martes, 23 de octubre de 2012

Argo, de Ben Affleck


Argo es un thriller político con un preciso apoyo de la técnica documental para narrar una historia basada en hechos reales y no solo una tolerable recreación de época. El libro Maestro del disfraz (1999), de Tony Méndez, y el artículo El gran escape, del periodista Joshuah Bearman publicado en la revista Wired en 2007, son sus fuentes directas para el relato del rescate de Irán de seis empleados de la embajada estadounidense en 1980.

El ensamble ficción-documental es oportuno en el comienzo de la narración: desde la cartografía de Medio Oriente e Irán, para dar paso a imágenes que ilustran el conflicto, acompañando la voz en off: en la década de los años cincuenta, el gobernante Mossadegh llegó democráticamente al poder, nacionalizó el petróleo y lideró una política estatal que Estados Unidos no compartía. Ergo, en 1953 la CIA pergeñó un golpe de estado para derrocarlo y, con la ayuda de la oposición, colocó en su lugar al sha Reza Pahlevi: un dictador que ejerció un mandato plagado de excesos en su vida opulenta, injusticias sociales y represión sobre su pueblo. En 1979 la revolución iraní lo derrocó y en su lugar colocó al Ayatolá Jomeini. El sha huyó y se exilió en Estados Unidos, bajo la presidencia de Jimmy Carter, y la situación entre ambos países se agravó: los iraníes pedían su regreso para juzgarlo por sus crímenes, pero el pedido no encontró respuesta.

Ante tal polvorín en puerta en Irán, Argo deja atrás el prólogo para contar su historia central: la insólita idea de un agente de la CIA para extraer del país a seis empleados de la embajada estadounidense en Teherán, que en noviembre de 1979 escaparon de la toma de la sede diplomática que mantuvo a 52 rehenes cautivos durante 444 días. Es correcta la dirección de Ben Affleck en la escena de la toma del edificio: primero, por el aumento de tensión con el recurso de la cámara en mano para retratar la manifestación iraní con el apoyo de la precisa fotografía de Rodrigo Prieto para recrear imágenes que dieron la vuelta al mundo en los diarios internacionales en 1979 —ver las fotografías en los créditos finales—; y segundo, por no ocultar lo que ocurría dentro de las paredes de la embajada: al ser inminente el ingreso de la turba, los empleados corren y gritan “quemen todo, todos los documentos... ¡Traigan el triturador!”. La preocupación radica en los secretos y las operaciones que se esconden al pueblo iraní.

Entonces, los seis empleados escapan y se refugian en la casa de Ken Taylor (Victor Garber), embajador de Canadá. Recién aquí se presenta al protagonista: Tony Méndez, un agente de la CIA interpretado por Affleck en su mejor actuación hasta la fecha. Su pesadumbre es creíble a lo largo de la película, aunque a priori no lo parece su idea para liberar a los seis compatriotas, ante la imposibilidad de una invasión militar: la creación y producción de “Argo”, una ficticia película de ciencia ficción típica de Hollywood al estilo Star Wars éxito mundial por aquel entonces, y así ingresar a Irán con el permiso de filmar en sus áridas locaciones para finalmente llegar a los seis cautivos y hacerlos pasar por trabajadores de la película de nacionalidad canadiense. Aquí aparecen dos aciertos de la película: primero, el tratamiento del histórico vínculo entre la CIA y Hollywood —ya visto en Mentiras que matan (Barry Levinson, 1997)—; y luego la elección de los actores John Goodman y Alan Arkin: el primero, interpretando al maquillador y “socio” de la CIA John Chambers ganador del premio Oscar en 1969 por su trabajo en El Planeta de los Simios, y el segundo en el rol del decadente productor Lester Siegel. Las escenas que ambos comparten, que son varias afortunadamente, se distinguen y, además, sirven para descomprimir la carga del thriller con toques de comedia y parodia al sistema de Hollywood.


Este es el principal logro de Argo: Affleck no se conforma únicamente con abarcar un conflicto histórico real con exceso de patriotismo estadounidense, sino que, en el desarrollo de las aristas del argumento, matiza otras variables narrativas para solventar su dirección. Affleck revela al espectador la ampliación de una farsa: la creación y llegada a Irán de la falsa productora de cine Studio Six, que en su momento la creyeron la prensa estadounidense, reconocidos cineastas que le enviaron sus proyectos, y hasta las autoridades de Irán. Y asimismo es positiva su decisión de preferir el relato dirigido a un héroe cansino y artífice de una acción pacífica por sobre el de glorificar a la CIA, organización que, cabe recordar, fue decisiva en el comienzo del violento conflicto.

Argo es un nuevo paso hacia adelante de un joven director que sabe utilizar influencias de otros cineastas para encontrar su propia voz. En su primera película, Desapareció una noche (2005), se aprecia la del Clint Eastwood de Río Místico (2003) desde la narración y desarrollo del guión sobre personajes hasta el retrato de toda una comunidad; en su segunda, Atracción peligrosa (2010), la del Michael Mann de Fuego contra fuego (1995) para filmar y hacer creíble un policial con la tensión y acción entre los miembros de una banda de delincuentes y sus espectaculares robos a bancos; y en Argo es clara la presencia de John Frankenheimer (The Manchurian Candidate, 1962), Costa-Gavras (Z, 1969) y Steven Spielberg (Munich, 2005) en el modo de dirigir un consistente thriller político. Y no menos importante: en este film, Affleck deja manifiesto, siguiendo las palabras de Juan-Luc Godard, que hizo cine sobre cine, una película que de forma explícita resulta un documental sobre su propio rodaje.

Dirección: Ben Affleck. Guión: Chris Terrio. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Alexandre Desplat. Elenco: Ben Affleck, Alan Arkin, John Goodman, Bryan Cranston, Victor Garber. Duración: 120 minutos. Warner Bros. 2012.




Crítica publicada en ACCU (30/10/2012)
 

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