El último film de Ridley Scott rinde tributo a sus notables obras de ciencia-ficción: Alien y Blade Runner. Pero por sí mismo, Prometeo está muy por debajo de éstas. Su máximo acierto es el robot David, quien cobra vida más allá de la nave, sus tripulantes y el mismo Scott.
Ridley
Scott será recordado en un futuro no muy próximo por sus films
Alien
(1979) y Blade
Runner
(1982), hitos del género de ciencia-ficción que comparten parnaso
con 2001:
Odisea del Espacio (Stanley
Kubrick, 1968), y Viaje
a la luna (Georges
Méliès, 1902). No lo será por Prometeo,
que dista de aquellos años de egregia creación —más allá de
que aquí Scott intente recrear un universo temático y manifieste en
entrevistas que comparte ADN con Alien—, ni por otras piezas
endebles de su filmografía donde se incluyen su pobre versión de
Hannibal
(2002), G.I.
Jane
(1997), o su pedante Lluvia
Negra
(1989). Quizás algunos lo recuerden por sus films más afables en
los últimos años: Gladiador
(2003) y American
Gangster (2007),
mientras otros por Thelma
& Louise
(1991).
Prometeo
comienza con un displicente prefacio: próximo a unas cataratas, un
extraterrestre ingiere una sustancia, la que provoca su
desintegración física y su caída al vacío, donde su ADN se
disuelve en el agua. Luego pasamos al año 2089, a una expedición de
arqueólogos en la isla escocesa de Skye, liderados por Elizabeth
Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), que
descubre en una cueva un pictograma de más de 30.000 años de
antigüedad con una colosal figura humana señalando una
constelación.
Cuatro
años después, este hallazgo provoca una expedición de la nave
Prometeo hacia tal constelación —la nave, nombrada en honor al
Titán de la mitología griega, quien robara el fuego de los dioses
para dárselo a los hombres en afán de hacerlos sus semejantes, y
recibiera el ulterior castigo de Zeus. La misión: el origen,
la búsqueda, de dónde venimos y hacia dónde vamos los humanos. La
tripulación se compone, entre otros, por la pareja de arqueólogos
amantes Shaw y Holloway, la antipática líder Meredith Vickers
(Charlize Theron) y el adusto, aunque carismático, capitán Janek
(Idris Elba), liderados por el anciano emprendedor de la odisea, el
trillonario Peter Weyland (Guy Pearce, casi irreconocible por el
maquillaje), y acompañados por el robot David (Michael Fassbender,
en notable actuación), lo más saliente de la nave, del proyecto y
del film de Ridley Scott.
David,
un robot al que la tripulación le insiste en
que más allá de su inmortalidad y su perfecta inteligencia jamás
tendrá alma, jamás tendrá “el don de los seres humanos”, y
otros comentarios prescindibles por su fácil pronóstico, es
fanático del film Lawrence
de Arabia (David
Lean, 1962) y del actor Peter O'Toole. David no se conforma con
repetir los diálogos al ver las escenas por enésima vez, sino que
hasta se pinta el pelo como O'Toole. Asimismo, la composición de
David debe mucho a la computadora HAL 9000, personaje de 2001
de Kubrick, con sus ironías y desdén hacia los humanos, planteando
la dicotomía entre su condición y la humana más allá del cliché.
Este es el único guiño del británico Scott al cineasta neoyorkino
que funciona; no así la inclusión de un monolito, o el abuso de
pobres diálogos destartalados en busca de la eterna inquietud
filosófica acerca de la importancia del universo y los sistemas
planetarios que rodean al hombre, que en cambio Kubrick lograba tan
solo con imágenes. David, siempre en referencia a su “humanidad”,
también recuerda al robot replicante Roy, de Blade Runner.
Lo
más destacado de Prometeo, como era de esperar, es la imagen: desde
los diseños de las naves hasta la presencia estética de Hans Ruedi
Giger, siempre sorprendente y desconcertante y
a
quien Scott le debe en demasía desde Alien. Asimismo, dos escenas
con correcto uso del efecto 3D: el descubrimiento del monolito y la
presencia de David en el núcleo de la nave. Un deleite visual, donde
la fotografía
de Dariusz Wolski y el diseñador
de producción, Arthur
Max, deben ser reconocidos.
Más
allá de su titánica ambición, su “calidad” como precuela
manifiesta de Alien y sus escenas de terror y aislamiento dentro
de un laberinto, Prometeo se pierde en la constitución de su propio
escenario. Su condena es comparable al mito de Sísifo. No
resulta pertinente la aparición literal del aborrecible y respetable
alien del film de 1979 —su nacimiento, tras una grotesca operación
por cesárea ejecutada por una máquina, y una cicatrización que
igualmente permite a su estéril “madre” correr, saltar y pelear,
y hasta matar sin siquiera detenerse—, siempre en continua
gestación, en una escena fulminante y hasta prescindible. Más allá
del chillido y la repulsión de este ser, del discurso existencial a
media máquina de los tripulantes de la nave y sus preguntas
formuladas con la ventaja de la falta de respuestas en relación a la
búsqueda del hombre hacia sus antepasados y su futuro, de lo
predecible del recibimiento de estos seres a los visitantes, la nave
viaja con turbulencias. Hay falta de inspiración en Ridley Scott y
en el guión a cargo de
Jon Spaihts y Damon Lindelof —este último célebre por su labor en
la serie Lost—,
que
en la última hora de duración se entrevera como tal vez lo hiciera
el mismo Prometeo según la mitología, salvo que en este caso no
habrá ningún Zeus para su castigo inmediato. Ese lujo quedará para
el tiempo.
Director:
Ridley Scott
Guión:
Jon Spaihts, Damon Lindelof
Fotografía:
Dariusz Wolski
Diseño
de producción:
Arthur Max
Elenco:
Michael Fassbender, Noomi Rapace, Charlize Theron, Idris Elba, Guy
Pearce, Logan Marshall-Green
124
minutos
2012
1 comentario:
Bien metida esta critica. En su momento, fresco, dandole a Scott con fundamentos. UN grande ud Duroc
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