el uso del ralenti) y John Cassavettes (en los comportamientos y conflictos de los actores dentro de la trama y ante el guion, y en cierta característica compartida como "director de actores"). Asimismo, la nueva película de Russell puede recordar en su dirección el trabajo realizado por Ben Affleck en Argo (2012), desde su esmerada recreación a fines de la década de los años setenta hasta la gran farsa que como base presentan ambas tramas (el guion original de Singer para la película de Russell se tituló "American Bullshit").

En esta sátira, Russell vuelve a dejar en claro que de momento no le interesa en demasía dejar a sus personajes tullidos y abandonados o rendirlos a burdas redenciones, sino que los presenta sin esconder sus imperfecciones y con un aura adrede de superficialidad para darles una evolución positiva conocida en las mejores comedias de Hollywood desde la tercera década del siglo XX. El acierto radica en tener en manos una buena historia para contar y de allí en adelante entretener sin trampas ni subestimar al espectador. Russell suele hacerlo simple.




Título original: American Hustle. Dirección: David O. Russell. Guion: Eric Warren Singer y David O. Russell. Fotografía: Linus Sandgren. Vestuario: Michael Wilkinson. Música: Danny Elfman. Elenco: Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Jeremy Renner, Louis C.K., Michael Peña, Robert De Niro, Alessandro Nivola. 138 minutos. 2013.