lunes, 13 de febrero de 2012

Moneyball (El juego de la fortuna), de Bennett Miller




El film, basado en la novela de Michael Lewis, presenta al manager de los Athletics de Oakland, Billy Beane, quien revolucionó el béisbol con su capacidad de armar un equipo competitivo con jugadores prescindibles de sus rivales junto a un joven asistente experto en estadísticas y matemáticas. Moneyball va más allá del deporte y expone, con credibilidad, a un hombre frente a su destino. Brad Pitt y Johan Hill se lucen bajo la dirección de Bennett Miller y el guión de Steven Zillian y Adam Sorkin.


Los modestos Athletics de Oakland, con Billy Beane como manager general —de rol similar al de un Daniel Enríquez en Nacional u Osvaldo Giménez en Peñarol—, hicieron historia en el béisbol: tres años consecutivos definiendo la Liga estadounidense (MLB) y gastando un dólar mientras el equipo más consagrado y popular de este deporte, los Yankees de Nueva York, gastaba tres. En 2001, los neoyorquinos los derrotaron en la serie de postemporada y provocaron el desbande de varias de sus figuras. Foja cero. Así comienza Moneyball.

De cara a la nueva temporada, Beane (Brad Pitt) quiso revancha y buscó ayuda: Peter Brand (Jonah Hill), experto en matemáticas, informática y estadísticas, graduado en Economía en la prestigiosa Universidad de Yale y con un amplio retrato de Platón sobre la cabecera de su cama, constituyó la base del fenómeno que cambiaría la historia. Sin titubeos, el manager le propone al joven dejar de ser un “cuatro de copas” —aunque aparentemente acomodado como asesor de los Indians de Cleveland— para convertirse en su asistente personal con su laptop a cuestas. Como cantó Roberto Goyeneche la Balada para un loco de Astor Piazzolla: “Subite a mi ilusión supersport, y vamos a correr por las cornisas”.

Pero no todo es ilusión. Mientras Beane y Brand se asocian y creen en el método sabermétrico —célebre en el béisbol tras los análisis del estadista Allan Roth en 1947 con los Dodgers de Brooklyn—, basado en promedios objetivos para armar el equipo y elegir jugadores, deben enfrentar a otros personajes que resisten sus decisiones: los veteranos cazatalentos durante el momento clave del draft y el mismo entrenador de los “A's”, Art Howe, interpretado con clase por Philip Seymour Hoffmann. Las pocas escenas entre Pitt y Hoffmann son detalles que favorecen la dirección de Bennett Miller (Capote, 2005; The Cruise, 1998), y sobre todo al guión de Steven Zillian (La lista de Schindler, 1993) y Adam Sorkin, este último, recientemente recordado por su enorme trabajo en La Red Social (2010), repite método en el estudio de la ampliación de un nuevo campo de batalla y sale airoso.



Al comienzo las decisiones de la dupla Beane-Brand no dan frutos y el manager, espontáneo y sin vueltas, debe estabilizar el timón del barco y no se hace mayor problema si debe despedir en tres palabras a algún jugador estrella; pero al existir un proceso, o al menos una dirección de mando, las barreras terminan motivando a Beane, lo alimentan y, finalmente, las dulces llegan, logrando la panacea: las veinte victorias consecutivas de los “A's”, récord que sólo superan los Giants de Nueva York cuando en 1916 lograron veintiséis. Mientras el público, jugadores y los dueños del club deliran en el campo, Beane está ausente, se encierra en el vestuario a levantar pesas, a comerse las uñas.

Por otro lado Beane tiene su vida fuera del campo de juego, aunque siempre parece respirar, soñar y estudiar los “pitchs”, “catchs”, “strikes” y “home runs” —en la actualidad como manager, y en sus recuerdos como mediocre jugador— mientras conduce su auto o se distiende en su casa. Divorciado, es padre de Casey (Kerris Dorsey), quien lo conmueve apenas toca las cuerdas de su criolla, y en estas escenas previsibles Pitt se luce en sus gestos y expresiones, cuando no hay diálogo, se ve expuesto o “jugando de visitante” en la escena donde va a recoger a su hija a la casa de su ex esposa Sharon (Robin Wright), con su nueva vida de buen pasar junto a Alan, interpretado por el gran Spike Jonze, de sorpresiva aparición como la de Joe Satriani, punteando en su guitarra el himno de Estados Unidos previo a un partido.

En Uruguay, Moneyball se traduce en las salas de cine como El juego de la fortuna. Y está bien. Según el diccionario de la Real Academia Española, fortuna se define, entre otras cosas, como un “encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito”, una “circunstancia casual de personas y cosas”, y también como “suerte favorable”. Algo de esto hay: la fortuna dentro de la aceitada maquinaria del juego. Más allá del método analítico de Beane y Brand junto con sus computadoras y cálculos, el azar —ningún deporte es lógico—, los jugadores en el campo y las circunstancias actúan y definen. Una fortuna que no demoró en llamar la atención de otro de los equipos más populares y laureados de la Liga: los Red Sox de Boston, que luego del estupor que provocó la jugada de Beane, le ofreció una millonada para unirlo a sus filas. En 2004, sin el pan pero con la torta, los Medias Rojas se basaron en su método para campeonar.

Moneyball junto a The Damned United, de Tom Hooper (2009), uno estadounidense y el otro británico, son films que toman el mundo macro y micro del deporte, con su industria millonaria, su jerárquica burocracia retroactiva y miserias a la orden del día, para tomar otros caminos y patear el tablero, cambiar el juego, lejos de típicas recetas de triunfalismos baratos que Hollywood ha sabido alimentar desde el minuto cero. Ambos toman distancia, se basan en hechos reales y exponen a personajes de carne y hueso ante el espectador. Es que en el deporte, es fama, la realidad siempre ríe último ante la ficción.




Dirección: Bennett Miller

Guión: Steven Zaillian y Aaron Sorkin (basado en la novela Moneyball, de Michael Lewis)

Fotografía: Wally Pfister

Reparto: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffmann, Kerris Dorsey, Robin Wright, Reed Thompson

Duración: 133 minutos


Trailer: