Dom Cobb (Leonardo Di Caprio) es el "extractor" que se hace llamar seguridad: el encargado de reclutar partes
(personas) para ingresar al subconsciente de un "objetivo" y robar
información. El mecanismo resulta una panacea cuesta arriba para la
película: la tecnología invade la mente, tesoro del hombre. En este caso
por una redención familiar del protagonista: la vuelta a su país, al
hogar y a sus niños, y también por buen dinero. Estas partes,
componentes para armar, son: Yusuf, el químico, Arthur el "point man"
(la clave), Ariadna, la arquitecta del laberinto onírico, Saito el
"businessman" quien promete a Cobb una redención familiar si hace un
último trabajo, y Fischer, el objetivo, heredero de un imperio
económico. Cobb será el encargado de plantar una semilla-idea en el
cerebro del joven heredero, la competencia del millonario Saito en su
macro-imperio económico empresarial.
Los personajes no tienen peso propio y son oprimidos
por la trama desde el comienzo del guión. Nolan dejó de lado la
significancia del personaje luego de cimentar junto a su
hermano Jonathan uno de los más convincentes de los últimos diez años
que dio Hollywood: el "Joker" de The Dark Knight (2008), film
anterior del director. En este nuevo trabajo, Cillian Murphy en el papel
de Fischer afirma que es un actor con presencia (nada nuevo luego de su
delicada labor en The wind that shakes the Barley, 2006). Marion Cotillard (La Vie en Rose,
2007) interpreta a Mal, la esposa de Cobb, habitante de un espacio de
carácter dantesco, de entrada y "origen" de los sueños de su pareja.
Murphy y Cotillard son los actores más consistentes del reparto,
mientras que Di Caprio, Ellen Page (Ariadna) y Ken Watanabe (Saito)
están a la altura sin necesidad de pellizcarse para despertar. Nolan
vuelve a contar con Michael Caine (tras la saga de Batman, The Prestige), esta vez en un rol secundario como padre de Cobb.
Un film donde proliferan efectos visuales cautivos
del mundo de los sueños. Mundo que aquí parece siempre operable: vemos
Paris dada vuelta, rotando para formar un cielo, un techo compuesto por
sus propios edificios; distinguimos al joven Arthur (Joseph
Gordon-Levitt) luchando a los tiros y a las piñas en un edificio sin
leyes de gravedad, atando a personas y generando explosiones; nos
enseñan trucos de espejos en el puente Bir-Hakeim de Paris (inferiores a
algunos que logra por sí mismo el Metro línea 6 en su paso por las
noches). Sueños y espejos son recurrentes (desde Carroll hasta Cocteau,
desde von Sternberg hasta Lynch): es adrede que los dos hijos de Cobb
aparezcan vistiendo siempre la misma ropa, a medida que se suceden en el
sueño o son vistos en el supuesto tiempo "real", o plano madre. No así
el llamado "Limbo": zona de una clarividente arquitectura en efectos y
construcciones con mayor relevancia sobre la base de la trama (casas de
infancia, de los “buenos momentos” que trae la memoria).
Pero hay más: el uso de la canción
Non, Je ne regrette rien de
Edith Piaf, y los "kicks", la sensación de caer que hace despertar del
sueño de cada una de las partes, de estos soñadores que
comparten sueños (uno lo hace al caer una camioneta de un puente, otro transita sin ley de gravedad con efectos estilo
Matrix en
un edificio, otro vuela una fortaleza en la nieve) y tienen un
propósito en común, que el desenlace puede develar o aproximar.
Subconsciente, trabajo entre sombras e interposición de escenarios son
moneda corriente y acumulable. Hay acción y se generan inquietudes. Era
de esperar que esta producción de Nolan trajera cola apenas viera la
luz. Lo llamativo es lo que ha provocado con inmediatez, ese grito en el
cielo de "film revolucionario"
a viva voce, como si las opiniones se gestaran en una sala de emergencias.
Inception requiere tiempo y crecerá o decrecerá por sí misma (ya que eso sí edificó), sin necesidad de histerias.
Wally Pfister logró una gran fotografía, y no sólo por sus escenarios exóticos (como ocurrió en
Batman Begins,
2005) bajo avalanchas de nieve o dar vuelta una metrópoli. Su gran
acierto son los interiores logrados: desde la escena inicial de la
visita de Cobb a Saito hasta habitaciones de hotel o pasillos de
edificios. Hans Zimmer, encargado de la música, está presente con una
labor aceptable y de considerable relación al anterior film de Nolan, el
segundo sobre el hombre murciélago.
Parece ser que en estos próximos años Hollywood
apelará al metalenguaje basado en juegos psicológicos. Se está dejando
de lado la renta de los virus, cataclismos que sólo justifiquen balazos,
síntomas patrioteros post 11 de Setiembre, guerras, Iraq, Afganistán.
Entramados de la mente humana afloran: se viene vendaval. Luego del gran
acierto de la serie televisiva
Lost, llega una dirección
comunicacional de orbe "similar" (hasta el concepto de redención en
aviones que aterrizan, en check-ins de aeropuertos). La bandera está
clavada en tierra, pero ésta no parece tan fértil. De todos modos, Nolan
está del lado de los que intentar retar e innovar.
Inception es un aceptable film, pero no es
un atrapasueños. Se sirve de los sueños únicamente como punto de
partida. Va desde el vamos por todo y su desenlace es discutible, más
allá de la diversidad de opiniones y lo que la obra logre o no. Y el
medio en este caso le jugó en contra: los límites del lenguaje
cinematográfico. Además hubo varias concesiones y abuso de recursos
(explosiones, redenciones, cuentas bancarias, y formación de diálogos
que al iluminar oscurecían de inmediato, casi con urgencia). Hay
influencias de
Alphaville (1965) de Jean-Luc Godard, esa kafkiana pesadilla económica sobre la lente. Hay momentos para todo.
Inception
es un puzzle y quiere ser laberinto. Pero hay laberintos que se
construyen sin la ciega insistencia por el premio final, el Minotauro:
Jorge Luis Borges,
La Casa de Asterión, por ejemplo, sale del
mito sólo para sorprender, para crear luz. Ahí la justificación de sus
dos hojas de contenido. Si querés China, tenés que pisar al menos alguno
de sus puertos linderos. Quizá
Mulholland Drive (2001) fue la
película de este siglo que, bajo sus obvias pretensiones
cinematográficas, oníricas y persecutorias, haya logrado hacer pie en la
orilla tras la oleada del mar.
2001 de Kubrick y
8 1/2 de Fellini, han logrado el mar.
Esta obra de Christopher Nolan
ilustra el
ejemplo de llamar al loco y al arquitecto en aquella vieja receta de
cómo crear. Pero estos aquí reinvierten sus roles en demasía. Además, si
todo (o algún claro remanente) fuera cierto para adaptar esta "idea" a
un lenguaje audiovisual, siempre quedan atrás otros sentidos. Ojo con
esto, ya que uno podría encontrar algo más potencial que esta magna idea
en un propio sueño, en su propia cama, sin butacas a su alrededor, en
su propia imaginación (sumémosle el olfato, el tacto) y, con mucha
fortuna, recordar apenas alguna nimiedad al despertar.
Inception (2010).
Guión, dirección y producción: Christopher Nolan.
Fotografía: Wally Pfister.
Actores: Leonardo DiCaprio, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page, Marion Cotillard, Cillian Murphy, Ken Watanabe.
Música: Hans Zimmer.
Duración: 148 minutos.