miércoles, 23 de febrero de 2011

"The Fighter", de David O. Russell (2010)


The Fighter no es un film pretencioso. En 2010, en Hollywood se destacaron películas constituidas entre la vanidad de autor y vagos conceptos psicológicos (Inception, de Christopher Nolan, y El Cisne Negro, de Darren Aronofsky), pero también fue un año donde se estrenó esta de David O. Russell (Three Kings, 1999). Inicialmente iba a ser dirigida por Aronofsky y con Matt Damon encabezando el reparto. Finalmente, otro fue el destino: el director quedó únicamente en la producción y el actor fuera del proyecto. 

Por esta elección se logró otro rumbo: una película sobria, basada en un hecho real, que no busca grandes sorpresas en su trama ni súbitas vueltas de tuercas. Su fin es otro: apostar a los pequeños detalles. Es factible que sea recordada por su cuidadosa narración y por la meritoria actuación de Christian Bale (El gran truco, Batman Inicia) como Dicky Eklund: ex boxeador, orgullo del barrio devenido "junkie" adicto al crack, medio hermano mayor y cornerman de Micky Ward, interpretado por Mark Wahlberg (The Departed), quien busca forjar su carrera de púgil desde el amateurismo.
  

El guión, encabezado por Scott Silver, no destaca los nocauts como base del conflicto, el estado atlético de los protagonistas, o sus maneras de cómo superar obstáculos (el "american way of life" visto desde los puños). Los personajes, bajo una correcta fotografía de Hoyte Van Hoytema, se ajustan al barrio obrero estadounidense de Lowell donde todos se conocen las caras. No hay misterios: se sabe que Dicky pasa días de encierro en una casucha fumando crack con otros adictos. Consumido y de físico desmejorado, nos recuerda al Christian Bale de El Maquinista (2004). Pero no todo es maquillaje, ya que su performance es de lo mejor de la película y afirma que es uno de los actores con mayor crecimiento en los últimos años. 

Por su parte, Micky ha tenido traspiés en peleas y los vecinos también lo saben. Admira a Dicky, pero sabe que ha sido un obstáculo más que un estímulo, y ahí la trama toma una nueva dirección, en el conflicto entre estos dos caminos. En el suyo, Micky conoce a la templada Charlene, interpretada por Amy Adams (Atrápame si puedes). Las escenas de Wahlberg con Adams se desarrollan como una creíble suma de partes, lo que no ocurre cuando comparte escena con Bale, quien termina opacándolo al captar toda la atención. 

La otra gran actuación es la de Melissa Leo interpretando a Alice, manager de Micky y madre no sólo de los hermanos, sino también de sus hermanas: un "conventillo" de solteronas que recuerdan a Selma y Patty Bouvier de Los Simpsons. A la familia Ward le corre sangre irlandesa por las venas, dato no menor.
 

The Fighter no se conforma con ser una película de boxeo más: no es como ninguna de las seis entregas de Rocky ni tampoco es como Requiem For A Heavyweight (1962) o Raging Bull (1980), estas dos últimas las más categóricas del género. Es, simplemente, El Luchador. Su traducción al español (o al menos la de estas pampas) como El ganador es impresentable. De todas maneras, esto no sorprende. 

Russell sabe lo que tiene a mano. El acierto de su película radica en lo que no pretende ser: escenas sobre el ring harto conocidas o dudosos nocauts por la vida y la redención (aunque por momentos caiga en la trampa). En cambio prefiere la dualidad, el conflicto entre personajes como conductor de la doble direccionalidad de la trama, retratando imágenes que rodean la vida de un boxeador bajo fracasos dentro y fuera del ring con la presencia de la familia al alcance. A todo esto sumarle un dinámico reparto, un cameo que incluye una breve aparición del gran Sugar Ray Leonard, y un guión que sabe que si no noquea termina ganando por puntos.





Director: David O. Russell
Guión: Scott Silver, Paul Tamasy, Eric Johnson
Fotografía: Hoyte Van Hoytema
Reparto: Mark Wahlberg, Christian Bale, Melissa Leo, Amy Adams, Mickey O’ Keefe, Jack McGee.
Duración: 115 min.
The Weinstein Company
Trailer:






M. Dávalos.-

martes, 1 de febrero de 2011

"The Black Swan", de Darren Aronofsky (2010).



El film expone una desintegración. Con excesos, Aronofsky trabaja nuevamente el desarrollo del personaje -como lo hizo en The Wrestler, con un Mickey Rourke destacado- utilizando ciertos juegos y modismos que le conocimos en aquel debut auspicioso en Cannes por los años noventa, con su obra en blanco y negro Pi.

Black Swan va del blanco al negro. La trama ubica a la bailarina Nina Sayers en su afán de representar al Cisne en la célebre obra El lago de los Cisnes. La actriz Natalie Portman la interpreta, en su papel más destacado hasta el momento, superando su recordado rol de niña en El Perfecto Asesino, de Luc Besson.

Portman atrae con su labor protagónica del personaje atormentado en la carne, en el martirio. Frágil por fuera, hirviente in crescendo por dentro. New York y su Subway la acompañan junto al abúlico profesor Thomas Leroy (con un Vincent Cassel de labor apagada) y un alter-ego palpable, y por momentos lúcido, interpretado por Mila Kunis (That 70’s Show). Allí se constituye un triángulo que más allá de sugerir no culmina en su aporte a la trama, especialmente por Thomas, quien le aconseja a Nina que se suelte, que se toque para así llegar a su “liberación”. Y poco más. El personaje de Beth MacIntyre (Winona Ryder) no llena el ojo como la veterana bailarina rechazada por Thomas. No se justifica su presencia.

Psicología, flagelo y tormenta expone la lente de Aronofsky para su justificación desde el personaje principal. El film por momentos deambula bajo la bandera a media asta de lo abstracto, la que en su lenguaje audiovisual intenta representar un “rescate”, de esencia similar a aquellos innecesarios poemas de panfleto que André Breton dedicara al célebre bailarín ruso Vaslav Nijinsky cuando el Surrealismo yacía en el declive y el ruso era un cadáver exquisito; la imagen y el suplicio. Asimismo, en Black Swan esto es un abuso de recurso.

La relación madre-hija es otro punto que no pasa desapercibido. Quizá un desarrollo utilizando más trama disponible a través del guión presentado (a cargo de Mark Heyman, Andrés Heinz y John McLaughlin, quienes avalan la frase ‘tres son multitud’) pudo fortalecer al film. La patología puede pasar del rastro en el cuerpo, la aparición de heridas a flor de piel, a noches conociendo nuevos chicos. Y la posesión: la madre que deja su verdadera pasión por su hija, por un embarazo, por tenerla. Erica (Barbara Hershey) es una presencia determinante en el desarrollo de Nina, y si lo resumimos en una imagen queda expuesta en la infantil decoración de su cuarto y asimismo en su médium de comunicación. Al ver a la postre el tratamiento metalingüístico de la relación, se explicita: Aronofsky no es Buñuel ni Lynch.

Lo que Aronofsky sí comprendió fue filmar la danza, y allí salió a buen puerto, en filmar el proceso de transformación Odette-Odile. Especialmente en la secuencia final, la que puede conmover al espectador. La melodía de Tchaikovsky (adaptada por Clint Mansell) le dio una buena mano, como es de suponer. Otro mérito: la dirección de arte de David Stein. De lo mejor del film, el logro de la lente en ciertas escenas cuando no se cae en la repetición de recursos, como por ejemplo en la danza “de performance” y en la particular –y freudiana- escena de los retratos y pinturas “móviles” realizados por la madre de Nina.

El Cisne Blanco culmina en El Cisne Negro, y viceversa; en la invasión total, la imagen de sueño tras la perfección. El arte pagándose a sí mismo como único precio y sacrificio. El viaje logra bellas imágenes con claro mérito de Aronofsky, pero un tibio manejo de la trama y excesos en el guión, junto con la falta de construcción de estructura de personajes claves, hace que el viaje sea en buena parte parsimonioso, con corriente en contra. Sin embargo, el Cisne se mueve.



Dirección: Darren Aronofsky

Guión: Mark Heyman, Andrés Heinz y John McLaughlin

Cinematografía: Mathieu Libatique

Reparto: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey

108 minutos

Fox Searchlight


Trailer:








M. Dávalos.-