martes, 29 de marzo de 2011

Marat como segundo nombre



Poster de la casa de mi infancia: La muerte de Marat, por Jacques-Louis David (1793)


Los Duroc somos hinchas de los segundos nombres. Creemos en ellos, o al menos en el único de toda nuestra genealogía. No nos queda otra. Nuestro Padre, gato viejo él, como todos sus progenitores y sus crías, sean del sexo que fueren, comparten un segundo nombre en común: Marat.

Podemos tener aventuras con perras, hacer pichí sin hedor. Es tolerable. Pero el tema del segundo nombre lo tenemos tatuado. Tenemos historia, tenemos legado. Mi nombre, entonces, es Rémy Marat Duroc. Tengo un sin fin de hermanos/as, por allá y por más acá, con sus respectivos segundos nombres estacados: João
Marat, Arístides Marat, Aquiles Lanza Marat, Copiapó Marat; Laura Marat, Yanina Marat, Simone Marat, dentro de una larga, confusa y deleznable lista.

Un recuerdo de mi infancia halla a mi Padre y su odio al nombre Charlotte. Había problemas: ya sea cuando jugaban los Hornets de la NBA en la tele, mi progenitor cambiaba el dial, o cuando una vez compró una musculosa de Alonzo Mourning, simplemente para quemarla frente a la familia. Recuerdo algún que otro sabio ronroneo, acompañado siempre de su palabra, con las almohadillas casi quemantes: "Es necesario (Il faut) ser abstracto, pero con los pies sobre la tierra (o sobre la mierda)".





R. Duroc.-




* Extraído de "Era la tercera vida y me hicieron creer que era la cuarta (mientras sonaba de fondo Whip it, de Devo)".










jueves, 10 de marzo de 2011

"127 hours", de Danny Boyle (2010).




Con seguridad, Danny Boyle vislumbró un explícito reto al decidir filmar esta historia basada en un hecho real, en el libro Between a rock and a hard place, de Aron Ralston, quien narra su propia experiencia, la de un joven alpinista en el cañón Blue John de Utah, Estados Unidos (ver video).

Desde la secuencia inicial de créditos, un collage de imágenes de grandes ciudades, destacando la muchedumbre y su supuesta aceleración, se pasará a lo que la cinta plantea: una lucha interior-exterior en una situación de supervivencia, que llega a buen puerto por la ardua y convincente performance de James Franco (Spider-man, Milk) como el solitario Aron, quien una noche sale de su casa y se dirige al cañón en su camioneta, únicamente con los necesarios útiles de su equipo de exploración y su bicicleta todo terreno en la cabina. Una necesidad de escape. Al llegar, de día encuentra a dos exploradoras: es gentil y las sorprende con su simpatía y conocimiento del lugar. Pasan un buen rato, el joven sigue viaje, tropieza y cae en un precipicio; su brazo derecho queda atrapado bajo el peso de una roca.




Cautivo, luego de la primera noche de consciente aislamiento, Franco junto a Danny Boyle exteriorizan al espectador una labor en conjunto: la cámara, el actor y la naturaleza —técnica previamente apreciada en Cast Away (2000) de Robert Zemeckis o recientemente en Buried (2010) de Rodrigo Cortés—. La sincronización de estas tres partes delinea el film. Por momentos se invoca a la estructura teatral, al monólogo “mano a mano” del protagonista hacia el espectador a través de su handycam, con el director siempre operando detrás.

La técnica de los monólogos de Aron requiere oficio en el lenguaje cinematográfico para no transmitir tedio. Y un actor a la altura, como el caso de Franco. Se debe atrapar la atención del espectador hacia los mensajes del único personaje, único comunicador. Más allá del método confidente de Aron, la trama recurre a otro recurso, de representación de imágenes del mundo postmoderno: desde marcas de consumo hasta la referencia a un Scooby Doo gigante.

La clave es el desarrollo y método constructivo del personaje, a través de la reclusión. Aron se reafirma a cada minuto que pasa del film: sus miedos, sus errores y catarsis no sólo le pertenecen a él. Su fortuita situación actúa como espejo para otro mensaje: el metafórico, donde la roca que bloquea su mano emerge como icono palpable. La roca, la naturaleza representa al otro; y es un personaje clave de 127 horas. Es la celda a la que se dirige el preso en su soledad.

Noventa minutos de cruda exposición ante la psiquis del protagonista reciben solidez con la labor de A.H Rahman en la banda sonora, la que encuentra su súmmum en la irónica y climática canción Lovely Day, de Bill Withers.



Boyle y Franco

La labor de cámara, basada en un ritmo vertiginoso y subjetivo, emerge desde la realidad objetiva de un hombre atrapado entre dos rocas, inmovilizado. Por momentos se recurre al estilo de documental con las confesiones de Aron, para luego pasar a profundos y amplios planos aéreos del cañón: la ineludible presencia de la naturaleza que somete al hombre. Al respecto, la fotografía de Enrique Chediak y Dod Mantle es un trabajo artesanal.

127 horas es una obra estimable, hablando de su director, por decir lo menos; quien en su filmografía logró retratar con credibilidad a “junkies” escoceses (Trainspotting, 1996), niños que encuentran una maleta llena de billetes (Millones, 2004), la mejor película de terror de los últimos diez años (28 días después, 2002), y una historia de amor ambientada en la India que triunfó en el mundo entero (Slumdog Millionaire, 2008). Asimismo, la elección de James Franco como Aron Ralston fue ganar la lotería para que esta película haya funcionado. Un nuevo salto en la obra de Danny Boyle: un realizador, un retador que le saca jugo hasta a una gran piedra.


Director: Danny Boyle
Guión: Simon Beaufoy, Danny Boyle (basado en el Libro Between a rock and a hard place, de Aron Ralston)
Fotografía: Anthony Dod Mantle, Enrique Chediak
Reparto: James Franco, Kate Mara, Amber Tamblyn, Clemence Poesy, Treat Williams, Kate Burton, Lizzy Caplan
Duración: 93 min
Fox Searchlight


Trailer:






M. Dávalos.-