Lorca e intelectuales ante la tumba de Barradas / Foto: Enrique Amorim
“Lorca y Uruguay. Pasajes, homenajes, polémicas” es un ensayo realizado por Pablo Rocca y Eduardo Roland, una investigación sobre la estadía del poeta granadino en Uruguay durante dieciocho días en febrero de 1934, donde mantuvo una agitada agenda social, brindó conferencias a sala llena, recordó a su amigo Rafael Barradas, y dejó un imborrable recuerdo en quienes lo conocieron.
Lo de Montevideo ha sido un éxito enorme. Fui al desfile
en el Carnaval y me tuve que ir a mi casa,
porque la gente me aplaudía en las calles. “Ahí va Lorca”.
La mujer de Canedo me decía “cuánto daría que viera esto tu madre”.
Federico García Lorca. Epistolario Completo (1997).
Rocca y Roland realizaron un trabajo
atento y paciente durante una década (1998-2008), alejado del
estereotipo o de la trampa del nacionalismo cursi en Lorca y Uruguay. Pasajes, homenajes, polémicas.
Una investigación sobre la relación del poeta con Uruguay, un
seguimiento a los dieciocho días de su estadía en el Hotel Carrasco, del
30 de enero al 17 de febrero de 1934, y la ulterior importancia de la
visita del poeta en la cultura nacional. La obra logró el primer premio
en la categoría de ensayo literario inédito del concurso del Ministerio
de Educación de Cultura de Uruguay. En 2010, Alcalá Grupo Editorial lo
publicó.
Federico se embarcó desde Sevilla en su
segundo y último viaje a América con su amigo, el escenógrafo Manuel
Fontanals. Su destino: el Río de la Plata. Citando al Conde de
Lautréamont —según el andaluz: el “uruguayo pero nunca francés”, y que
“llenó de horror con su canto la madrugada del adolescente” (Cuadernos
de Crisis, número 2, noviembre 1973, Buenos Aires)— en el primero de sus
Cantos de Maldoror: a “Buenos Ayres, la reine du sud, et
Montevideo, la coquette”. La llegada de Federico a Montevideo fue en la
mañana del martes 30 de enero de 1934, en busca de “otros aires” luego
de su estadía en Buenos Aires, ciudad en la que desembarcó en octubre de
1933 y en la que fue vitoreado como una gran celebridad, como un actor
de la edad de oro de Hollywood, como un gran poeta.
La actriz Lola Membrives y su esposo, el
empresario Juan Reforzo, alentaron al granadino a tomarse unos días en
Montevideo para alejarse del ritmo de vida social de Buenos Aires que le
impedía trabajar en sus poesías y en sus dramas teatrales, varios en
desarrollo y aún sin publicar —testimonios de la época insisten en que
Membrives y Reforzo “secuestraron” en el Hotel Carrasco al poeta para
que les entregara alguna obra en exclusiva—. Como el célebre caso del
especial pedido para que culminara “el tercer y último acto de Yerma”
y, menos evidente para Membrives y Reforzo pero más importante para
Federico, revisara los poemas que había creado en su primer viaje a
América y estadía en Nueva York entre los años 1929 y 1930, y que en la
póstuma edición de 1940, cuatro años después de su muerte, conformarían
el poemario Poeta en Nueva York. Durante su estadía en
Montevideo, Federico llegó a recitar algunos de estos poemas en más de
una ocasión, que en aquel entonces eran parte de su proyecto literario Introducción a la muerte.
Amorim y Lorca en Montevideo / Foto: Enrique Amorim
La presión de traer al poeta no era
solo de Membrives y Reforzo, o de amigos como el escritor uruguayo
Enrique Amorim, sino que llegó a ser un asunto diplomático. El embajador
de España en Uruguay, Enrique Díez-Canedo, amigo personal de Federico y
su familia, le solicitó expresamente que visitara Montevideo. Pero por
otro lado había una razón, mucho más personal para el poeta: la amistad.
Los primeros comentarios o relatos que el poeta escuchó de Montevideo,
seguramente fueron los que le narró el pintor uruguayo Rafael Barradas,
amigo y compinche en las noches de bohemia en el comienzo de la década
de los años veinte en las cosmopolitas Madrid y Barcelona, y que generó
una trascendente impresión en Federico tras su prematura muerte en 1929.
No debe extrañar que el andaluz haya decidido finalmente viajar a
Montevideo para realizar —y como él mismo luego hasta lo organizaría— un
breve homenaje en la tumba de su amigo en el Cementerio del Buceo, el
12 de febrero de 1934. Así Federico demostró su pesar, su
reconocimiento, su humildad: según rescatan las crónicas y reportajes de
la época, el poeta, abrumado en eventos sociales por fotógrafos,
periodistas, personalidades de la cultura y curiosos, recordaba a su
amigo Barradas, a quien “españoles y uruguayos dejamos morir de hambre”,
según sus propias palabras, compartiendo y cargando con la culpa. No es
casualidad que este libro comience con el primer capítulo Una amistad vanguardista: Lorca y Barradas.
Hay otras imágenes dignas de mención:
los encuentros con Juana de Ibarbourou y la anécdota de una concurrencia
a misa junto a la poeta, su familia y su esposo, Lucas Ibarbourou,
junto a Federico con el rosario en mano en la iglesia, ambos de pie; sus
paseos por la rambla de Carrasco con el buzo “marinero” que le obsequió
Amorim: la clásica imagen-icono de Lorca en Uruguay; otro paseo en el
auto descapotable de Amorim por la avenida Dieciocho de Julio en el
desfile de carnaval y con los curiosos reconociendo al español y
gritándole “¡Qué lor-ca, qué lor-ca!” —juego de palabras con el clima de
febrero y el apellido del granadino—; su paseo por las playas de
Atlántida y, caminando sobre las rocas, el poeta recitando a viva voce a
Amorim y al periodista Alfredo Mario Ferreiro sus versos que
posteriormente serían inmortalizados en Poeta en Nueva York.
En este libro hay un capítulo dedicado a
la actriz catalana Margarita Xirgú. Esto es por varios motivos.
Primero, por ser “la actriz de Lorca”, por la rendición del público y la
crítica local en su visita a Uruguay en 1937 —un año luego del
asesinato del poeta— luego de las presentaciones de las obras Mariana Pineda (1927), La zapatera prodigiosa (1930), Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y Doña Rosita la soltera
(1935). Segundo, por el duelo artístico y personal entre Margarita y
Membrives. Y tercero, porque en 1949 la catalana acepta una oferta de
trabajo de la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) y se radica en
Montevideo, liderando y cambiando el arte teatral local de la segunda
mitad del siglo XX.
Finalmente, Federico regresó a Buenos Aires desde Montevideo el 17 de febrero de 1934. El Anexo 4 del libro, Imágenes,
presenta fotografías, cartas, poemas y dibujos del poeta relacionados
con su estadía en Uruguay como asimismo con los capítulos del libro:
desde las fotografías con Luis Buñuel y Barradas en los años 20’,
pasando por su llegada al Puerto de Montevideo, las portadas de los
diarios de la fecha, los afiches de sus conferencias, las fotografías de
sus vivencias en Montevideo y las del homenaje a Barradas en el
Cementerio del Buceo.
Todo esto dos años y seis meses antes
del 18 de agosto de 1936, cuando en plena Guerra Civil Española a
Federico lo fusilaron en su tierra, entre Viznar y Alfacar. Desde México
y Colombia le ofrecieron previamente el exilio, pero el poeta se negó.
En Granada finalmente lo traicionaron, lo entregaron para que lo
torturen sus captores falangistas y, finalmente, "por rojo y marica” lo
arrojaron en una fosa común en la madrugada de una noche de verano,
baleado y balbuceando, todavía vivo, junto a los banderilleros Francisco
Galadí y Joaquín Arcollas. Posteriormente, su cuerpo fue removido de la
fosa y aún no ha sido hallado.
Lorca y Uruguay. Pasajes, homenajes, polémicas, de Pablo Rocca y Eduardo Roland. Alcalá Grupo Editorial/Trecho, 2010. 310 págs.
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