En 1954 se estrenó Gojira, película de Ishiro Honda. En aquellos años de posguerra, el cine japonés era avant-garde y vivía su mejor momento, con notables directores como Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa. Aunque no todos hacían lo mismo, el equilibrio entre lo clásico y lo moderno de aquel cine maravilló a millones de espectadores e hizo historia. Dos años después del estreno de aquel film, Hollywood lo rebautizó como Godzilla: rey de los monstruos en una versión en la que agregó actores (Raymond Burr) y editó escenas, contenidos y mensajes: desde lo latente de los históricos ataques nucleares de Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 hasta el afán de vender al monstruo mitológico de oriente a occidente.
En
su momento el proceso no resultó. Honda no era ni Kurosawa ni Ozu y
en Estados Unidos el film fue etiquetado como una película de
ciencia a ficción mala y de “clase B”. Además era evidente que
a este monstruo le faltaba el carisma y la debilidad que a otro
visitante le sobraba cuando supo copar Nueva York: King
Kong
(Merian C. Cooper y Ernest
B. Schoedsack,
1933). En cambio, en Japón la creación de los estudios Toho generó
nuevas películas (más de 25) y convirtió al monstruo en un mito al
que el mercado local le sacó provecho, desde fanzines
hasta juguetes.
Godzilla
es una fuerza de la naturaleza que actúa en un determinado momento
histórico. Su “God” (dios en inglés) así lo sugiere. En
japonés su nombre original (Gojira) surge de la mezcla de dos
palabras: “gorira” y “kujira”, gorila y ballena
respectivamente. Un monstruo radioactivo producto de un Japón bajo
la paranoia y el efecto del devastador ataque nuclear sobre Hiroshima
y Nagasaki, y con la Guerra Fría en sus años más calientes. En
cambio, en su nueva adaptación sesenta años después están
latentes la catástrofe de la central nuclear de Fukushima tras el
tsunami que golpeó a Japón en marzo de 2011 como también la
radical amenaza del cambio climático.
El
director de este nuevo blockbuster,
el británico Gareth Edwards, fue escogido
por
su trabajo en
Monsters (2010),
en el que demostró a los grandes estudios que con poco dinero se
puede asustar en una película de ciencia ficción. Para despertar al
durmiente Godzilla, gozó de un presupuesto astronómico en el que
obtiene resultados dispares.
Lo
mejor del film es su tratamiento del monstruo protector, con el
ejemplo de Honda a seguir y evitar el lastre del Godzilla de Ronald
Emmerich de 1998. Un histórico papelón cinematográfico del que lo
único para destacar está lejos del monstruo que solo quiere llegar
a dejar sus huevos en el Madison Square Garden de Nueva York: la
canción “A320”
de Foo Fighters
de la banda de sonido.
Edwards
comprende que el monstruo debe ser la estrella, desde la notable
tecnología digital y respetándolo con la cámara, tomándose su
tiempo en la descripción según los planos (largos, cortos,
contrapicados) para exponer su interminable grandeza. Además éste
es el más grande: supera los cien metros de altura. Una labor que
con menor fortuna comprenden Max Borenstein y Dave Callahan desde el
guion, en busca de la obviedad de justificar con diálogos linderos
la existencia del personaje a través de cierto misterio in
crescendo.
Esta es la construcción de un “Dios” que trae una advertencia:
mañana puede ser demasiado tarde.
Edwards
también conoce la némesis de Godzilla: los monstruos son dos
gigantes adefesios que buscan radioactividad y reproducirse, por lo
que no debe sorprender a nadie que cuando las partes interesadas se
encuentren lo padecerán los insignificantes humanos, sea en Hawaii,
Las Vegas o San Francisco. La fotografía de McGarvey (Los Vengadores)
es de lo mejor del actual cine de acción, con un admirable retrato
de la ciudad californiana en tinieblas y en ruinas que poco tiene que
envidiarle a las imágenes que describe Dante en su viaje por el
Infierno de la Divina
Comedia.
Lo
peor del film son las actuaciones; el elenco detrás del monstruo.
Apenas algunas expresiones dramáticas de Bryan Cranston (harto
conocidas en Breaking
Bad
y en Argo)
como el ingeniero nuclear Joe Brody, quien conduce el hilo narrativo
durante los primeros cuarenta minutos previos a la aparición del
verdadero protagonista. Participaciones poco agraciadas y para el
olvido de la francesa Juliette Binoche (esposa y compañera de
trabajo de Brody), de Ken Watanabe (doctor e investigador) y David
Strathairn (sargento), estos últimos dos que resumen la referencia a
Hiroshima en una escena breve y poco feliz, reloj heredado mediante.
Pero quien peor fortuna tiene es el soldado Ford Brody, hijo de Joe.
Es interpretado por Aaron Taylor-Johnson (Salvajes,
Anna Karenina),
quien transmite muy poco, es sometido a dudosas escenas (como la del
rescate de un niño en un subte) y al que simplemente le queda grande
liderar el elenco en la segunda mitad de la película.
A
sesenta años de su estreno en Japón, volvió a despertar Godzilla,
el que según la trama ha dormido por millones de años. Hollywood lo
hizo de nuevo. En la película de Edwards se aprecia sin mayores
esfuerzos la denuncia anti nuclear original sumada al actual problema
del cambio climático. ¿Es necesario volver a despertarlo para creer
que siempre estará allí para salvarnos de nuestros errores? ¿Su
propósito es levantarse a destruir para luego volver a dormir? En el
centro del conflicto hombre-naturaleza, la falla esencial y las
preguntas siempre persisten.
Dirección: Gareth Edwards. Guion: Max Borenstein y Dave Callaham. Fotografía: Seamus McGarvey. Música: Alexandre Desplat. Elenco: Aaron Taylor-Johnson , Ken Watanabe, Bryan Cranston, David Strathairn, Elizabeth Olsen, Sally Hawkins, Juliette Binoche. 123 minutos. 2014.
Nota publicada en www.ACCU.org.uy (19/5/2014)