El film de Rupert Wyatt desempolva una saga dueña de más sombras que luces y la refresca desde la base de su argumento: la constitución, expresión y evolución del líder de una rebelión, el simio César. Un protagonista fuera de tiempo y espacio. Den al César lo que es del César, y al cine lo que es del cine.
El planeta de los simios: (r) evolución no es la peor traducción posible de Rise of the planet of the apes,
su título original, aunque dista de ser correcta. Revolución no es lo
mismo que ascensión. De todos modos, el film actúa como precuela del
clásico El planeta de los simios, dirigido por Franklin J.
Schaffner en 1968 y basado en la primera novela del escritor francés
Pierre Boulle en 1963. Cuarenta y tres años después, se narra el origen
de la rebelión de los simios -que en un futuro ambienta la obra de
Schaffner, ya con los primates gobernando el planeta-. Y aquí algunas de
sus diferencias: mientras la primera película se especializa en el
individuo, con la efectiva e inolvidable escena de George Taylor
(Charlton Heston), el hombre, de rodillas y derrotado ante los restos de
la Estatua de la Libertad como hipérbole, y su creíble mea culpa y
lamento por la condición humana, o mejor dicho por su acción, la nueva
se inclina a la constitución y evolución del líder de una
rebelión: el simio César. Según parte de su argumento -la rebelión de
simios contra humanos-, y teniendo en cuenta el conjunto de la saga, la
nueva obra se relaciona más a Conquista del Planeta de los simios (J. Lee Thompson, 1972) que a cualquier otra.
El médico Will Rodman (James Franco) investiga la
cura del mal de Alzheimer bajo el paupérrimo liderazgo del
médico-empresario Steve Jacobs (David Oyelowo). El primate hembra "ojos
brillantes", capturada en la jungla, dueña a través de una terapia
genética de "la cura" para la enfermedad a estudio, es asesinada a
balazos durante un incidente en el laboratorio y deja a su crío
huérfano, y hereditario genético, que Will decide llevar a casa para
salvarlo de ser sacrificado y lo bautiza con el nombre de César. Se deja
el escenario del laboratorio y se pasa al hogar, espacio familiar donde
se desenvuelve el conflicto generacional: la relación padre-hijo, tanto
la de Charles (John Lithgow) con Will, y la de este último con César
(creado digitalmente sobre la actuación de Andy Serkis) en su calidad de
padre adoptivo. El conflicto se nutre de una realidad, una experiencia:
Charles sufre de Alzheimer y su hijo lo medica clandestinamente con
importantes adelantos, aunque pronto aparecen los evidentes problemas de
convivencia entre los distintos mundos, que terminan con César en un
centro de reclusión para primates.
Volviendo al concepto de evolución, éste radica, en
primer término, en lo que le ocurre a César desde el primer hasta el
último minuto del film. A vuelo de pájaro, su confinamiento y luego en
la ascensión de una rebelión bajo lema de mosquetero "Uno para todos y
todos para uno". El simio pasa de víctima a líder, y protagonista fuera
de tiempo y espacio, gracias al acierto de los guionistas Rick Jaffa y
Amanda Silver. En segundo término, la película es toda una evolución
respecto a la última versión de El Planeta de los simios
realizada diez años atrás, a cargo de Tim Burton, que se pasó de
autorreferencial, caprichoso, y con su autobombo artístico no sólo
destruyó su película, sino que casi destruye toda la saga. En cambio el
director británico Rupert Wyatt (El escapista, 2008), con orden y sobre todo con mucha más humildad, la refrescó y levantó, sin perseguir la panacea cinematográfica.
Wyatt logró varios aciertos: la exposición del
escenario, del espacio visual. Aunque gozara de los actuales adelantos
tecnológicos, San Francisco no le quedó grande, ciudad con peso propio
como pocas en Hollywood -desde Vertigo (1958) y The Birds (1963) de Alfred Hitchcock hasta Bullit
de Peter Yates (1968)-. La batalla en el simbólico Golden Gate entre
animales, entre hombres y simios, entre armas y músculo, entre lógica e
instinto, funciona y es efectiva como metáfora, como puente.
Para expandir aún más el logro, la labor del equipo técnico de Weta
Digital en las animaciones CGI y efectos en los movimientos y
expresiones de los simios es más que un lujo: es la dirección
tecnológica a la representación visual deseada, una alternativa "forma ilusoria y sensorial del mundo", citando a Arthur Schopenhauer.
Asimismo, dentro del espacio visual establecido -y
aquí toda una sorpresa subjetiva como espectador- en la película se
aprecian referencias al universo cinematográfico o, al menos, a momentos
claves de su historia. Como el caso de la aproximación de su argumento
con el de Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), más allá del
esclavo que lidera una rebelión; de la semejanza de César, en la
relación amo-creación, con Frankenstein (James Whale, 1931); o
por otro lado, mucho más subjetivo, a Alfred Hitchcock. No porque la
historia se desarrolle en San Francisco, escenario predilecto del
Maestro, sino que en este caso se aprecia en la primera escena en que se
presenta el avasallante espacio natural del bosque Muir y sus típicas
sequoias, cuando Will y su novia Caroline llevan a pasear a César. Aquí,
Wyatt rinde tributo a su compatriota de forma inmediata: un plano que
recorre una sequoia, brindándole importancia como en la célebre escena
de Scottie y Madeleine en Vertigo. Mientras que en el film de
Hitchcock el árbol es más pulsión que el peso de la naturaleza o el paso
del tiempo, en el caso de Wyatt no es más que un sutil tributo junto
con la presentación de un espacio cohabitado por hombres y simios.
No sólo hay referencias cinematográficas, sino
también están las literarias, mucho más explícitas. Por ejemplo en la
elección del nombre del simio por parte de Will: en una escena en su
casa se aprecia, adrede, la tapa del libro Julio César, la
tragedia de William Shakespeare basada en la caída del emperador romano,
y que puede llevar a más de uno a alejarse por un momento de la saga y
pensar en paralelismos entre las obras, quizá con la obviedad de las
llegadas de los traidores en un futuro. Por supuesto, este razonamiento
no es más que una especulación.
Pero más allá de referencias, nada es perfecto y
menos en el cine. Lo que el guión destina con aciertos a la concepción y
expresiones en los simios, lo pierde en el resto del elenco, los
humanos: James Franco, Freida Pinto (Caroline, novia de Will), Tom
Feldon (Dodge, el carcelero de los simios) y David Oyelowo pasan sin
pena ni gloria, especialmente este último, un cliché caminante ávido de
dinero. Ni siquiera el veterano Brian Cox (John Landon, autoridad de la
cárcel) asoma la cabeza. Los únicos que superan la prueba son John
Lithgow como Charles Rodman, padre de Will, y Andy Serkis, interpretando
junto a la tecnología a César, como años atrás lo hizo con Gollum en la
trilogía El Señor de los Anillos de Peter Jackson.
Rise of the planet of the apes, según su
nombre original y la determinación de la palabra "rise", supone la
presentación de César y su ascensión, rebelión y también su evolución
como líder. Asimismo, Rupert Wyatt logra su propósito: desempolvar y
refrescar la saga y tomar la base de la historia para construir y
bifurcar sus propios argumentos. Pero éste no es su mayor triunfo, sino
que en tiempos vertiginosos del cine actual y comercial de Hollywood,
repleto de efectos y tecnologías con poco efecto trascendente, aplica
con precisión los artificios y pasa la prueba, además de contar con una
historia bien narrada y que va por más.
Director: Rupert Wyatt
Guión: Rick Jaffa, Amanda Silver
Fotografía: Stephen F. Windon
Elenco: James Franco, Andy Serkis, John Lithgow, Brian Cox, Freida Pinto, Tom Feldon, David Oyelowo
Duración: 105 min
20th Century Fox
Trailer:
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