martes, 29 de diciembre de 2009

"Remo y su loba" en Revista Narrativas (N° 16)



Remo y su loba, el unico relato de mi autoría hasta el momento subido a Aquiescencias, meses atrás, ha sido publicado en la revista "Narrativas" en su número 16, de Enero-Marzo 2010.

Pronto, con seguridad suba algún otro relato en este blog aquiescente.


Los que gusten, pueden bajar la edición online de la revista, o con menos vuelta, acá.




viernes, 11 de diciembre de 2009

Gatos de Paris



Gato negro en Boulevard Ney

Veníamos caminando desde el parque de La Villette (noreste de Paris) luego de una noche de cine gratis y al aire libre. El film que vimos fue "Pájaros", de Alfred Hitchcock. Yendo hacia el oeste, el Boulevard Macdonald deviene el Boulevard Ney. Ahí, de repente, se produjo el encuentro.


Gato muerto cerca del Parque Buttes Chaumont

Terrible. Luego de la primera tarde que visitaba el calmo parque, al salir, en una calle aledaña, junto a un pequeño basural lo encontré. Recuerdo haberlo tocado primero con un dedo, luego con la mano abierta, y me dio terror. Como si por dentro su cuerpo estuviera relleno de yeso, de piedra. Muerto. Terrible.



La mítica e independiente librería parisina especializada en literatura inglesa, Shakespeare & Co. Aquella de la inolvidable Sylvia Beach en los años 20', la que estuvo a comienzos del siglo XX en la Rue de L' Odéon, y desde 1951, diferente, se encuentra frente a la Catedral de Notre Dame, rue Bûcherie, frente al Sena. Esta foto fue tomada luego de una jornada donde personalmente fui parte de una improvisada jornada de "poetas no angloparlantes recitando en inglés". Raro pero cierto. Fotos personales de esa jornada de mañana de domingo no hay. Desatención que duele y jode a mi precaria vanidad personal. Pero por suerte está la que tomé del habitante de lujo de la librería. Creo, fue de lo primero que hice.



El "Sereno" del Père-Lachaise

(zoom)

El célebre Cementerio de Père-Lachaise. Allí descansan, entre otros: Apollinaire, Balzac, Chopin, Nerval, Delacroix, Piaf, Proust, Wilde, Morrison, Modigliani. Al "Sereno" lo encontré y apenas me dio para sacar la foto. Era anciano, según su cuerpo (como se aprecia su rostro y su lengua en el zoom de la foto). Luego de la foto, desapareció. Pero no por arte de magia ni con rapidez de movimiento, sino con su cansina experiencia entre los senderos.




* Todas las fotos fueron tomadas en el año 2006, por M. Dávalos.




jueves, 26 de noviembre de 2009

Entre un doble ancho y un manco



El manco Castro yendo al choque con el arquero argentino Botasso



Estadio Centenario, 30 de julio de 1930. Uruguay - Argentina. Final del primer campeonato de fútbol mundial. Al finalizar el primer tiempo y gracias a los goles de Peucelle y Stabile, Uruguay (el organizador del primer mundial de fútbol) caía 2-1 ante su gente, en el Estadio Centenario. En el entretiempo, el capitán celeste, José “El Mariscal” Nasazzi, fue claro: “Hay que dejar todo en cada pelota. Este partido lo ganamos“.

En el vestuario vecino, los argentinos estaban conformes con su juego pero eran cautos ante la ventaja lograda, no encontrando demasiado aliciente en el resultado parcial. Se recuerda un diálogo entre Fernándo Paternoster y Luis “Doble Ancho” Monti: “Mejor que perdamos, si no aquí morimos todos“, dijo el primero. Monti le respondió: “No. Si hoy ganamos, acá nos matan a todos“.

Monti años más tarde recordaría: “Cuando volvimos para jugar el segundo tiempo había como trescientos milicos con bayonetas caladas. A nosotros no nos iban a defender. Me di cuenta que si tocaba a alguien se prendía la pólvora“. Entonces les dije a mis compañeros: “Estoy cagado marcado, pongan ustedes que yo no puedo“.

Pero la cosa era diferente. El jugador argentino creía que las presiones recibidas hacia él y su familia se debían quizá a la rivalidad rioplatense, pero la realidad era muy diferente. La apretada venía desde espías italianos, desde el servicio secreto de Mussolini que quería sí o sí que Monti, la joya de San Lorenzo en aquel entonces, jugara para su selección en el mundial que organizaría en 1934.

Quien ganó parece fue la guita. Ya que finalmente, Monti culpó a la presión de los uruguayos sobre su actuación en la final del mundial y finalmente, luego del torneo se fue a jugar a la Juventus, en la Italia de Mussolini. Le ofrecieron 6.000 U$S mensuales, auto y casa, y en 1934 jugaría para la selección de Benito. Esa selección tana que si no ganaba la Copa Mundial cada miembro del cuerpo técnico y jugadores sería fusilado por las camisas negras.

Volviendo al match, se manejaron estrategias y ambos equipos salieron a la cancha. Una nueva final entre las selecciones donde había pica. Y curiosidades como la que cada equipo planteó jugar con su pelota. Mediante sorteo arbitral, Argentina logró jugar con su pelota el primer tiempo, mientras que Uruguay jugó con la suya (importada desde Inglaterra) los segundos 45 minutos.

La final continuó jugándose como lo que era: una final del mundo. Pedro Cea marcó el empate y Santos Iriarte puso el 3-2 para los uruguayos. El juego de ambas selecciones fue recio rozando con la malaleche: Nasazzi casi pierde parte de su dentadura por el juego con los codos del argentino Mario Evaristo.

El delantero celeste Héctor “el manco” Castro (en su adolescencia perdió su mano derecha con una sierra eléctrica) le hundió su muñón en el muslo al arquero argentino Juan Botasso, practicándole una paralítica y dejándolo sentido en buena parte del segundo tiempo. Años después durante un programa de televisión se reencontrarían el uruguayo Cea y el zaguero argentino José Della Torre, este último le recriminó al uruguayo aquella “avivada” de Castro. La respuesta del oriental es famosa: “¿Y vos que te pensabas... que era un partido entre casados y solteros? Aquella era la final de una Copa del Mundo“.

Finalmente, el partido lo dio vuelta Uruguay, en la cancha, por 4-2. El último gol del mundial fue de Héctor “el manco” Castro. En el minuto 90 de la final del mundial de 1930 marcó el cuarto y último gol del match, cabeceando un centro de su compañero Pablo Dorado.

Sobre el tema, años después declararía el jugador argentino, Francisco “Pancho” Varallo: “Influyeron cosas externas… Monti estaba tan asustado que cuando se caía un uruguayo iba y lo levantaba…“. Con el tiempo también se supo que el entrenador argentino, Francisco Olazar, había aceptado un incentivo monetario proveniente de la Italia de Mussolini.

Pero en esa época, los técnicos estaban dedicados más que nada al cuidado físico (varios de ellos eran profesores de educación física a secas). El capitán argentino Manuel “Nolo” Ferreira ha dicho que los consejos recibidos del técnico Olazar eran más que nada físicos y frases de recomendación nutricional del estilo: “No coman sanguches de salame antes de los partidos“. Del cuadro en la cancha se encargaban los jugadores.

Así se jugó la primer final del mundo en la historia mundialista. Folclore y romance. Todo esto en gran parte hoy perdido en la gran empresa que devino el deporte.



Bonus tracks:

- El laureado olìmpico arquero celeste (1924-28), Andrés Mazzali, se quedó sin mundial por una escapada nocturna con una rubia.

- Casi todos los jugadores de Rumania trabajaban en una petrolera inglesa que, en un principio, no les permitía viajar hasta que intercedió el propio Rey para que les dejasen ir a jugar el mundial.

- No hubo empates en los partidos jugados.

- El equipo de Estados unidos estaba compuesto por veteranos escoceses. Salieron terceros.




M. Dávalos.-




Post en simulcast con Fanáticos del mate




lunes, 2 de noviembre de 2009

Cobain y Los Brujos



Suenan bien estos Brujos (?)


En 1992 Nirvana visitó Argentina. Tocaron en la cancha de Velez, Buenos Aires. La leyenda señala que a Cobain le propusieron algunas bandas argentinas para telonearlo. Al escuchar unos temas de la banda argentina "Los Brujos", a la banda de Seattle le quedó todo claro. Se dice que el rubio quedó flasheado por la canción "Kanishka", de la cual podría ser que se le haya quedado trancado en el cerebelo el riff principal. Asimismo, en la noche del concierto, el frontman de Nirvana vio el show de los argentinos, quienes abrieron la noche, a un costado del escenario. Le gustó.

La noche de aquel concierto tuvo sus cosas. Cobain trajo una banda de chicas desde Seattle llamada
Calamity Jane, apadrinada por él mismo para telonearlo. Las chicas tocaron después de Los Brujos. El público argento no fue receptivo y les tiró hasta con lo que no encontraba a mano cuando las féminas tocaron, y el zurdo violero se ofuscó. Su revancha fue en su show, al hacer amagues de su tema más en boga "Smells like teen spirit", para nunca realizarlo. El humor de Cobain esa noche no fue el mejor, no sólo por este problema, sino porque el segundo año de la década de los noventa lo tuvo bastante a mal traer, con una mochila tirana más que pesada y con lamentables problemas físicos. Igualmente, el show de Nirvana fue inolvidable, según testimonios. Los músicos hasta improvisaron un tango con sus inconfundibles distorsiones "bass-treble".

En 1993 Nirvana graba In Utero con el "plomero" Steve Albini. El séptimo tema del disco "Very ape" parece tener un parecido (influencia, guiño) con "Kanishka", tema de aquella banda que los teloneó en el sur de América, de la cual a Cobain le quedó un buen recuerdo.


Kanishka
, de Los Brujos:





Very ape, de Nirvana:






Gracias a Diego "El alemán" de Hurlingham




viernes, 16 de octubre de 2009

Défense d' afficher





Défense d' afficher: M. Dávalos infraganti leyendo en toilet (?) urbano, cerca del Jardin des Plantes, Paris.





jueves, 1 de octubre de 2009

Humbug, de Arctic Monkeys (2009)





Humbug es el reciente tercer disco de estudio de los (Sheffield finest) Arctic Monkeys. La banda de gurises ingleses se hizo famosa por aquel corte I bet you look good on the dance floor, mediante redes sociales de internet (MySpace). Al salir el primer disco en 2006 llegaron a vender en su debut más que cualquier otra banda inglesa. Pero esto no es un análisis de mercadotecnia, así que, mejor, algunos comentarios sobre el disco.

Los pibes se fueron a grabar al desierto norteamericano (Estudio "Rancho de la Luna" en Joshua Tree, California) bajo la tutela del frontman de los Queens of the Stone Age, Josh Homme. Y el resultado resultó ser más que bueno. El álbum es un "grower", y tiene la influencia de Homme en el sonido conocido que mejor conoce, el llamado "stoner/desert rock". Bajaron ir al palo para escarbar. Reciben la influencia de los Doors, de Black Sabbath, con los brazos abiertos y ojos todavía más. Los pibes crecieron. Y en Humbug se nota.

Musicalmente los pibes de Sheffield bajan algunos ritmos conocidos en sus dos discos anteriores y pasan a rozar melodías de menor tempo, y el cantante y guitarra Alex Turner juega con el reverb y su voz. Bienvenida la psicodelia en la viola de Jamie Cook. Diez canciones. My propeller es un arranque alentador; Secret door se pone trippy; la balada Cornerstone puede recordar a viejos temas como "Mardy Bum" o "Fluorescent adolescent"; Pretty visitors puede parecer sacada de una adaptación musical moderna de La caída de la Casa Usher, del Señor Poe; Dangerous animals es un temazo, marcado por el ritmo del batería Matt Helders; The jeweller's hands es un buen final al disco, sin excesos. En alguna edición internacional se encuentra el cover del tema de Nick Cave Red right hand.



Temas:

"My Propeller"
"Crying Lightning"
"Dangerous Animals"
"Secret Door"
"Potion Approaching"
"Fire and the Thud"
"Cornerstone"
"Dance Little Liar"
"Pretty Visitors"
"The Jeweller's Hands"




Dangerous animals, en vivo:






M. Dávalos.-








miércoles, 9 de septiembre de 2009

Relaciones felinas / What lovers do, por Rémy Duroc



Buenas para todos. Acá Rémy Duroc. El otro día me pasó algo. Lo más difícil fue conseguir la cámara. Mucho más fácil fue encontrar una gata para mi experimento de irresistibilidad, arrastre, o como prefiera llamarse. Le dije a la gata: "Che, vos sólo mirá el lente, la lucecita roja. Del resto se encarga la tecnología"
.






1 minuto: Silencio, indiferencia


Minuto y medio: "Te quiero", ella dijo





martes, 25 de agosto de 2009

A 15 años de Woodstock 94



Woodstock 94 (Foto: John Reilly)


Ocurrió un fin de semana. 13 y 14 de agosto de 1994. Recuerdo haberlo visto en simulcast, tele y radio. Se veía mal pero sonaba bien. No tenía el desfasaje que suelen tener las transmisiones de fútbol y el audio de la radio hoy en día. A continuación unos highlights de aquel revival de la primera entrega, la original de 1969. A 25 años del Woodstock, en 1994 se buscó por motivo comercial, entre babyboomers, Rolling Stone y MTV como halo tutor. Eran "los noventa", dato no menor. En 1999 se hizo otro pero terminó con incendio, caos y destrucción mientras cerraban los Red Hot Chili Peppers con su cover de Hendrix, "Fire". En fin, hace 15 años en Saugerties, en las afueras de Nueva York, hubo excelentes presentaciones entre lluvia y barro. Mucho barro. El disco "oficial" del concierto pecó de fiasco en la elección de temas. Una larga lista de artistas del donde se encontraban del primer festival Bob Dylan, Santana, Jimmy Cliff, Joe Cocker, The Allman Brothers, Crosby, Stills & Nash, compartiendo un concierto junto a Nine Inch Nails, Aerosmith, Metallica. Entre las curiosidades se ofreció una millonada para juntar a los Kiss originales y otra para juntar a los ex Nirvana con nuevo cantante. Ambas fallaron. Igualmente, un pedazo de los años noventa, sin dudas. A continuación unos videos:


Green Day, When I come around: 1994. Eran la "new sensation" del mundo mass-media musical luego de sacar su disco "Dookie". Tiempos donde el balazo de Cobain dictaminó el final de la fiesta para varios, quizá hasta del "grunge", si finalmente alguna vez existió. Los chicos de Oakland comenzaron con este tema, luego tocaron otros como "Welcome to paradise". Todo muy lindo, entraron a meterse con el público llamándolo como hippies berretas, burnouts, y demás. Desde el primer tema comenzaron a volar panes de lodo. Una gran postal de Woodstock: las montañas de lodo, las colas para tirarse en carritos de supermercado, gente surfando en un mar de manos. A medida que pasaban los minutos, el clima se ponía raro, entre toreadas y molestias de los músicos con la gente. Finalmente, todo terminó con una hermosa batahola entre los músicos, personal de seguridad y mucho colado del público. El escenario era de lodo. Literalmente.




Porno For Pyros, Blood rag: La tarde de la gran performance de aquella banda de Farrell. Muy arty y hasta hubo dos reventadas strippers, entre otras cosas. Acá un highlight del toque, el tema del payaso y la navaja.




Primus, Jerry was a race car driver: Personalmente, no soy muy fan de Primus. De todos modos su video "My name is mud" lo vi de pibe y me sigue asustando aún hoy en día. Le sumo mérito por ello. La elección en esta lista es que la banda de Les Claypool logra en este tema una par de imagenes tóxicas y demoledoras. Los riffs, el tapping del bajo, el arranque del tema musicalmente es como que a uno le masticaran el cráneo para escupirlo de toque y seguir devorándolo. Una demencia.




Nine Inch Nails, Head like a hole: Uno de los shows del festival con mejor aceptación de la crítica. Trent Reznor, por su parte dijo que sonaron pésimo.




Metallica, Breadfan/Master of puppets: Noche de sábado. Terminó Nine Inch Nails y los headbangers salieron con todo en el otro gran escenario. Lindo doblete para empezar el concierto. La banda venía de un parate importante y expectativas antes de su álbum de 1996, "Load". El bajista Newsted se muestra de pelo corto: Friends don't let friends get friends haircuts.




Blind Melon, Time: Uno de mis tres conciertos preferidos de los 90. Igualmente, para Blind Melon esta fue "la parada". Volvían a los escenarios luego de una eterna gira mundial y Hoon mostraba nuevamente problemas. Luego de un largo y meticuloso tratamiento en su adicción a las drogas, antes de salir a tocar, el cantante de Indiana se metió LSD. Y esto acá se nota. Y no hablo del correcto vestido blanco que le armó su novia para salir a patear culos en el escenario. Fue un golpe esta decisión del cantante para la logística de la banda y para esta lucha particular que culminaría abruptamente en octubre de 1995 con la muerte de Hoon a causa de una sobredosis de cocaína, dejando a su hija Nico, amigos y varios escuchas huérfanos. Yo soy uno de estos. En fin, el concierto de Blind Melon en Woodstock fue algo unico más allá que no tocaron más de diez temas. Aquí un canto a la improvisación de una enorme banda.




Red Hot Chili Peppers, Higher ground: Los californianos salieron a escena con las lámparas en la cabeza. Luego se vistieron como Hendrix lo hizo en el Woodstock del 69'. Una época extraña de la banda, con Dave Navarro (ex- Jane's Addiction) y prontos para sacar el disco One Hot Minute, en 1995. En este cover de Stevie Wonder, los Peppers pidieron que el público que tuviera camiseta encima la revoleara. La imagen final no es mala.






jueves, 13 de agosto de 2009

“El ladrón de orquídeas”, de Spike Jonze. (2002).






“La adaptación es un profundo proceso”, John Laroche.



Sobre el nombre original del film (Adaptation, en inglés) se centra la trama principal: el proceso creativo, crear un puente entre el libro “El ladrón de orquídeas”, de Susan Orlean (Meryl Streep), y la transformación del mismo en un guión cinematográfico, a cargo de Charlie Kaufman y su hermano gemelo, Donald, ambos interpretados por Nicolas Cage. Luego de Adios a Las Vegas (1995), esta es la segunda gran actuación del actor.

El guionista (el verdadero Charlie Kaufman, no los hermanos interpretados por Cage) expone la dificultad de moldear artificios y métodos de un medio a otro, acompañado por la destreza del montaje y uso de flashbacks del director Spike Jonze, intercalando historias, años atrás, años después. Sin hacerlo sufrible sino dinámico, el cineasta maneja los tiempos entre Kaufman y Susan Orlean, entre sus mundos, creaciones y contrastes.

Sugerido el guionista en su adaptación del libro, para transitarlo hacia un formato de celuloide, parecería faltarle algo. “¿No puede tan sólo hablar de flores?”, sentencia Charlie, intentando convencerse, aferrarse en exponer a viva voce las palabras que lo salven, lo escolten a su propósito.

Asimismo, el film reparte diversas temáticas:

Personajes

Charlie y Donald Kaufman

La apertura, luego del monólogo de Charlie con pantalla negra, redundando sobre su propia existencia bajo la pluma del martirio hacia la llegada de los cuarenta años, se desplaza al set de filmación de la ópera prima de la dupla Jonze-Kaufman: ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), con el guionista personaje presente en toda su ausencia, hasta causando molestias, para de inmediato optar por continuar con su lamento de por qué vino, llenando con palabras más que con hechos la mochila de su condición humana. La escena siguiente es de un admirable mosaico visual realizado por Jonze, sobre lo que ocurrió en el mundo antes de la llegada de Charlie: primera luz, primera forma, flores emergentes, pez saliendo del agua, aire, cielo, dinosaurios, Big Bang; muerte y descomposición de un zorro en tres segundos delineada por gusanos, hombre mono contemplando desde las alturas, la cabeza de Charlie saliendo del vientre materno.

Pero Charlie no es sólo un gordo culón, pelado y feo (como el se define físicamente), ni un freak disconforme a tiempo completo. Entabla diálogo con el espectador: odia los cinismos de su trabajo, las reglas de la industria, y se auto flagela psicológicamente al recordarse que forma parte de un mundo que lo utiliza bajo su turbio modus operandi. Lo critica a raja tabla, odia los clichés, las tramas forzadas por armas, drogas y sexo. Una vez que la idea inicial de su nuevo trabajo mediante signo de pregunta aflora, Charlie no la abandona, sino que se la apropia: “¿No puede ser un libro que sólo trate de flores?”. Convirtiendo la idea en máxima, busca la inventiva, el reto, esperando la supuesta inspiración natural. Y ahí el bloqueo: el inminente enfrentamiento con la técnica, el alma frente a la máquina de escribir, la hoja en blanco, grabadora en mano, la fácil tentativa de huída vestida de un sin fin de pretextos, el cuerpo rígido antes de la ejecución de la primera palabra, posiblemente pronto olvidable.

Charlie suda de manera infernal cuando se siente nervioso, intimidado, generalmente por mujeres o por él mismo. Quiere a Amelia y ella le corresponde, pero la timidez y su auto rechazo lo detienen. No redondea. La escena de la vuelta de un concierto, juntos, en su automóvil, es letal, como lo son esos momentos cuando el jugador de fútbol está frente al arco y con el golero ya vencido. Tiene que fusilar, asegurar. Pero no, esas pequeñas sensaciones, miradas que no se encuentran, asfixiantes silencios que al irse simplemente se van y luego es tarde, el inmediato tiempo del lamento, el tren que sigue de largo.

El agua, Charlie, tiene a su hermano gemelo, el aceite, Donald, totalmente opuestos fuera de lo físico. Donald, con su hermano como modelo, decide ser también guionista, pero de otro tipo; no se complica, es precario, repite en demasía la palabra “industria”, escribe una imposible historia donde varios personajes son en realidad uno mismo: un policía, un asesino y una mujer que se acechan entre sí, con condimentos como sexo, drogas, explosiones y persecuciones de autos. Todos los clichés juntos, lo que odia Charlie y, por si fuera poco, está anonadado con un seminario de pocos días y, para frutilla del postre, termina vendiendo su guión por varios miles de dólares. Como señala el trailer del film: “Uno escribe con gran dificultad, como vive (Charlie), y su hermano gemelo (Donald), vive como escribe… con gran abandono”.

Susan Orlean y John Laroche

La historia de John Laroche y Susan Orlean es diferente. A ella, reportera del New Yorker, le recomiendan convertir un artículo periodístico en una novela. En busca de su obra llega al horticultor Laroche, investiga, se mete en su camioneta, saca apuntes y ahí queda, rendida. “Delirios de grandeza”, es de lo primero que escribe en su libreta sobre el hombre.

Mientras la aclamada actriz Meryl Streep interpreta a la inconsistente reportera, el actor Chris Cooper (ganador del premio Oscar por este papel) interpreta al flaco horticultor, el ladrón de orquídeas, John Laroche: le faltan dos dientes delanteros superiores que magnifican su acento de redneck, de anteojos colgados que se mecen sobre su pecho, destila su cálida pasión por las flores, la naturaleza, hunde su cuerpo en el pantano, brinda reverencias a Charles Darwin para luego dejar salir su propia egolatría por el espacio libre de sus ausentes dientes, sentenciando a la periodista Susan: “Si hay alguien que podría representarme a mi en un film ese debería ser yo”, o mismo hasta en un juzgado: “Quizá yo sea la persona más lista que conozco”.

El director agudiza esta relación situando la metáfora bajo manifiesto visual en la relación insecto-orquídea: el pretendiente, con su cortejo, le hace el amor y la poliniza, sin siquiera ellos saber cual es el gran propósito de la relación, perecedera. La escritora envidia la pasión de Laroche por su profundidad y naturalidad, y sobre todo por recalcarle la ausencia en la suya propia.

Luego de la presentación del envoltorio de tipo desinteresado de Laroche vemos su realidad, su carne: el accidente de auto (visualmente ejecutado con maestría por Jonze, tanto por la intensidad, el sonido y la vertical pérdida en un segundo) donde Laroche pierde sus dientes delanteros, su tío, su madre y a su esposa, que lo deja apenas al salir del quirófano. Lentamente la trama como el mundo de Laroche se van oscureciendo, con Orlean ya dentro, dejando aflorar bajo la cara de la tristeza, el anhelo por llegar a la “orquídea fantasma”, cayendo juntos al pozo, con invernaderos como sospechosas guaridas, y el uso de Internet como una lucrativa ventana hedonista.

La película

Implica un extenso contenido donde la punta del iceberg es la relación entre contrarios: Charlie y Donald, Orlean y Laroche; y la búsqueda, el proceso de creación/adaptación tanto de los autores (Kaufman-Orlean) como hasta de la verdadera dupla creadora del film, el director Spike Jonze y el guionista Kaufman. Los contrarios se descubren entre sí, bajo sus encuentros, pequeños fracasos, soledades y temores, ya sea con los hermanos gemelos jugando a investigadores privados desde New York a Florida, hasta sugerentes conversaciones telefónicas entre Susan y John hasta el alba. El espectador enfrenta estos los rostros abofeteados por la incomunicación: vemos a un entregado Charlie concurrir al seminario que cursa su hermano y encontrar algo valioso sobre el mostrador de un bar, llegando a tomar una copa junto el mismo temperamental seminarista, brillantemente interpretado por el actor Brian Cox. Pasan los minutos y las bofetadas son más enérgicas: en la escena del clímax, en el pantano con los hermanos acechados, susurrándose confidencias, biografías, jugando a las cartas con palabras, repartiendo la mejor mano, descubriendo sus continentes personales.

Se ha calificado a El ladrón de orquídeas como una comedia de humor negro, cínica, irónica y anti-narcisista. Demasiados adjetivos que parecen olvidar el precio que terminan pagando todos los personajes, sin excepción alguna. Al verlo en más de una ocasión, realmente parecería no haber otro mejor final para este film. Sería forzarlo, quizá hasta manipular con asco.

Actuaciones

No hay mucho más que agregar acerca de lo mencionado con anterioridad sobre del reparto y las actuaciones, salvo que pocas veces en los sensatos films donde actuó Meryl Streep se ha visto más dulcemente opacada.
En El ladrón de orquídeas varias historias son hilvanadas por un orden/destino, por algo como el concepto del Eterno Retorno, que teje sus redes de experiencia “como una araña bajo el resplandor de la luna y sobre el follaje de los árboles, como alguna vez señaló el creador y solidario al Übermensch, Federico Nietzsche. En este caso más concreto, el concepto se desarrolla entre huracanes, accidentes de automóviles, dientes de cocodrilo y con un destino circular. La simple oportunidad a enfrentar que requiere una pronta acción. Sucesión.

Mínimo apunte introductorio sobre la obra de Spike Jonze

Adam Spiegel (alias Spike Jonze) es sin duda un director "alternativo". Para profundizar sobre este adjetivo hace falta volver hacia la última década del siglo pasado, donde su visión plasmada en el formato de videoclip marcó tendencias y reveló imágenes de artistas como Beastie Boys, Sonic Youth, Dinosaur Jr., Weezer, Björk, entre otros, hacia todas las televisiones del mundo, bajo la cadena MTV. Jonze fue promotor y uno de los principales alquimistas en la dirección de videoclips. Asimismo, formó parte de un grupo de elite fundacional, donde se destacaron directores como David Fincher, Michel Gondry, Jonathan Dayton-Valerie Faris, Jonathan Glazer y Mark Romanek, hoy todos estos con largometrajes bajo el brazo, los primeros con más suerte que los últimos.

*Adjunto en esta reseña, a modo de ejemplo, el videoclip de la canción “Drop”, del grupo de rap The Pharcyde, pieza del gran mosaico de su obra.



Spike Jonze (1969). Otras películas: “¿Quieres ser John Malkovich?” (Largometraje – 1999), “The work of director Spike Jonze” (Videoclips – 2003).



miércoles, 29 de julio de 2009

Vidas uruguayas



Ride on (?)


Obligada la referencia a la canción de Joaquín Sabina "La del pirata cojo" (Física y química, 1992), y a una vieja charla con el gato Duroc, quien una noche ronroneó:
"Si pudiera elegir, y sí, sería gato en Montmartre, al menos del cementerio, menos congestionado que los de Montparnasse y
Père Lachaise; o por qué no gato en Las Toscas o en las pescaderías próximas al Club Náutico". Así que, referencias mediante, comparto algunas vidas montevideanas interesantes que me gustaría (o hubiese gustado) vivir:

Vendechurros en el Olímpico
Especulador del mundo hípico
Detective "de novedad"
Jardinero en el Rosedal

Salvavidas en Rocha
Boletero en el Fossa
Tira piedra en Las Piedras
Bichicome en Las Heras

Mascota en la final del Mundial del treinta
Fotógrafo de la final del Mundial del cincuenta

Manager en las giras de Felisberto
Creador del relato "El arenero y el desierto"
Tabernero en el "San Lorenzo"
Encuestador en Flores del último censo

Ajedrecista en 18 y Convención
Perseguido por evasión
Librero en Tristán Narvaja
Afilador de navajas
Basquetbolista en la B...

Maestro de preescolares en la Experimental
Albañil y carpintero monumental
Canillita en la vieja Ciudad Vieja
Abrir un quiosco y llamarlo "Nueva Lieja"
Pianista del Sodre
Dormilón en mi sobre (?)

Pintor del "Gusano Loco"
Guionista de cuatro cortos sobre "Balada para un Loco"
Trompetista enajenado
Bebedor entrenado

Billarista en el Palacio Salvo
Cafetero en una sala de parto
Escritor en mi cuarto.




M. Dávalos en colaboración con R. Duroc.







lunes, 20 de julio de 2009

“Los adioses”, de Juan Carlos Onetti. (1954). (Sur).





“Mi literatura es una literatura de bondad.

El que no lo ve es un burro”.

J.C. Onetti, entrevista con María Esther Gilio.




Hay una distancia que separa dos mundos: el del almacén y el del hotel, en la sierra. Dos puntos que unen la recta. En la sierra, cuesta arriba, hay un hotel con enfermos sentenciados, mientras abajo, en el almacén, caverna del pueblo, dominan los sanos, especuladores, rastrillos de la mirada. La voz narrativa de esta breve novela es la de uno de estos, el dueño del almacén.


El narrador, observador, inquisidor, luego de perder su indiferencia, comienza a sentir lástima sobre uno de estos enfermos, un ex basquetbolista taciturno, en notoria decadencia física, con unas manos llamativas que detonan (de una vez y para siempre) la atención del relator. Este enfermo parece sentirse ajeno a su realidad, a encerrarse en el sanatorio en busca de una posible salida. En cambio el narrador es displicente, de inmediato se encuentra en otro plano, sabe que las historias vienen a él, se posan sobre su mostrador, colocan sus labios sobre sus vasos, pero ésta en particular comienza a obsesionarlo y el detonante quizá son los cambios bruscos de modismos que ve en este enfermo. Comienza a desconocer, a sospechar, a sufrir por su propia mirada, su propia miseria. Comienza a sospechar de todo y, al notar la presencia de una serie de cartas y luego de dos mujeres (la de aire de matrona, ancha, de gafas oscuras junto a un botija de cabeza rapada, y la otra, de menor edad, inocente e intocable) que aparecen en la vida del enfermo, la incredulidad lo abruma. Le duele cuando el enfermo baja a esperar al tren, su pose acompañada con su mejor traje y sombrero, y verlo irse junto a la joven visitante, juntos hacia la sierra, a ese otro mundo, inalcanzable para él.


Cada una de estas dos mujeres es tan distinta de la otra como lo es el almacén de la retirada sierra, como lo son los sobres que envían: los de “letra de mujer, azul, ancha, redonda, con la mayúscula semejante a un signo musical, las zetas gemelas como números tres”, y los otros, color madera (“casi siempre con un marcado doblez en la mitad, escritos con una máquina vieja de tipos sucios y desnivelados").


Hay personajes que deambulan en ese almacén de piso de tierra: el enfermero, la mucama, el doctor Gunz, Andrade, permiten a la trama moverse en esa interpretación desleal, tiznada por una inconsciente envidia. Tocan de oído, entienden poco. Asimismo, la culpa se reparte en otros personajes menores, quizá hasta en los sosegados movimientos del botija que escolta a la mujer de gafas oscuras.

Como en el conjunto de su obra, Onetti maniobra, pero no tanto a sus personajes, ya que estos no sufren de excesivos manoseos, sino que el compromiso se encuentra en los movimientos y en la quietud; ahí, en esa estridencia que radica en el silencio de estos como en los espacios donde se ven atrapados. El gran acierto del escritor uruguayo en esta novela es confiar en su voz narrativa que deviene sugestiva al lector, que debe ver más allá de las confidencias del almacén y meterse en la sierra (el hotel, la casa de las portuguesas), en lo que poco se describe, que en gran parte se desconoce. Hasta ahí no llega el narrador y de cierta manera lo vuelve un entrometido más.

Los adioses es una historia de amor. Asimismo, es un particular obsequio de Onetti a uno de sus amores, Idea Vilariño. Se ha dicho por ahí que fue “lo que le salió” en el momento. Según como se desarrolla la narración, es baladí para el lector buscar ciegamente a la poetisa en estas páginas. Pero parece que en varios párrafos se vislumbra y de manera más que aceptable, en pasos, manos tomadas y separadas. Luego, el resto: la lucha de la literatura, que se desarrolla entre la muerte y la vida; y el adiós final, concebido en esa última mirada (que de inocente frescura deviene tempestuosa conciencia) de la joven frente a lo ineludible, para convertirse de inmediato en un esclarecimiento, crudo, fiel, para jamás olvidar.




M. Dávalos.-




Juan Carlos Onetti (1909 – 1994) Otras obras: El pozo (Novela - 1939), Tierra de nadie (Novela - 1941), Para esta noche (Novela - 1943), La vida breve (Novela - 1950), Para una tumba sin nombre (Novela - 1959), El astillero (Novela – 1961), Juntacadáveres (Novela – 1964), Dejemos hablar al viento (Novela - 1979), Cuentos completos (1994).




Artículo publicado en la página web tributo al escritor www.onetti.net

http://onetti.net/es/descripciones/davalos







viernes, 3 de julio de 2009

A 40 años de la muerte de Brian Jones



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Acá se lo recordará con algunas fotografías. Hacerlo con música, creímos, sería demasiado baladí. Hacerlo con palabras, un crímen.


El músico en su elemento


Con Jimi Hendrix


John Lennon leyendo sobre su muerte


Junto a Keith, un alto en la gira tomando margaritas



Lewis Brian Hopkin Jones (1942-1969).




lunes, 15 de junio de 2009

Requiem para un luchador, de Ralph Nelson (1962).





Hace unos meses se habló en demasía de la gran actuación de Mickey Rourke en el film The Wrestler, de Darren Aronofsky (Pi, Requiem por un sueño). Es un film con inolvidable actuación de Rourke, y dirigido con luces por sobre las sombras que entretejen la trama. Quizá no sea mala idea recordar el film "padre" de The Wrestler.

En 1962 se estrenó Requiem para un luchador. El film fue una adaptación de una exitosa serie televisiva de Rod Serling. La trama es muy similar y de aquí el mote de "Padre" en relación al film de Aronofsky. Anthony Quinn se lleva quintaescencias, loas y lo que venga, al interpretar al peso pesado "Mountain" Rivera. Rememora casi diez años atrás, cuando junto a Federico Fellini crearon La Strada y el personaje de Zampano, el macho dominante, quien cuando enfrentó la derrota, la llevó como Sísifo, mínimo. En Requiem no se aleja del concepto.

La trama sentencia: Rivera es un peso pesado que debe dejar el box, su vida, por recomendación (y prohibición de la Comisión) y porque puede quedar ciego si recibe uno o dos golpes más en sus ojos. Telón. La primera escena es tan conmovedora como la última. Es un nocaut: la cámara es los ojos de Rivera al recibir una paliza de nada más ni nada menos que Cassius Clay. El mismo, tiempo antes de cambiar su nombre por el de Muhammad Ali. Terrible es el comienzo, y a medida que pasa el tiempo dicha escena cobra valor, no como un simple vino, sino ya como la bodega entera.

Lo dicho: el experimentado boxer Rivera cae. En el vestuario el doctor dictamina: amenaza de desprendimiento de retina. Clarito. Y esa noche su carrera se va y no sólo al luchador. A su lado, sus dos compañeros de ruta de diecisiete años. La actuación de Quinn es imponente como su físico, pero tanto las actuaciones de su cut-man, de nombre "Army" (interpretado por Mickey Rooney), como su manager y consejero "Maish Renick" (Jackie Gleason) con su estampa de busca vidas, son tan imponentes como nocaut en primer round. Mountain es tosco y debe buscar de la noche a la mañana otra forma para vivir. Trabajo. Allí se encuentra con técnica de buen guión de Hollywood Grace (Julie Harris), la chica, la antítesis del rudo, quien le toma una entrevista laboral y, por sentido común, decide darle una mano al tosco púgil. Le consigue una entrevista para trabajar con niños. Intenta ayudarle, y con insistencia. Se da una relación. Pero su manager, Maish, está apretado por el corrupto mundo donde se maneja, debe plata y para aplacar sus deudas necesita a Rivera, quien con inocencia, lo admira. Al manager le ofrecen dinero para llevar al retirado púgil a la humillación. Que se disfrace de Indio para ganar unos dólares en la Lucha Libre.



El enorme acierto de este film es su atmósfera. La fotografía de evidente estilo cine noir conforma el esqueleto visual. El director, Ralph Nelson, bien supo lo que hacía. Desde el comienzo con la escena del joven Clay, la vida en oscuras pensiones del día a día de los tres compañeros de ruta, la relación entre el mísero manager y el compasivo cut-man, la prestancia para tomar en el lente la decadencia, patetismo y simpatía de Anthony Quinn sintiendo a cada paso la montaña que es interpretar un personaje como Rivera. Queda en la retina la bizarra cita del púgil con Grace en un bar de boxeadores (donde se sirven las cervezas en botellitas y no en vasos, ya que nunca entra una chica). En este film hasta hace una aparición el gran Jack Dempsey. Y la escena final es un gancho al hígado. Seamos buenos: en Nelson, como dice el presentador, "we have a winner".

El boxeo es un deporte. Es un martirio. Es una lucha dentro como fuera del ring. A cual más difícil. Y el boxeo le ha dado mucho al arte. A Hemingway le dió Fifty Grand, a Cortázar le dio Torito. Scorsese dijo mucho sobre él en Raging Bull. Requiem for a heavyweight bien puede ser el mejor film jamás realizado sobre lo que representa el boxeo. Méritos le sobran. Pega demasiado fuerte. Este film es boxeo. Este film es cine. Arte.


Reparto: Anthony Quinn, Jackie Gleason, Mickey Rooney, Julie Harris, Cassius Clay, Jack Dempsey.
Director: Ralph Nelson
Guión: Rod Serling

Columbia
95 minutos.




M.Dávalos.-





La inolvidable escena con Cassius Clay, el comienzo del film:






lunes, 25 de mayo de 2009

"Remo y su loba"






Acá en Roma te encantarían sus fuentes. Yo sé cuánto te gustan. Las moscas aquí tienen más que dos colores; las rojas y las negras son las más comunes de ver. No sabés cómo se las ingenian para posarse encima de los helados de los niños descuidados.


No sabés lo desnudas que son las noches de domingo aquí, cuando comienza mayo, cerca del Stadio Olímpico, al ver todas las motos que llegan como si fueran abejas a su colmena. A mí me duele cuando con un simple silbato el árbitro dictamina el final de la reunión. Cómo me gustaría que vieras en persona cómo se va la gente, cómo se van las motos.


Hay muchas bufandas en Roma; el otro día vi dos enlazadas, una a la otra, cuando subía la escalinata del Campidoglio. Me detengo en los leones y pocas veces miro a los colosos hermanos sólo por la razón de que ellos nunca pueden estar separados, como nosotros. Si supieras lo que significa quedarte sin yerba en la Piazza Colonna bajo la estatua de San Pablo, y pensando en Marco Aurelio, que tanto te gusta.


Deambulo frente al Coliseo y pienso en vos, en las bufandas, en el remoto café con leche tibio antes de imaginarte partir a la escuela. Su silencio me lo permite, al menos a la hora que lo visito. No se ve a sí mismo como un monumento de vanidad. Cuando lo enfrento, comprendo mejor que cualquier clase de historia: los pollice verso de las vestales, de las últimas plegarias de niños frente a los leones y tigres, el olor a quemado.


Hace unos días vi a Dios como lo vi allá; esta vez lo vi en un almacén. Era difuso, niño, pecoso y tenía una manzana roja en su mano. Roja como las bufandas de Roma. Lo reconocí cuando colocó la fruta en el asiento de la moto de un carabiniere, que sin verlo encendía un cigarrillo. A propósito estoy fumando unos muy baratos que le compro a un turco en su quiosco.


Pero en Roma también hay que luchar, hay que vivir sin dejar ser vivido. Aquí somos tantos los gladiadores que día a día luchamos con leones, tigres y hasta con jirafas, como vos lo hacés allá. Por las noches, cuando vuelvo a casa al doblar ciertas esquinas, veo las calles repletas de espejos tirados, como adoquines de las angostas calles de la Ciudad Vieja que, como ellos, miran hacia el cielo buscando algo que no es un simple reflejo.


Se puede vivir en Roma, pero todos somos tan iguales y tan distintos; todos; Roma, Montevideo. Aquí los artistas son como escobas que barren la mugre sin buscar alfombras; sus palas son su único contacto con la basura.


En estas noches de mayo, cuando todas las ventanas están abiertas, hasta las de las hospitales, se pueden escuchar un sin fin de plegarias. No sé por qué te cuento esto, Remo, la verdad es que no lo sé. Quizá porque estamos lejos, pero el lápiz se me cae de la mano pateándome los dedos, protestando, diciéndome que estamos más cerca que antes, de una manera que me cuesta entender. Enlazados, como las bufandas en la escalinata del Campidoglio.


Al menos una vez por mes, sin siquiera planificarlo, visito la Capilla Sixtina. Siempre me aparece tu presencia allí, al estar de pie mirando hacia todos lados como lo haría un cíclope si tuviera dos ojos. Pero no aparecés cuando veo las maravillas de Miguel Ángel, sino que lo hacés cuando cierro los ojos y la huelo profundamente.


Y qué te puedo decir del hoy, de este tres de mayo, cuando hace un ratito, esta mañana, me bajé del ómnibus de golpe en el Arco de Constantino. Viajaba de pie, tomada de la baranda del ómnibus lleno y me quejaba de tener mi motito en el taller de Piero, un amigo fanático de mis canelones caseros a quien le explico que así es el nombre de un departamento de nuestro país (Anche é una provincia, Piero, una provincia!). Cuando hago le llevo algunos que siempre se enfrían en el camino. Y le va tomar mate. Al principio pensé que era de atento pero ya son varios los días que lo he visto con la lengua verde como si fuera la cola de un dragón. ¡Oh, dragones! Deja que te cuente esto..., y al pasar por el arco (quod instinctu divinatis) creí haber visto otras dos bufandas abrazadas en la cima del arco. En Roma, como en Montevideo, es malo ubicarse en la mitad del ómnibus lleno, a no ser a vos que tanto te gusta estar sentado en el pasillo y oler a las chicas como si fueran flores del Rosedal del Prado. Atropellando viejos y niñas busqué bajar, y lo primero que me vino a la mente fueron los guardas que acá no están, que no puedo chistarles, que no me dan con sus miradas un último adiós al bajar. A medida que me acercaba al arco vi unos japoneses con sus diminutas cámaras fotográficas y pensé, por suerte, en el verdadero nombre de esta ciudad. Seguí mi curiosidad y noté que no eran bufandas, sino que eran dos dragones rojos que por la fuerza de su abrazo simplemente desaparecieron con la rapidez del parpadear de mis ojos. Pero mirá que no me puse nada mal, ya que cerca del arco hay un muro que trepé buscando sombra de uno de los árboles, donde sentada tomé este lápiz para escribirte esta carta y con un pedazo de baldosa rota tracé tu nombre en su tronco, seguramente mientras las estatuas inferiores del arco desviaban sus miradas de los lentes de las diminutas cámaras.





M. Dávalos.-





Arco de Constantino, Roma.





Publicado en Revista Freeway.

Mayo 2009.


Relato incluído en "Circo".