sábado, 3 de diciembre de 2011

Habemus Papa, de Nanni Moretti



El cónclave elige al cardenal Melville como nuevo Papa, quien aterrado ante la decisión no asume su rol y la Santa Sede lo enfrenta con el psicoanalista Brezzi. El argumento de Moretti, en su unidad, abusa de la sátira y la comedia y no termina de convencer más allá de la correcta ambientación del Vaticano y de la soberbia actuación de Michel Piccoli.

El ganador de la Palma de Oro en Cannes en 2001 con La habitación del hijo vuelve a plantarse ante una institución de poder, ya sea esta el sistema político de su país o una de las primarias instituciones de la vida de cada ser: la familia, espacio donde más ha acertado Moretti a lo largo de su filmografía. Ahora es el turno del Vaticano, institución magna si las hay. En 2006 el cineasta italiano fue contra Silvio Berlusconi en El Caimán, y en Aprile (1998) mostró la mejor crítica cinematográfica a los vericuetos de la política italiana en los últimos veinte añosuno de sus mejores films junto con la autobiográfica Querido Diario (1993), aún más explícita en su manifiesto político, social y hasta familiar.

En Habemus Papa, Nanni Moretti realiza un estudio sobre la condición humana a través de su protagonista principal frente a su antítesis: el escenario externo e impuesto, el Vaticano, ante el interno, su persona. El cardenal Melville (Michel Piccoli) es uno de los candidatos a ser elegido nuevo Pontífice, tras la muerte del antecesor. Sus colegas, el resto de los cardenales, están en la misma: en su mayoría todos rezan para no ser nombrados. Finalmente, el llamado le llega a Melville y entra en estado de pánico, interno como escénico. Abrumado, no sale al balcón de la plaza San Pedro ante los miles de fieles congregados para el célebre evento de la asunción luego del humo blanco. No está preparado para su nuevo papel como líder de millones, para enviar el mensaje que esperan los cardenales, arriba, puertas adentro, y los seguidores abajo, en las calles, en plena vigilia.

Presentado el conflicto llega Nanni Moretti, el psicólogo Brezzi, a intentar cambiar su parecer. Mientras el hombre de ciencia busca ingresar en un escenario ajeno y desconocido, con sus propias reglas, el hombre de fe, Melville, abandona su escenario y escapa a Roma, la gran ciudad, y se codea con devotos y ateos por igual. El conflicto propone un intercambio de roles.

Lo que a través de la trama Moretti elabora como comedia con claras influencias coterráneas, neorrealistas y hasta woodyallenescas, con la relación de éste como psicólogo junto a los cardenales, por un lado expone un vínculo, un sentido de grupo, a través de la competencia deportiva y su organización, con los diferentes equipos de cardenales disputando un torneo interno de volleyball según sus nacionalidades competición con guiños a un Mundial de Fútbol de tiempos actuales, con Oceanía como la cenicienta y Latinoamérica la grata revelación. Pero por otro lado esto parece demasiado falaz, más allá del universo autorreferencial y mimético del absurdo si tomamos en cuenta, primero, la presentación del psicólogo frente al conflicto existencial de Melville, y luego las ulteriores bifurcaciones del conflicto. Moretti se convierte en el guía, el líder del grupo que trata a los cardenales como niños en un campamento de vacaciones: los reúne y con una pelota los divierte. Y pasan los minutos... Un razonamiento facilista, por momentos con tintes de ateísmo tribunero y estereotipado en exceso. De Moretti hay que esperar más. Roza lo inverosímil el rumbo del guión y su énfasis en el trato con cuasi inocencia pagana al grupo de los cardenales, todos candidatos a ser el nuevo Papa, el líder de una de las organizaciones de poder más significativas del mundo, la Santa Sede. Estos no son bebés de pecho y Moretti no es una maestra de jardín de infantes.

No es que siempre deba haber conflicto necesariamente entre las partes, a priori antagónicas (ciencia y fe), como sí se le presenta en una primera instancia al espectador; pero en Habemus Papael cineasta impone su mensaje a la ligera en ejemplos claros: la escena de la canción "Todo Cambia", de Mercedes Sosa quizás sea este un anticipado y contundente adiós al fin de la era Berlusconi, y en el intento de rescate al Papa por parte de los cardenales en un teatro capitalino: escenas poco creíbles, remiendos en el argumento, escogidos por Moretti.

Por otro lado está Melville, interpretado por Michel Piccoli, el salvador del film. Su actuación es lo mejor de Habemus Papa, y por lejos. Un fuera de clase elegido en su momento por Luis Buñuel en Belle de Jour (1966) y en El discreto encanto de la burguesía (1972); por Alfred Hitchcock en Topaz (1969); y por Jean-Luc Godard en Le Mépris (1964). Su nombramiento como Papa se impone a Melville, un hombre que siempre deseó ser actor de teatro y recitar a Chéjov en el escenario. No más que eso.

El progreso del conflicto interno de Melville, su resistencia ante su nuevo destino según las reglas de la institución a la que dedicó gran parte de su vida, es lo más gratificante del film junto con la ambientación del Vaticano de Moretti, la fotografía de Alessandro Pesci y el vestuario de Lina Taviani. La última escena de Habemus Papa es bella, estoica y más que correcta; lástima que los remiendos en la trama se pueden ver hasta en las butacas del cine, mientras caen los créditos finales. En Habemus Papa non habemus al mejor Nanni Moretti.

Dirección: Nanni Moretti.
Guion: Nanni Moretti, Francesco Piccolo y Federica Pontremoli.
Fotografía: Alessandro Pesci.
Música: Franco Piersanti.
Reparto: Michel Piccoli, Nanni Moretti, Jerzy Stuhr, Renato Scarpa, Franco Graziosi, Camillo Milli.
Duración: 102 min.

domingo, 27 de noviembre de 2011

El funeral blanco: Faith No More en Uruguay




Para el miércoles 9 de noviembre, meteorología pronosticó alerta naranja por fuertes vientos y precipitaciones en Montevideo. Lo que no avisó fue que a las 22 horas llegaba la alerta roja al Parque Rodó, el funeral blanco, la presentación de Faith No More.

La alerta naranja, por parte de meteorología, vaticinaba para el miércoles fuertes vientos y precipitaciones en Montevideo: a las 16 horas salió el sol, a las 18 cambió para gris, con lluvia y truenos; a las 22 el cielo estaba despejado, cuando Faith No More pisó el blanco escenario del Teatro de Verano, cerrando la tercera y última fecha del festival Primavera 0.

Previo al estreno de los californianos, el ex Peyote Asesino y Kato, Fernando Santullo, abrió la tercera y última jornada del festival Primavera 0 bajo una lluvia torrencial, la que el cantante aprovechó para ambientar varias de sus canciones con su estilo misceláneo funky, rap, hip-hop y tanguero: “La humedad”, “Al viento”, “Esencia”, “Pa’ bailar”, “Solo” —cover de Los Estómagos—, “Más abajo” —de su etapa en Kato—, y un cierre a todo “peyote” con los invitados Carlos Casacuberta y Pepe Canedo para tocar “Cable pelado”.

What a day

En una palabra, para ser breve y pertinente con la banda: épico. Así fue el concierto que los californianos dieron en el Parque Rodó en la noche del miércoles. Poco después de las 21 horas, la densa lluvia daba tregua en el Parque Rodó, mientras técnicos y plomos preparaban el funeral blanco. Se venía algo importante: un escenario albo, con coronas de flores, rosas, claveles y jazmines rodeando parlantes y la fosa.



Sobre las 22 horas, finalmente, llegó la alerta roja, con sus cinco integrantes vestidos de blanco: Mike Bordin (batería), Roddy Bottum (teclados), Bill Gould (bajo), Jon Hudson (guitarra) y Mike Patton (voz), de bastón, pisaban por primera vez un escenario en Uruguay.

La banda brindó un repertorio de sus clásicos: la apertura con la instrumental “Woodpecker from Mars”, “From out of nowhere”, “Midlife crisis”, “Caffeine”, “Evidence”, “Ashes to ashes”, “Epic”, “Last cup of sorrow” —su videoclip, uno de los tributos y parodia audiovisual más dignos del film Vértigo, de Alfred Hitchcock—, “King for a day”, “Just a man”, la libérrima “We care a lot”, una nueva y “misteriosa” canción, de la cual los fans en las redes sociales ya han comenzado a generar especulaciones, y los covers “Delilah”, “Easy” y “Started a joke”, de Tom Jones, The Commodores y los Bee Gees respectivamente.

Durante el concierto, los californianos se mostraron serviciales y hasta sorprendidos ante el público más cálido de las tres fechas del festival, que la lluvia mortificó durante la espera. Gould y Bottum intercambiaban palabras en un forzado español con acento mejicano, Bordin con toda su clase y método en la percusión, y Patton fue por más, como costumbre: desde la versión en español de “Evidence”, pasando por su intacta calidad de magnífico crooner (“Easy”, “Ashes to ashes”, “Just a man”) hasta sus clásicas arremetidas como un león herido, al estilo de Phil Anselmo, vestido como pae religioso, en “Cockoo for caca” y en “Surprise! You're Dead!”. La última canción de la noche fue “I started a joke”, el cover de los Bee Gees, que Patton refundó.

Faith No More pasó por Uruguay y dejó algunas cosas en claro: aunque lleven catorce años sin sacar un nuevo disco, están más vigentes que nunca; como moneda corriente, la mutabilidad de estilos y la retroactiva potencia en vivo de la banda; una puesta en escena admirable —por lejos, la mejor en la historia del Teatro de Verano—; la perenne ambigüedad de su líder, Mike Patton, ese enorme y versátil cantante, uno de los más notables que no sólo dio el rock alternativo, sino la historia de la música. En resumen, este fue uno de los conciertos más trascendentes que pasaron por nuestro país. Fue un funeral blanco, toda una despedida, toda una bienvenida.




Setlist:

    1. Woodpecker From Mars / Delilah
    2. From Out of Nowhere
    3. Cuckoo for Caca
    4. Caffeine
    5. Midlife Crisis
    6. Evidence
    7. Easy
    8. Ashes to Ashes
    9. Epic
    10. The Gentle Art of Making Enemies
    11. Last Cup of Sorrow
    12. King for a Day
    13. Stripsearch
    14. Surprise! You're Dead!
    15. Just a Man
    16. (Canción inédita)
    17. We Care a Lot
    18. I Started a Joke

El comienzo del show: “Woodpecker From Mars” y “Delilah”.

viernes, 11 de noviembre de 2011

The eternal noise: Sonic Youth en Uruguay




Una de las presentaciones más esperadas de este año en Uruguay se concretó este martes, cuando Kim Gordon, Thurston Moore, Lee Ranaldo y Steve Shelley —junto al ex Pavement, Mark Ibold— pisaron el escenario de un Teatro de Verano prácticamente colmado.

Previo al show, los argentinos Banda de Turistas, con su rock psicodélico e influencias rockabilly y beat, abrieron la jornada. Luego de su breve performance, con recepción fría del poco público presente, cayó la noche y llegaron los uruguayos La Hermana Menor, liderados por Tüssi Dematteis, repasando canciones de sus discos Todos estos cables rojos (2007) y Canarios (2010). La banda, que no suele realizar estas performances poco intimistas al aire libre, se manejó con oficio ante la recepción del público. El show osciló entre climas y funcionó: desde el arranque con “Inútil” hasta “Parque Rodó”, destacándose el trabajo de percusión en conjunto de Pol Sónico (Supersónicos) y José Nozar (Buenos Muchachos).



La Hermana Menor

Luego del climático concierto de La Hermana Menor, llegó el huracán. Apenas pasadas las 22 horas, Sonic Youth se estrenaba en vivo en Uruguay. Abrieron, como costumbre en su actual gira, con “Sacred Trickster”, primer track de The Eternal (2009), con la juvenil Kim Gordon —de increíbles 58 años— irrumpiendo, micrófono en mano; junto a Ranaldo y Moore, ensimismados en su sonido “noise”, experimental, que la banda fue precursora desde sus comienzos en 1981: estridencia pura, coordinación entre pedales varios y los sonidos con los palos de batería, o con la mano abierta sobre las cuerdas. A esto sumarle los bombazos de ese gran baterista llamado Steve Shelley. El huracán había llegado.

A mi lado, cerca de las primeras filas, alguien encendió un porro: quizá como celebración de lo que comenzaba, acomodándose. Luego llegaron “Calming the snake”, y clásicos como “100%”, “Sprawl”, “Eric’s Trip”, “Sugar Kane”, “Teenage Riot”, la maquinaria y metálica “Brave men run (in my family)”, y una de las más esperadas por el público: “Death valley 69”. Durante este tema, vi que seguía a mi lado el fumador, ahora quieto y pasmado, y quizá hasta perseguido por la violencia del sonido.



Sonic Youth

"Tom Violence" fue el final, tras los incesantes aplausos y gritos de un público que no se conformaba. Asimismo, en los bises, hubo “duelo” de guitarras entre Ranaldo y Moore: literal, utilizándolas como espadas, como si fueran guerreros de la distorsión. Que lo son.

La juventud sónica pasó por Uruguay. Y arrasó.


Setlist:

1. Sacred Trickster

2. Calming the snake

3. Starfield Road

4. 100%

5. Eric’s trip

6. Sprawl

7. Cross the breeze

8. Schizophrenia

9. Flower

10. Drunken

11. What we know

12. Teenage riot

13. Sugar Kane

14. Brave men run / Death Valley 69

15. Tom violence


“Sacred Trickster”, vivo en el Teatro de Verano:

sábado, 22 de octubre de 2011

El Rey León (1994-2011)



Visceral, épica, la menos infantil de las historias animadas de Disney de los últimos treinta años regresa en formato 3D tras diecisiete años de su estreno. Más allá del paso del tiempo y los nuevos artificios tecnológicos, la obra aún mantiene su esencia, su “ciclo de la vida”, entre la reflexión impresionista y su grito ¡Hakuna Matata!

Millones de espectadores tienen su película Disney favorita; aunque más allá que a algunos se les complique elegir, siempre existe una que se destaca del resto. Yo tenía trece años cuando vi por primera vez en el cine El Rey León (1994) y jamás la olvidé, ya sea por la identificación como espectador, por experiencia de vida —mi propio padre había fallecido meses atrás—, por su arte cinematográfico y musical, y finalmente por su argumento, o al menos lo primario de éste y sus posteriores bifurcaciones, su tragedia central y ulterior proceso: la muerte del Rey Mufasa, el exilio, el aprendizaje, el retorno y la asunción del heredero Simba al trono.

El film comprende los pormenores en el desarrollo de una dinastía y una verdad que no escatima en sensibilidad en la escena de la muerte del Rey, del padre, que asimismo aplica la “teoría del iceberg” que hizo célebre, en relación a la trama narrativa, el escritor estadounidense Ernest Hemingway. En teoría, el texto, el discurso, se compara con un iceberg, del que asoma a la superficie algo así como un tercio de su organismo, mientras los otros dos tercios quedan debajo del agua para que el lector-espectador los desarrolle en otro plano. Es un ejemplo de sugerencia: lo poco que se ve y se lee es potenciado por lo que lo sostiene y no se aprecia a simple vista, pero que conforma y sostiene el todo, la unidad. En práctica, Scar (Jeremy Irons), hermano de Mufasa (James Earl Jones), malo como Caín, lo asesina tras la ejecución de un complot junto a las tres hienas idiotas Shenzi (Whoopi Goldberg), Banzai (Cheech Marin) y el risueño Ed, y comienza la agonía, con Simba (Matthew Broderick) acercándose a su padre muerto tras caer desde un barranco por (in)acción de Scar y luego de ser atropellado por una estampida de ñus iniciada por las hienas, y en su inútil intento de que sobreviva, el cachorro lucha para quedar debajo de la pata de su progenitor, acurrucado, entre sollozos. El final de la escena, todo un golpe bajo y quiebre en la trama, puede ser devastador quizá hasta más para grandes que para niños.



Griegos, Shakespeare y chamanismo: la muerte como punto de partida

Luego de la muerte del Rey, el tío Scar toma las riendas del poder en un argumento que invoca a las tragedias de Esquilo como a las de Shakespeare, a Ricardo III como a Hamlet, y al célebre recurso de los soliloquios de los actores —por ejemplo, la explícita referencia en la escena donde Scar sostiene un cráneo en su mano, como lo hace Hamlet en la escena del cementerio—. Sin dejar de lado a los griegos, añadimos a Platón y a Homero a la lista, a la Apología de Sócrates del primero y a La Odisea del segundo: en el primer caso, cuando Scar, nuevo líder, primero culpa a su sobrino de la muerte de Mufasa y luego lo expulsa del reino, aunque con las evidentes diferencias: no es lo mismo la innegociable acción de respuesta por parte del filósofo ante el castigo que esgrime el poder de turno que el embauque al felino inocente más allá de su destino final; y aquí la semejanza con el periplo y regreso a casa de Ulises ante los pretendientes de Penélope, ante Scar en su reino. La presencia del mandril Rafiki actúa como símbolo de sabiduría, la voz de la reflexión del aprendiz Simba. Sus referencias visuales y ancestrales, su barba blanca, su bastón, su rostro pintado, su mirada y el tono de su voz (Robert Guillaume), rescatan la importancia de la oralidad y la vejez, famas en la cultura helénica como en el chamanismo en Oriente o la magia negra en África.

Hakuna Matata, la vida sin problemas

Una vez consumada la escena de la muerte de Mufasa, la trama realiza un nuevo quiebre, el que nos recuerda que este es un film inicialmente para niños, un film Disney. Entonces se deja atrás la tragedia para pasar a la comedia, a la luz, y aparecen dos nuevos amigos de Simba en su exilio: el suricato Timón (Ernie Sabella) y el jabalí Pumba (Nathan Lane), los que lo adoptarán y educarán para que se tome la vida con la máxima “Hakuna Matata”, en lenguaje Swahili, una vida sin problemas, sin preocupaciones. Simba crece y vive en un paraíso terrenal, donde su nueva educación incluye hasta alimentarse de larvas e insectos.



Pero aquí también los paraísos son artificiales. Como cantó Patricio Rey Y Sus Redonditos de Ricota en Luzbelito y las sirenas (Luzbelito, 1996): “La vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo”. No es que Simba sea un león ricotero al pie de la letra, pero deberá enfrentar su destino —a través de las voces conscientes de Rafiki y la de su amigovia Nala tras un accidental encuentro— y regresar, como Ulises y el Príncipe de Dinamarca, a casa a poner orden.

Por supuesto, el 3D es un detalle que no atenta contra la trama ni ante los conceptos de animación Disney realizados en 1994. Lo mejor que propone este artificio tecnológico es en la escena de la estampida de los ñus, en los bucólicos paisajes de la sabana africana y en las miradas de las hienas en el oscuro reino de Scar. No mucho más que uno recuerde. Por otro lado continúan ahí, inmunes al paso del tiempo, la dirección de Rob Minkoff, el guión de Irene Mecchi, Jonathan Roberts y Linda Woolverton, el peso de las voces de los actores y el trabajo musical a cargo de Elton John, Hans Zimmer y Tim Rice.

Han pasado diecisiete años y nada ha cambiado. El Rey León fue, es y será un film de aprendizaje. Este es su reino salvaje: por su estructura narrativa, su calidad cinematográfica y musical, su compromiso y por su destino final, que siempre resistirá el paso del tiempo nutriendo su propio ciclo de vida sin fin.




Trailer:






lunes, 19 de septiembre de 2011

Super 8, de J.J. Abrams (2011)





Jeffrey Jacob Abrams dirige un film que rinde tributo al cine y fundamentalmente a las producciones de Steven Spielberg (Amblin Entertainment) durante la década de los años ochenta, de sábados de matinée, con un grupo de niños como protagonista, la desidia de los adultos y un extraterrestre cautivo en un mismo plano narrativo. Super 8 es más que un calco referencial a un estilo conocido, es una efectiva fiesta de la nostalgia.


Super 8
es un tributo al cine y, esencialmente, a cierto espectador que puede situar sin problemas a este film en el anaquel, en la memoria, próximo a E.T (1982) y Los Goonies (Richard Donner, 1985), el primero dirigido y el segundo producido por Steven Spielberg en Amblin Entertainment, empresa cinematográfica fundada en 1981 por Spielberg, Frank Marshall (Aracnofobia, 1990; ¡Viven!, 1993) y la productora Kathleen Kennedy. El film dirigido por J.J. Abrams —creador de la exitosas series de televisión Lost (2004-2010), Fringe (2008-actualmente), y de los films Misión Imposible III (2006) y Star Trek (2009)— es un homenaje con todas las letras a Spielberg, que asimismo ejerce como productor. El espectador que reconozca este campo preestablecido seguramente disfrute del film; el que lo desconozca, quizá pierda sus detalles esenciales, su metalenguaje, y quedará atado a una historia que reúne a un grupo de niños, aventuras, comedia, drama, ciencia ficción, un monstruoso extraterrestre y no mucho más.

La trama nos ubica en 1979 en el pueblito de Lillian, Ohio. El film comienza con un duelo, un golpe a la niñez: el velorio de la madre de Joe (Joel Courtney) y un incidente con un visitante, Louis Dainard, implicado en su muerte accidental. Meses después encontramos a Joe y a su grupo de amigos liderados por Charles (Riley Griffiths), compinche y director, en busca de filmar una película sobre zombies: su personaje, relacionado con ironía y humor con el célebre Orson Welles, resulta simpático e inocente más allá de sus guiños repetitivos; Alice (Elle Fanning) es la actriz, la musa del grupo y especialmente de Joe, quien le expresará con más gestos que palabras su amor; Cary (Ryan Lee) es el típico personaje festivo y torpe, el explorador que lleva los cuetes, el encargado de los “efectos especiales”, ejecutado en semejanza al asiático Data de Los Goonies.



Abrams, a su manera, es también uno de estos niños. Si hay algo que rescata Super 8 es el sentido de pertenencia, de compartir y cuidar un secreto, que su realizador ejemplifica desde el título, la imagen-icono de la película de 8 mm como punto de partida, de aventura, de cine en la mano, el artefacto que rescata la realidad: la situación presencial de los niños en el accidente ferroviario y el escape de un cautivo extraterrestre, que por supuesto las fuerzas militares y policiales perseguirán.

El elenco es aceptable, más que nada por los niños, primero como grupo y luego por algunas de sus partes, donde se destacan Charles (Riley Griffiths), Alice (Elle Fanning) y el expresivo Joe (Joel Courtney). En el caso de los adultos, se manejan bajo un escenario intencionalmente impuesto: están solos, no comprenden, actúan como zombies. Roles secundarios para el policía pueblerino Jackson, padre de Joe (Kyle Chandler), el sargento Novac (Noah Emmerich) y para el problemático Louis Dainard, padre de Alice (Ron Eldard), aunque este último manifiesta en su rol la incomunicación y sentimientos del mundo adulto.

Las escenas más conmovedoras de Super 8 son las que exteriorizan el contacto, con destacada participación del compositor de la banda sonora, Michael Giacchino (Lost; Up, 2009). Tres ejemplos: los niños y su descubrimiento, su presencia directa e inocente en el accidente, en el acto; el encuentro de éstos con el extraterrestre, el otro, en su cueva, su refugio —nueva similitud con Los Goonies­—, y la posterior resolución; y el más directo: la analogía con E.T. en el contacto del collar de la madre de Joe con el extraterrestre. Estas escenas contrarrestan el conflicto generacional, mucho menos relevante en la trama, que coloca de un lado al sentido de grupo y unidad en los niños, el rescate de la infancia —que recuerda a Stand by me (Rob Reiner, 1986)—, y en el otro su oposición irreconciliable: los adultos.


La cuestión de base de Super 8 radica en la operación en el método, en su fin, dejando de lado aportes propios al espacio preestablecido —por ejemplo, si Adventureland (Greg Mottola, 2008) es un rescate autosuficiente y consciente de un pasado que jamás volverá, Super 8 no se propuso ni siquiera un mínimo reto a su idea medular—; pero por otro lado es un calco perfecto e intencional a la obra de otro cineasta, un tributo que acumula referencias y guiños que han funcionado en su momento a la perfección pero que aquí, décadas después, manifiestan que su propósito inicial no es buscar su propia voz sino generar el regocijo de una fórmula que resulta correcta dentro de sus propios límites de narración cinematográfica. Dentro de este espacio, Abrams realizó una fiel celebración, cine dentro del cine, que llega a su cénit con la ejecución de la home movie de los niños mientras caen los créditos finales.


Director y guión: J.J. Abrams

Productor: Steven Spielberg

Fotografía: Larry Fong

Música: Michael Giacchino

Elenco: Elle Fanning, Kyle Chandler, Amanda Michalka, Ron Eldard, Noah Emmerich, Gabriel Basso, Katie Lowes, Joel Courtney, Zach Mills, Marco Sánchez.

Duración: 112 minutos

Paramount Pictures / Amblin Enterntainment / Bad Robot


Trailer:


viernes, 9 de septiembre de 2011

El planeta de los simios: (r) evolución, de Rupert Wyatt (2011)



El film de Rupert Wyatt desempolva una saga dueña de más sombras que luces y la refresca desde la base de su argumento: la constitución, expresión y evolución del líder de una rebelión, el simio César. Un protagonista fuera de tiempo y espacio. Den al César lo que es del César, y al cine lo que es del cine.

El planeta de los simios: (r) evolución no es la peor traducción posible de Rise of the planet of the apes, su título original, aunque dista de ser correcta. Revolución no es lo mismo que ascensión. De todos modos, el film actúa como precuela del clásico El planeta de los simios, dirigido por Franklin J. Schaffner en 1968 y basado en la primera novela del escritor francés Pierre Boulle en 1963. Cuarenta y tres años después, se narra el origen de la rebelión de los simios -que en un futuro ambienta la obra de Schaffner, ya con los primates gobernando el planeta-. Y aquí algunas de sus diferencias: mientras la primera película se especializa en el individuo, con la efectiva e inolvidable escena de George Taylor (Charlton Heston), el hombre, de rodillas y derrotado ante los restos de la Estatua de la Libertad como hipérbole, y su creíble mea culpa y lamento por la condición humana, o mejor dicho por su acción, la nueva se inclina a la constitución y evolución del líder de una rebelión: el simio César. Según parte de su argumento -la rebelión de simios contra humanos-, y teniendo en cuenta el conjunto de la saga, la nueva obra se relaciona más a Conquista del Planeta de los simios (J. Lee Thompson, 1972) que a cualquier otra.

El médico Will Rodman (James Franco) investiga la cura del mal de Alzheimer bajo el paupérrimo liderazgo del médico-empresario Steve Jacobs (David Oyelowo). El primate hembra "ojos brillantes", capturada en la jungla, dueña a través de una terapia genética de "la cura" para la enfermedad a estudio, es asesinada a balazos durante un incidente en el laboratorio y deja a su crío huérfano, y hereditario genético, que Will decide llevar a casa para salvarlo de ser sacrificado y lo bautiza con el nombre de César. Se deja el escenario del laboratorio y se pasa al hogar, espacio familiar donde se desenvuelve el conflicto generacional: la relación padre-hijo, tanto la de Charles (John Lithgow) con Will, y la de este último con César (creado digitalmente sobre la actuación de Andy Serkis) en su calidad de padre adoptivo. El conflicto se nutre de una realidad, una experiencia: Charles sufre de Alzheimer y su hijo lo medica clandestinamente con importantes adelantos, aunque pronto aparecen los evidentes problemas de convivencia entre los distintos mundos, que terminan con César en un centro de reclusión para primates.

Volviendo al concepto de evolución, éste radica, en primer término, en lo que le ocurre a César desde el primer hasta el último minuto del film. A vuelo de pájaro, su confinamiento y luego en la ascensión de una rebelión bajo lema de mosquetero "Uno para todos y todos para uno". El simio pasa de víctima a líder, y protagonista fuera de tiempo y espacio, gracias al acierto de los guionistas Rick Jaffa y Amanda Silver. En segundo término, la película es toda una evolución respecto a la última versión de El Planeta de los simios realizada diez años atrás, a cargo de Tim Burton, que se pasó de autorreferencial, caprichoso, y con su autobombo artístico no sólo destruyó su película, sino que casi destruye toda la saga. En cambio el director británico Rupert Wyatt (El escapista, 2008), con orden y sobre todo con mucha más humildad, la refrescó y levantó, sin perseguir la panacea cinematográfica.

Wyatt logró varios aciertos: la exposición del escenario, del espacio visual. Aunque gozara de los actuales adelantos tecnológicos, San Francisco no le quedó grande, ciudad con peso propio como pocas en Hollywood -desde Vertigo (1958) y The Birds (1963) de Alfred Hitchcock hasta Bullit de Peter Yates (1968)-. La batalla en el simbólico Golden Gate entre animales, entre hombres y simios, entre armas y músculo, entre lógica e instinto, funciona y es efectiva como metáfora, como puente. Para expandir aún más el logro, la labor del equipo técnico de Weta Digital en las animaciones CGI y efectos en los movimientos y expresiones de los simios es más que un lujo: es la dirección tecnológica a la representación visual deseada, una alternativa "forma ilusoria y sensorial del mundo", citando a Arthur Schopenhauer.

Asimismo, dentro del espacio visual establecido -y aquí toda una sorpresa subjetiva como espectador- en la película se aprecian referencias al universo cinematográfico o, al menos, a momentos claves de su historia. Como el caso de la aproximación de su argumento con el de Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), más allá del esclavo que lidera una rebelión; de la semejanza de César, en la relación amo-creación, con Frankenstein (James Whale, 1931); o por otro lado, mucho más subjetivo, a Alfred Hitchcock. No porque la historia se desarrolle en San Francisco, escenario predilecto del Maestro, sino que en este caso se aprecia en la primera escena en que se presenta el avasallante espacio natural del bosque Muir y sus típicas sequoias, cuando Will y su novia Caroline llevan a pasear a César. Aquí, Wyatt rinde tributo a su compatriota de forma inmediata: un plano que recorre una sequoia, brindándole importancia como en la célebre escena de Scottie y Madeleine en Vertigo. Mientras que en el film de Hitchcock el árbol es más pulsión que el peso de la naturaleza o el paso del tiempo, en el caso de Wyatt no es más que un sutil tributo junto con la presentación de un espacio cohabitado por hombres y simios.

No sólo hay referencias cinematográficas, sino también están las literarias, mucho más explícitas. Por ejemplo en la elección del nombre del simio por parte de Will: en una escena en su casa se aprecia, adrede, la tapa del libro Julio César, la tragedia de William Shakespeare basada en la caída del emperador romano, y que puede llevar a más de uno a alejarse por un momento de la saga y pensar en paralelismos entre las obras, quizá con la obviedad de las llegadas de los traidores en un futuro. Por supuesto, este razonamiento no es más que una especulación.

Pero más allá de referencias, nada es perfecto y menos en el cine. Lo que el guión destina con aciertos a la concepción y expresiones en los simios, lo pierde en el resto del elenco, los humanos: James Franco, Freida Pinto (Caroline, novia de Will), Tom Feldon (Dodge, el carcelero de los simios) y David Oyelowo pasan sin pena ni gloria, especialmente este último, un cliché caminante ávido de dinero. Ni siquiera el veterano Brian Cox (John Landon, autoridad de la cárcel) asoma la cabeza. Los únicos que superan la prueba son John Lithgow como Charles Rodman, padre de Will, y Andy Serkis, interpretando junto a la tecnología a César, como años atrás lo hizo con Gollum en la trilogía El Señor de los Anillos de Peter Jackson. 

Rise of the planet of the apes, según su nombre original y la determinación de la palabra "rise", supone la presentación de César y su ascensión, rebelión y también su evolución como líder. Asimismo, Rupert Wyatt logra su propósito: desempolvar y refrescar la saga y tomar la base de la historia para construir y bifurcar sus propios argumentos. Pero éste no es su mayor triunfo, sino que en tiempos vertiginosos del cine actual y comercial de Hollywood, repleto de efectos y tecnologías con poco efecto trascendente, aplica con precisión los artificios y pasa la prueba, además de contar con una historia bien narrada y que va por más.



 
Director: Rupert Wyatt
Guión: Rick Jaffa, Amanda Silver
Fotografía: Stephen F. Windon
Elenco: James Franco, Andy Serkis, John Lithgow, Brian Cox, Freida Pinto, Tom Feldon, David Oyelowo
Duración: 105 min
20th Century Fox



Trailer:

miércoles, 1 de junio de 2011

50 razones para ver y estudiar "The Wire"


Omar Little y Jimmy McNulty, dos piezas claves


The Wire (2002-2008) es la serie de televisión que hasta el momento llevó más al límite los artificios de este lenguaje audiovisual y modo narrativo. En años donde el formato se bifurca precipitadamente, una subjetiva aproximación sobre la importancia de una serie que analiza con precisión y fidelidad la ciudad de Baltimore, Maryland. Una entrada por la ventana a los Estados Unidos de América.



“...y todas las piezas importan”

Lester Freamon (Episodio “The Wire”, Temporada 1)


But I ain't never crossed a man that didn't deserve it
Me, be treated like a punk, you know that's unheard of

Coolio, Gangsta’s Paradise



1.
The Wire es la serie de televisión que hasta el momento llevó más al límite los artificios de este lenguaje audiovisual 2. Aquellos que la señalan como la gran novela en lo que va del siglo XXI, bajo semejante declaración, no erran 3. Lo que comprende la obra: sus partes por separado y como unidad 4. La ciudad de Baltimore, el tablero de ajedrez. 5. Sus piezas, la evolución, involución, y el tránsito de sus personajes (reyes, peones, caballos, torres, alfiles), sin excepción alguna. A modo de explícito ejemplo, la escena del “ajedrez”, cuando Dee Angelo enseña a jugarlo a Bodie y Wallace utilizando metáforas (The Buys, Temporada 1) 6. La apertura del campo de estudio para abarcar la ciudad de Baltimore: la policía, las calles, la delincuencia, las drogas, el sindicato de trabajadores de su puerto, la política, el sistema educativo y los medios de prensa 7. Baltimore, ciudad en su mayoría de población afroamericana, y su juego: “It’s all in the game”. Lo que sucede en la ciudad, en sus diferentes aristas. 8. El Poder y sus armas: balas, dinero, trajes y maletines 9. El nombre de la serie, The Wire: las escuchas telefónicas, los pinchazos a la línea como puntapié inicial a la Mise-en-scène 10. El puntilloso trabajo de David Simon, su creador 11. Las presencias de algunos de sus colaboradores: Dennis Lehane, Rafael Álvarez y Georges Pelecanos (escritores, guionistas); Robert Colesberry, Joe Chapelle, Ed Bianchi, Agnieszka Holland (directores) 12. La primera escena de la serie (que inicia con la imagen de la línea de sangre sobre el pavimento) 13. Jimmy McNulty: entre el arquetipo del policía moderno, el padre de familia y el terco borracho. Su perseverancia dentro del descontrol 14. Omar Little, su presencia en cada escena: temible con su escopeta y su chaleco antibalas, temible en sus palabras, su silbido y la cicatriz que le recorta el rostro; los niños lo ven venir, corren y gritan para avisar “¡Ahí viene Omar!”. Los códigos y la sobria homosexualidad del hombre más temible de los barrios bajos de Baltimore 15. La dualidad dialéctica entre los gángsters Avon Barksdale y su mano derecha, Russell “Stringer” Bell: los negocios según la escuela de la calle y la universitaria 16. El hilo narrativo de la serie, sumiso a los griegos Sófocles y Esquilo, a los rusos (desde Gorki hasta Dostoievski) y a clásicos ingleses como Shakespeare o Dickens. El tiempo manipula a los personajes, y no viceversa. Toda una novedad en una serie de televisión, donde los minutos suelen ser tiranos y comprimen argumentos 17. En su momento de estar al aire (de 2002 a 2008) no contó con demasiados espectadores; estos preferían otras series. Tras su ninguneo durante esos años, el paso del tiempo le ha devuelto su jerarquía. Un dato al respecto: Baltimore, al ser una ciudad con mayoría de ciudadanos afroamericanos, y la vida de éstos como protagonistas en esta serie en particular, para algunos, atentó directamente a su popularidad en ratings de espectadores. Lo referido en la razón 16 también influyó: el manejo de la trama, de los tiempos y recursos de narración le jugaron en contra ante un público mainstream 18. Cierta crítica la valoró en su momento, y le hizo justicia. La serie nunca estuvo sola, más allá que estuvo a punto de ser cancelada 19. The Wire es la serie de televisión “anti CSI” por excelencia 20. Las escuchas, los pinchazos en las comunicaciones como métodos (útiles como inútiles) utilizados por la policía para perseguir a los criminales 21. La incompatibilidad entre partes (piezas-personajes): los que mantienen los “códigos”, y los que ya los perdieron o nunca los tuvieron. La primera temporada mantiene un abismo de diferencias con la quinta, con denuncias de los propios protagonistas 22. Las diferentes versiones de la canción Way down in the hole, de Tom Waits (Temporada 2), interpretada por The Blind Boys of Alabama (Temporada 1), The Neville Brothers (Temporada 3), los jóvenes de Baltimore DoMaJe (Temporada 4), y Steve Earle (Temporada 5) 23. Las aperturas de los episodios, previas a los créditos iniciales 24. Los epígrafes en blanco, sobre fondo negro. Uno de éstos, quizá resume lo que representa The Wire: “...y todas las piezas importan”, dicha por Lester Freamon, el metódico encargado de las escuchas telefónicas (The Wire, Temporada 1) 25. La primera escena de este mismo capítulo: el cuerpo torturado y ultimado de Brandon (novio de Omar) sobre un automóvil al aire libre como mensaje, y la cámara recorriendo un cable para ingresar a la propiedad, la habitación del joven Wallace: un tributo del director del capítulo Ed Bianchi a Alfred Hitchcock en su escena inicial de Psycho (1960) 26. El proyecto Hamsterdam 27. Las idas y vueltas de los policías Herb y Carver 28. Omar Little testificando en el juicio al gángster Bird (All prologue, Temporada 2) 29. Chris y Snoop: su aura de ejecutores y sepultureros en el alternativo cementerio 30. El joven Marlo Stanfield. Sus semejanzas con Russell Bell y diferencias de líder ante Avon Barksdale, Wee-Bay o Proposition Joe. Marlo como símbolo del paso del tiempo: la nueva forma de operar, la quimera del nuevo capo gángster 31. Los funerales en el bar de los policías. El contraste narrativo entre uno de éstos y el de Tasha, amiga de Omar Little muerta tras una balacera (Dead Soldiers, Temporada 3) 32. Bubbles y su lucha interna como adicto, como persona 33. El estoicismo de dos personajes: Cedric Daniels (su ascenso como policía, entre el deber y su ética) y Mouzone, el implacable asesino a sueldo (“Lo más peligroso en Estados Unidos es un negro con carnet de biblioteca”, Storm Warnings, Temporada 2) 34. Cutty y su gimnasio de box: un breve espacio de inclusión social 35. Butchie, el oráculo. El amigo ciego de Omar y su tesorero personal. Su personaje vale cada una de sus palabras, de las escenas que le pertenecen. 36. El ascenso del político demócrata Thomas Carcetti, su llegada al poder y su permanencia 37. El diario de la ciudad, The Sun. Como la policía de Baltimore, debe hacer mucho con poco 38. Augustus como editor del diario, juez dentro del baile, del columpio de los medios de prensa 39. El aspecto dickensiano: paralelismo entre la pluma del escritor inglés sobre la orfandad (Oliver Twist) y el tratamiento de la serie sobre los vagabundos de Baltimore, los que quedan detrás (Temporada 5) 40. Los soldados-peones Dee Angelo y Bodie 41. La educación según Howard “Bunny” Colvin, del proyecto Hamsterdam a las aulas de la escuela pública de Baltimore 42. Las corbatas de Bunk 43. La estructura de los sindicatos del puerto de Baltimore. Frankie Sobotka y su aura de “working class (anti)hero” 44. El contraste entre el concepto de familia según los Sobotka (Frankie, Ziggy y Nick) y los “griegos” 45. La pelotudez e inocencia de Ziggy 46. La simpatía que puede despertar el político chanta Clayton Davis y su célebre blasfemia de cabecera 47. La famosa escena del “fuck”, de McNulty y Bunk: ambos llegan a una escena de crimen y únicamente dicen la palabra 38 veces (Old Cases, Temporada 1) 48. La cuarta temporada basada en el sistema educativo de la ciudad: la relación entre el ayer metódico policía y luego novato maestro Prez, y sus alumnos (Namond, Michael Lee, Randy, Duquan, Donut) 49. El niño Little Kenard y su relación con la denuncia final del film Ciudad de Dios (2002) 50. Lo que dejó Omar Little en su camino, y su posible analogía con el personaje del pibe Michael Lee. La continuidad del ciclo, el eterno retorno.




The Wire (2002-2008)
HBO




It came at night...


jueves, 12 de mayo de 2011

lunes, 18 de abril de 2011

"El proceso", de Franz Kafka (1925)


Max Brod y Franz Kafka al sol


En la obra literaria de Kafka la relación causa-efecto es temible, en donde cada parte parece estar destinada a defender su postura antes que nada. Así se crea el universo de la incomunicación, una realidad persistente donde habitan y se desarrollan los personajes-individuos.

El inicio de la trama es inolvidable: Josef K. despierta en la habitación de la pensión donde reside, llama a la mucama para que le suba el desayuno, y en lugar de ésta vienen dos individuos de traje negro, de temple lúgubre, quienes le informan que ha sido arrestado. Aquí nace el conflicto: K. deberá vivir un proceso frente a una causa, delito o crimen que nunca le es definido. Una situación que en un principio no le impide seguir con sus quehaceres diarios (como desempeñar su alto cargo en un banco de la ciudad, ir a la taberna o visitar a su amiga Elsa) mientras cumpla con unos simples protocolos de rigor, como presentarse en ciertas oficinas una vez por semana. Es una justicia que le acoge cuando K. va, y lo deja ir cuando éste se marcha.

Pero lentamente la trama comienza su bifurcación y vemos la inmovilidad de K., presa de un sistema jurídico corruptible desde su base e imperturbable en su alta jerarquía, con inacabables grupos de funcionarios establecidos en una imperturbable burocracia de ciclópea estructura.

Esta burocracia es paciente sólo frente a sus propias reglas y hace lo que quiere con los hombres. En este círculo vemos al acusado en una actitud combativa frente a su situación, ejemplificada en el capítulo donde utiliza su capacidad de orador en una primera sesión sobre su proceso frente a una galería atestada por unos funcionarios temibles y consecutivos: como señaló el propio Kafka, “el proceso se mueve dentro del círculo al que artificialmente se ha limitado”.

El misterio y la paranoia crecen con el pasar de las páginas con personajes que se suceden: la señorita Bürstner, el tío de K., el abogado, el pintor, Leni, Block, y un sacerdote que le relata al acusado un pequeño relato acerca de “la ley”, que es tan famoso como el propio libro. Resumido, dice así:

“Un campesino se presenta ante la ley pero debe atravesar una puerta, abierta de par en par, vigilada por un guardia con aspecto de bárbaro pero paciente en sus palabras. El campesino, al creer que la ley es igual para todos desea entrar, mira hacia dentro, pero el guardia le dice que puede entrar pero no se lo recomienda. Una vez que pase esa puerta habrá otras con otros guardias de mayor poder que él y más temibles. El campesino teme y espera por años que se le dé el permiso para entrar. Su conducta en un principio es de gritar y protestar, pero luego y a medida que envejece sólo se limita a gruñir entre dientes. Entre inútiles súplicas, interrogatorios y sobornos se da una relación entre guardia y campesino, y así pasa la vida de éste último. Finalmente el campesino pregunta al guardia, sintiendo el peso de los años, el arribo de su muerte: Si todos aspiran a entrar a la ley, ¿cómo se explica que en tantos años, nadie, fuera de mí, haya pretendido hacerlo? El guardia, al ver al anciano campesino próximo a su fin, sentencia: Nadie sino tú podía entrar aquí, esta entrada estaba destinada sólo para ti. Ahora me marcho y la cierro”.



El proceso es un libro que como el grueso de la obra de Franz Kafka nunca hubiese visto la luz a no ser por la voluntad de su amigo Max Brod, quien decidió publicar los escritos más allá de la voluntad de Franz de destruir todo. “Inacabada”, fue cómo el propio autor calificó esta obra, pero según su amigo, la trama bien puede continuar hasta el mismo infinito. A Brod se le debe poco menos mérito que al propio escritor en el rescate, cuidado y en dar a conocer una obra literaria atemporal. Lo que podría referir la pregunta de qué sería de Franz Kafka sin Max Brod, o de otros como Karl Marx sin la amistad de Friedrich Engels.

Asimismo, esta obra ha tenido certeras adaptaciones al cine: Orson Welles lo logró con justicia en 1963, y en 1985 Terry Gilliam basó su film futurista Brazil influenciado por este universo kafkiano.

El Proceso puede ser una historia acerca de un engaño, una pesadilla (de pesadillas), la trama de la Commedia de Dante llevada a la modernidad, o un laberinto del absurdo. Pero nunca dejará de ser una de las más valientes metáforas (en su sentido erudito como corpóreo) acerca de la extraña y perdurable condición humana.


Franz Kafka (1883 – 1924). Otras obras: La metamorfosis (Novela - 1917), Carta al padre (Diario - 1919), El castillo (Novela - 1922), Diarios (1910-1923), América (Novela - 1927), Cuentos completos (1971).




martes, 29 de marzo de 2011

Marat como segundo nombre



Poster de la casa de mi infancia: La muerte de Marat, por Jacques-Louis David (1793)


Los Duroc somos hinchas de los segundos nombres. Creemos en ellos, o al menos en el único de toda nuestra genealogía. No nos queda otra. Nuestro Padre, gato viejo él, como todos sus progenitores y sus crías, sean del sexo que fueren, comparten un segundo nombre en común: Marat.

Podemos tener aventuras con perras, hacer pichí sin hedor. Es tolerable. Pero el tema del segundo nombre lo tenemos tatuado. Tenemos historia, tenemos legado. Mi nombre, entonces, es Rémy Marat Duroc. Tengo un sin fin de hermanos/as, por allá y por más acá, con sus respectivos segundos nombres estacados: João
Marat, Arístides Marat, Aquiles Lanza Marat, Copiapó Marat; Laura Marat, Yanina Marat, Simone Marat, dentro de una larga, confusa y deleznable lista.

Un recuerdo de mi infancia halla a mi Padre y su odio al nombre Charlotte. Había problemas: ya sea cuando jugaban los Hornets de la NBA en la tele, mi progenitor cambiaba el dial, o cuando una vez compró una musculosa de Alonzo Mourning, simplemente para quemarla frente a la familia. Recuerdo algún que otro sabio ronroneo, acompañado siempre de su palabra, con las almohadillas casi quemantes: "Es necesario (Il faut) ser abstracto, pero con los pies sobre la tierra (o sobre la mierda)".





R. Duroc.-




* Extraído de "Era la tercera vida y me hicieron creer que era la cuarta (mientras sonaba de fondo Whip it, de Devo)".










jueves, 10 de marzo de 2011

"127 hours", de Danny Boyle (2010).




Con seguridad, Danny Boyle vislumbró un explícito reto al decidir filmar esta historia basada en un hecho real, en el libro Between a rock and a hard place, de Aron Ralston, quien narra su propia experiencia, la de un joven alpinista en el cañón Blue John de Utah, Estados Unidos (ver video).

Desde la secuencia inicial de créditos, un collage de imágenes de grandes ciudades, destacando la muchedumbre y su supuesta aceleración, se pasará a lo que la cinta plantea: una lucha interior-exterior en una situación de supervivencia, que llega a buen puerto por la ardua y convincente performance de James Franco (Spider-man, Milk) como el solitario Aron, quien una noche sale de su casa y se dirige al cañón en su camioneta, únicamente con los necesarios útiles de su equipo de exploración y su bicicleta todo terreno en la cabina. Una necesidad de escape. Al llegar, de día encuentra a dos exploradoras: es gentil y las sorprende con su simpatía y conocimiento del lugar. Pasan un buen rato, el joven sigue viaje, tropieza y cae en un precipicio; su brazo derecho queda atrapado bajo el peso de una roca.




Cautivo, luego de la primera noche de consciente aislamiento, Franco junto a Danny Boyle exteriorizan al espectador una labor en conjunto: la cámara, el actor y la naturaleza —técnica previamente apreciada en Cast Away (2000) de Robert Zemeckis o recientemente en Buried (2010) de Rodrigo Cortés—. La sincronización de estas tres partes delinea el film. Por momentos se invoca a la estructura teatral, al monólogo “mano a mano” del protagonista hacia el espectador a través de su handycam, con el director siempre operando detrás.

La técnica de los monólogos de Aron requiere oficio en el lenguaje cinematográfico para no transmitir tedio. Y un actor a la altura, como el caso de Franco. Se debe atrapar la atención del espectador hacia los mensajes del único personaje, único comunicador. Más allá del método confidente de Aron, la trama recurre a otro recurso, de representación de imágenes del mundo postmoderno: desde marcas de consumo hasta la referencia a un Scooby Doo gigante.

La clave es el desarrollo y método constructivo del personaje, a través de la reclusión. Aron se reafirma a cada minuto que pasa del film: sus miedos, sus errores y catarsis no sólo le pertenecen a él. Su fortuita situación actúa como espejo para otro mensaje: el metafórico, donde la roca que bloquea su mano emerge como icono palpable. La roca, la naturaleza representa al otro; y es un personaje clave de 127 horas. Es la celda a la que se dirige el preso en su soledad.

Noventa minutos de cruda exposición ante la psiquis del protagonista reciben solidez con la labor de A.H Rahman en la banda sonora, la que encuentra su súmmum en la irónica y climática canción Lovely Day, de Bill Withers.



Boyle y Franco

La labor de cámara, basada en un ritmo vertiginoso y subjetivo, emerge desde la realidad objetiva de un hombre atrapado entre dos rocas, inmovilizado. Por momentos se recurre al estilo de documental con las confesiones de Aron, para luego pasar a profundos y amplios planos aéreos del cañón: la ineludible presencia de la naturaleza que somete al hombre. Al respecto, la fotografía de Enrique Chediak y Dod Mantle es un trabajo artesanal.

127 horas es una obra estimable, hablando de su director, por decir lo menos; quien en su filmografía logró retratar con credibilidad a “junkies” escoceses (Trainspotting, 1996), niños que encuentran una maleta llena de billetes (Millones, 2004), la mejor película de terror de los últimos diez años (28 días después, 2002), y una historia de amor ambientada en la India que triunfó en el mundo entero (Slumdog Millionaire, 2008). Asimismo, la elección de James Franco como Aron Ralston fue ganar la lotería para que esta película haya funcionado. Un nuevo salto en la obra de Danny Boyle: un realizador, un retador que le saca jugo hasta a una gran piedra.


Director: Danny Boyle
Guión: Simon Beaufoy, Danny Boyle (basado en el Libro Between a rock and a hard place, de Aron Ralston)
Fotografía: Anthony Dod Mantle, Enrique Chediak
Reparto: James Franco, Kate Mara, Amber Tamblyn, Clemence Poesy, Treat Williams, Kate Burton, Lizzy Caplan
Duración: 93 min
Fox Searchlight


Trailer:






M. Dávalos.-







miércoles, 23 de febrero de 2011

"The Fighter", de David O. Russell (2010)


The Fighter no es un film pretencioso. En 2010, en Hollywood se destacaron películas constituidas entre la vanidad de autor y vagos conceptos psicológicos (Inception, de Christopher Nolan, y El Cisne Negro, de Darren Aronofsky), pero también fue un año donde se estrenó esta de David O. Russell (Three Kings, 1999). Inicialmente iba a ser dirigida por Aronofsky y con Matt Damon encabezando el reparto. Finalmente, otro fue el destino: el director quedó únicamente en la producción y el actor fuera del proyecto. 

Por esta elección se logró otro rumbo: una película sobria, basada en un hecho real, que no busca grandes sorpresas en su trama ni súbitas vueltas de tuercas. Su fin es otro: apostar a los pequeños detalles. Es factible que sea recordada por su cuidadosa narración y por la meritoria actuación de Christian Bale (El gran truco, Batman Inicia) como Dicky Eklund: ex boxeador, orgullo del barrio devenido "junkie" adicto al crack, medio hermano mayor y cornerman de Micky Ward, interpretado por Mark Wahlberg (The Departed), quien busca forjar su carrera de púgil desde el amateurismo.
  

El guión, encabezado por Scott Silver, no destaca los nocauts como base del conflicto, el estado atlético de los protagonistas, o sus maneras de cómo superar obstáculos (el "american way of life" visto desde los puños). Los personajes, bajo una correcta fotografía de Hoyte Van Hoytema, se ajustan al barrio obrero estadounidense de Lowell donde todos se conocen las caras. No hay misterios: se sabe que Dicky pasa días de encierro en una casucha fumando crack con otros adictos. Consumido y de físico desmejorado, nos recuerda al Christian Bale de El Maquinista (2004). Pero no todo es maquillaje, ya que su performance es de lo mejor de la película y afirma que es uno de los actores con mayor crecimiento en los últimos años. 

Por su parte, Micky ha tenido traspiés en peleas y los vecinos también lo saben. Admira a Dicky, pero sabe que ha sido un obstáculo más que un estímulo, y ahí la trama toma una nueva dirección, en el conflicto entre estos dos caminos. En el suyo, Micky conoce a la templada Charlene, interpretada por Amy Adams (Atrápame si puedes). Las escenas de Wahlberg con Adams se desarrollan como una creíble suma de partes, lo que no ocurre cuando comparte escena con Bale, quien termina opacándolo al captar toda la atención. 

La otra gran actuación es la de Melissa Leo interpretando a Alice, manager de Micky y madre no sólo de los hermanos, sino también de sus hermanas: un "conventillo" de solteronas que recuerdan a Selma y Patty Bouvier de Los Simpsons. A la familia Ward le corre sangre irlandesa por las venas, dato no menor.
 

The Fighter no se conforma con ser una película de boxeo más: no es como ninguna de las seis entregas de Rocky ni tampoco es como Requiem For A Heavyweight (1962) o Raging Bull (1980), estas dos últimas las más categóricas del género. Es, simplemente, El Luchador. Su traducción al español (o al menos la de estas pampas) como El ganador es impresentable. De todas maneras, esto no sorprende. 

Russell sabe lo que tiene a mano. El acierto de su película radica en lo que no pretende ser: escenas sobre el ring harto conocidas o dudosos nocauts por la vida y la redención (aunque por momentos caiga en la trampa). En cambio prefiere la dualidad, el conflicto entre personajes como conductor de la doble direccionalidad de la trama, retratando imágenes que rodean la vida de un boxeador bajo fracasos dentro y fuera del ring con la presencia de la familia al alcance. A todo esto sumarle un dinámico reparto, un cameo que incluye una breve aparición del gran Sugar Ray Leonard, y un guión que sabe que si no noquea termina ganando por puntos.





Director: David O. Russell
Guión: Scott Silver, Paul Tamasy, Eric Johnson
Fotografía: Hoyte Van Hoytema
Reparto: Mark Wahlberg, Christian Bale, Melissa Leo, Amy Adams, Mickey O’ Keefe, Jack McGee.
Duración: 115 min.
The Weinstein Company
Trailer:






M. Dávalos.-

martes, 1 de febrero de 2011

"The Black Swan", de Darren Aronofsky (2010).



El film expone una desintegración. Con excesos, Aronofsky trabaja nuevamente el desarrollo del personaje -como lo hizo en The Wrestler, con un Mickey Rourke destacado- utilizando ciertos juegos y modismos que le conocimos en aquel debut auspicioso en Cannes por los años noventa, con su obra en blanco y negro Pi.

Black Swan va del blanco al negro. La trama ubica a la bailarina Nina Sayers en su afán de representar al Cisne en la célebre obra El lago de los Cisnes. La actriz Natalie Portman la interpreta, en su papel más destacado hasta el momento, superando su recordado rol de niña en El Perfecto Asesino, de Luc Besson.

Portman atrae con su labor protagónica del personaje atormentado en la carne, en el martirio. Frágil por fuera, hirviente in crescendo por dentro. New York y su Subway la acompañan junto al abúlico profesor Thomas Leroy (con un Vincent Cassel de labor apagada) y un alter-ego palpable, y por momentos lúcido, interpretado por Mila Kunis (That 70’s Show). Allí se constituye un triángulo que más allá de sugerir no culmina en su aporte a la trama, especialmente por Thomas, quien le aconseja a Nina que se suelte, que se toque para así llegar a su “liberación”. Y poco más. El personaje de Beth MacIntyre (Winona Ryder) no llena el ojo como la veterana bailarina rechazada por Thomas. No se justifica su presencia.

Psicología, flagelo y tormenta expone la lente de Aronofsky para su justificación desde el personaje principal. El film por momentos deambula bajo la bandera a media asta de lo abstracto, la que en su lenguaje audiovisual intenta representar un “rescate”, de esencia similar a aquellos innecesarios poemas de panfleto que André Breton dedicara al célebre bailarín ruso Vaslav Nijinsky cuando el Surrealismo yacía en el declive y el ruso era un cadáver exquisito; la imagen y el suplicio. Asimismo, en Black Swan esto es un abuso de recurso.

La relación madre-hija es otro punto que no pasa desapercibido. Quizá un desarrollo utilizando más trama disponible a través del guión presentado (a cargo de Mark Heyman, Andrés Heinz y John McLaughlin, quienes avalan la frase ‘tres son multitud’) pudo fortalecer al film. La patología puede pasar del rastro en el cuerpo, la aparición de heridas a flor de piel, a noches conociendo nuevos chicos. Y la posesión: la madre que deja su verdadera pasión por su hija, por un embarazo, por tenerla. Erica (Barbara Hershey) es una presencia determinante en el desarrollo de Nina, y si lo resumimos en una imagen queda expuesta en la infantil decoración de su cuarto y asimismo en su médium de comunicación. Al ver a la postre el tratamiento metalingüístico de la relación, se explicita: Aronofsky no es Buñuel ni Lynch.

Lo que Aronofsky sí comprendió fue filmar la danza, y allí salió a buen puerto, en filmar el proceso de transformación Odette-Odile. Especialmente en la secuencia final, la que puede conmover al espectador. La melodía de Tchaikovsky (adaptada por Clint Mansell) le dio una buena mano, como es de suponer. Otro mérito: la dirección de arte de David Stein. De lo mejor del film, el logro de la lente en ciertas escenas cuando no se cae en la repetición de recursos, como por ejemplo en la danza “de performance” y en la particular –y freudiana- escena de los retratos y pinturas “móviles” realizados por la madre de Nina.

El Cisne Blanco culmina en El Cisne Negro, y viceversa; en la invasión total, la imagen de sueño tras la perfección. El arte pagándose a sí mismo como único precio y sacrificio. El viaje logra bellas imágenes con claro mérito de Aronofsky, pero un tibio manejo de la trama y excesos en el guión, junto con la falta de construcción de estructura de personajes claves, hace que el viaje sea en buena parte parsimonioso, con corriente en contra. Sin embargo, el Cisne se mueve.



Dirección: Darren Aronofsky

Guión: Mark Heyman, Andrés Heinz y John McLaughlin

Cinematografía: Mathieu Libatique

Reparto: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey

108 minutos

Fox Searchlight


Trailer:








M. Dávalos.-







domingo, 23 de enero de 2011

“The King’s Speech (El discurso del Rey)”, de Tom Hooper (2010).





Desde el día en que el cristianismo dijo al hombre:

- «Eres un ser doble, compuesto de dos seres, uno perecedero y otro inmortal», desde ese día se ha creado el drama.

Víctor Hugo, Prefacio de Cromwell.


Lo más destacado de este film es el dueto que componen los actores Colin Firth y Geoffrey Rush. El primero se ha llevado muy buenas y merecidas críticas al interpretar al Duque de York, “Bertie”, tartamudo desde niño. Luego de la muerte de su padre, el rey George V, y de la prematura renuncia del sucesor al trono, su volátil hermano menor, Edward VIII (Guy Pearce), por casarse con una mujer dos veces divorciada -algo no permitido en la realeza inglesa-, Bertie debe asumir como rey George VI de Inglaterra en tiempos duros, con la inminente Segunda Guerra Mundial a la vuelta de la esquina.

El impedimento oral de Bertie es la coraza de conflicto del film; ya sea por el problema en sí, y con énfasis si se atribuye la histórica necesidad de la realeza y relación con sus súbditos ingleses; hablar al pueblo. En aquellos años de la importancia de mensajes en vivo, por radio, del primitivo broadcast, ubicamos a este rey que deambula con fantasmas que lo atormentan. La inseguridad es su carga desde niño, y el film y guión buscan partir desde ahí, y más cuando agregan a Lionel Logue, interpretado con maestría por Geoffrey Rush (Shine, Shakespeare in Love), como tutor de habla, quien con su carácter y técnicas más que con sus títulos sorprenderá al inseguro rey como a su esposa, la reina Elizabeth, interpretada por Helena Bohnam Carter (Fight Club, Big Fish).


No hay una sola escena que haga menguar la historia cuando Bertie y Lionel Logue la presencian. Ambos juegan con conocidos elementos psicológicos, de comunicación, con la comedia y tragedia bajo trucos de teatro y escenarios para plantearlos sobre otro lenguaje, el cinematográfico. Un detalle no menor: Logue es un malogrado actor de tablas, amante de Shakespeare. Acierto del guionista David Seidler. Otro punto que se hace notar y acentúa este hecho: los decorados y ambientación de interiores (desde el supuesto Buckingham Palace hasta el departamento de Logue) aportan para un clima que logra la atención.

El joven director inglés Tom Hooper (The Damned United) conoce la obra de los clásicos de su país (específicamente las de Chaucer y Shakespeare) y sabe qué tomar –y qué no- para realizar sus últimos films. Aquí buscó algo y lo logró, sin mucho romance. Se nota que eligió bien las piezas, desde la relación de actores, origen de diálogos y concepción del drama.


Tom Hooper

Lo flojo de El Discurso del rey es que puede resultar un film predecible, donde no hay vueltas de tuercas ni otros detalles de oficio. Una simple historia basada en bajar a tierra la figura de un rey, donde todo se ve venir previamente, hasta la necesidad de la presencia en plano secundario de una figura de acción relevante –esa voz de los discursos más importantes que dio Inglaterra en aquellos años-, la de Winston Churchill (Timothy Spall).

El drama de este inteligente film es el que atormenta al rey y, metáfora mediante, expone más allá de mostrar a un hombre inseguro, una necesidad y una búsqueda, un discurso, una voz que lucha para ser oída.


Dirección: Tom Hooper

Guión: David Seidler

Cinematografía: Danny Cohen

Reparto: Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter, Guy Pearce, Derek Jacobi.

118 minutos.

Weinstein Company



M. Dávalos.-



Trailer: