viernes, 12 de abril de 2013

Cosmopolis, de David Cronenberg


La película, basada en la novela homónima de Don DeLillo, narra un día en la vida de Eric Packer: veinteañero yuppie multimillonario que recorre de punta a punta Nueva York, a bordo de su limusina, por un corte de pelo. Asimismo, el film es una feroz crítica de David Cronenberg al sistema capitalista. Un viaje al centro del desastre.

Cronenberg deja explícito el carácter expresionista y abstracto del film desde los créditos iniciales: un lienzo que recuerda a Jackson Pollock y su técnica del “dripping”. Luego presenta visualmente al personaje de DeLillo: Eric está recostado sobre su limusina blanca, listo para comenzar su viaje; viste un traje de primera clase y luce unos caros lentes de sol. Joven, apático, intocable, rico y apuesto, el personaje expone a uno de los tantos hijos favoritos del sistema económico capitalista. Es un idiota, un gran discípulo zen, un héroe posmoderno. Esta composición es llevada de forma notable por el actor Robert Pattinson (Crepúsculo, 2008; Bel Ami, 2012), en su mejor papel hasta la fecha. Su elección, un gran acierto del director.


Una vez dentro de la limusina, el espectador se interna en el mundo lúgubre de Eric: sexo casual, un examen de próstata, negocios. Todo dentro de la limusina-oficina, de la nave aislada a pocos metros de lo que sucede en las calles durante el viaje: una violenta revuelta popular contra un sistema que colapsa. Con su cámara dentro del vehículo, Cronenberg expande los límites del mundo interior de su héroe: el lento movimiento que contrasta con el descontrol del exterior.

En 1996 Cronenberg realizó Crash, adaptación de la novela homónima de J.G. Ballard, en la que el deseo mutaba con desenfreno entre la carne, el sexo y la mecánica de los autos; mientras en Cosmopolis, los mismos símbolos se introducen aislados de toda interconexión posible. En sus esencias, ambos films comparten la condición de simulacro. Por otra parte, si en Un método peligroso (2011), película anterior del canadiense, se confrontaban dos arquetipos de raciocinio, de hombres (el místico ante el racional, Jung ante Freud), era en pos de un examen del discurso formal y científico individual; mientras en esta nueva película ese mismo discurso se encuentra en estado de descomposición ante un estado del yo en constante crisis de acumulación y evacuación inmediata, alineado con la decadencia de un sistema financiero global.


Los diálogos buscan la fidelidad a la profética novela de DeLillo, publicada en 2003, pero adaptados por Cronenberg en tiempos del colapso financiero de 2008, del posterior movimiento Occupy y del final del primer gobierno de Barack Obama. Una de las mejores líneas del guión va por cuenta de Eric, cuando pregunta el porqué de la demora en el tránsito, que altera su viaje a la peluquería. “Es que está el Presidente en la ciudad”, le responde su asistente. “¿El Presidente de qué?”, expresa Eric. Todo un manifiesto de la rebelde vanidad y atemporalidad del personaje, que junto a tantos otros yuppies irresponsables por sus propios errores de especulación e inexperiencia han saturado a un sistema que se cae a pedazos. Eric comienza a perder sus millones y continúa en su indiferencia general.

Pero Eric va en dirección a su meta, donde lo abstracto del discurso apocalíptico previo deviene en experiencia física. Un corte de pelo, el regreso a un pasado que siempre estuvo ahí y el efecto del último acto de Cronenberg: el encuentro del joven con su exempleado Benno Levin (Paul Giamatti) en una casa destartalada, donde la tortura y la falta de individualidad se imponen al héroe como a los absortos habitantes del cuarto círculo del infierno profundo de Dante.




Dirección: David Cronenberg. Guión: David Cronenberg (basado en la novela “Cosmopolis”, de Don DeLillo). Fotografía: Peter Suschitzky. Vestuario: Denise Cronenberg. Música: Howard Shore. Elenco: Robert Pattinson, Juliette Binoche, Samantha Morton, Paul Giamatti, Sarah Gadon, Mathieu Amalric. 108 minutos. 2012.