Pronto, con seguridad suba algún otro relato en este blog aquiescente.
Los que gusten, pueden bajar la edición online de la revista, o con menos vuelta, acá.
Estadio Centenario, 30 de julio de 1930. Uruguay - Argentina. Final del primer campeonato de fútbol mundial. Al finalizar el primer tiempo y gracias a los goles de Peucelle y Stabile, Uruguay (el organizador del primer mundial de fútbol) caía 2-1 ante su gente, en el Estadio Centenario. En el entretiempo, el capitán celeste, José “El Mariscal” Nasazzi, fue claro: “Hay que dejar todo en cada pelota. Este partido lo ganamos“.
En el vestuario vecino, los argentinos estaban conformes con su juego pero eran cautos ante la ventaja lograda, no encontrando demasiado aliciente en el resultado parcial. Se recuerda un diálogo entre Fernándo Paternoster y Luis “Doble Ancho” Monti: “Mejor que perdamos, si no aquí morimos todos“, dijo el primero. Monti le respondió: “No. Si hoy ganamos, acá nos matan a todos“.
Monti años más tarde recordaría: “Cuando volvimos para jugar el segundo tiempo había como trescientos milicos con bayonetas caladas. A nosotros no nos iban a defender. Me di cuenta que si tocaba a alguien se prendía la pólvora“. Entonces les dije a mis compañeros: “Estoy cagado marcado, pongan ustedes que yo no puedo“.
Pero la cosa era diferente. El jugador argentino creía que las presiones recibidas hacia él y su familia se debían quizá a la rivalidad rioplatense, pero la realidad era muy diferente. La apretada venía desde espías italianos, desde el servicio secreto de Mussolini que quería sí o sí que Monti, la joya de San Lorenzo en aquel entonces, jugara para su selección en el mundial que organizaría en 1934.
Quien ganó parece fue la guita. Ya que finalmente, Monti culpó a la presión de los uruguayos sobre su actuación en la final del mundial y finalmente, luego del torneo se fue a jugar a la Juventus, en la Italia de Mussolini. Le ofrecieron 6.000 U$S mensuales, auto y casa, y en 1934 jugaría para la selección de Benito. Esa selección tana que si no ganaba la Copa Mundial cada miembro del cuerpo técnico y jugadores sería fusilado por las camisas negras.
Volviendo al match, se manejaron estrategias y ambos equipos salieron a la cancha. Una nueva final entre las selecciones donde había pica. Y curiosidades como la que cada equipo planteó jugar con su pelota. Mediante sorteo arbitral, Argentina logró jugar con su pelota el primer tiempo, mientras que Uruguay jugó con la suya (importada desde Inglaterra) los segundos 45 minutos.
La final continuó jugándose como lo que era: una final del mundo. Pedro Cea marcó el empate y Santos Iriarte puso el 3-2 para los uruguayos. El juego de ambas selecciones fue recio rozando con la malaleche: Nasazzi casi pierde parte de su dentadura por el juego con los codos del argentino Mario Evaristo.
El delantero celeste Héctor “el manco” Castro (en su adolescencia perdió su mano derecha con una sierra eléctrica) le hundió su muñón en el muslo al arquero argentino Juan Botasso, practicándole una paralítica y dejándolo sentido en buena parte del segundo tiempo. Años después durante un programa de televisión se reencontrarían el uruguayo Cea y el zaguero argentino José Della Torre, este último le recriminó al uruguayo aquella “avivada” de Castro. La respuesta del oriental es famosa: “¿Y vos que te pensabas... que era un partido entre casados y solteros? Aquella era la final de una Copa del Mundo“.
Finalmente, el partido lo dio vuelta Uruguay, en la cancha, por 4-2. El último gol del mundial fue de Héctor “el manco” Castro. En el minuto 90 de la final del mundial de 1930 marcó el cuarto y último gol del match, cabeceando un centro de su compañero Pablo Dorado.
Sobre el tema, años después declararía el jugador argentino, Francisco “Pancho” Varallo: “Influyeron cosas externas… Monti estaba tan asustado que cuando se caía un uruguayo iba y lo levantaba…“. Con el tiempo también se supo que el entrenador argentino, Francisco Olazar, había aceptado un incentivo monetario proveniente de la Italia de Mussolini.
Pero en esa época, los técnicos estaban dedicados más que nada al cuidado físico (varios de ellos eran profesores de educación física a secas). El capitán argentino Manuel “Nolo” Ferreira ha dicho que los consejos recibidos del técnico Olazar eran más que nada físicos y frases de recomendación nutricional del estilo: “No coman sanguches de salame antes de los partidos“. Del cuadro en la cancha se encargaban los jugadores.
Así se jugó la primer final del mundo en la historia mundialista. Folclore y romance. Todo esto en gran parte hoy perdido en la gran empresa que devino el deporte.
Bonus tracks:
- El laureado olìmpico arquero celeste (1924-28), Andrés Mazzali, se quedó sin mundial por una escapada nocturna con una rubia.
- Casi todos los jugadores de Rumania trabajaban en una petrolera inglesa que, en un principio, no les permitía viajar hasta que intercedió el propio Rey para que les dejasen ir a jugar el mundial.
- No hubo empates en los partidos jugados.
- El equipo de Estados unidos estaba compuesto por veteranos escoceses. Salieron terceros.
M. Dávalos.-
Post en simulcast con Fanáticos del mate
“Mi literatura es una literatura de bondad.
El que no lo ve es un burro”.
J.C. Onetti, entrevista con María Esther Gilio.
Acá en Roma te encantarían sus fuentes. Yo sé cuánto te gustan. Las moscas aquí tienen más que dos colores; las rojas y las negras son las más comunes de ver. No sabés cómo se las ingenian para posarse encima de los helados de los niños descuidados.
No sabés lo desnudas que son las noches de domingo aquí, cuando comienza mayo, cerca del Stadio Olímpico, al ver todas las motos que llegan como si fueran abejas a su colmena. A mí me duele cuando con un simple silbato el árbitro dictamina el final de la reunión. Cómo me gustaría que vieras en persona cómo se va la gente, cómo se van las motos.
Hay muchas bufandas en Roma; el otro día vi dos enlazadas, una a la otra, cuando subía la escalinata del Campidoglio. Me detengo en los leones y pocas veces miro a los colosos hermanos sólo por la razón de que ellos nunca pueden estar separados, como nosotros. Si supieras lo que significa quedarte sin yerba en
Deambulo frente al Coliseo y pienso en vos, en las bufandas, en el remoto café con leche tibio antes de imaginarte partir a la escuela. Su silencio me lo permite, al menos a la hora que lo visito. No se ve a sí mismo como un monumento de vanidad. Cuando lo enfrento, comprendo mejor que cualquier clase de historia: los pollice verso de las vestales, de las últimas plegarias de niños frente a los leones y tigres, el olor a quemado.
Hace unos días vi a Dios como lo vi allá; esta vez lo vi en un almacén. Era difuso, niño, pecoso y tenía una manzana roja en su mano. Roja como las bufandas de Roma. Lo reconocí cuando colocó la fruta en el asiento de la moto de un carabiniere, que sin verlo encendía un cigarrillo. A propósito estoy fumando unos muy baratos que le compro a un turco en su quiosco.
Pero en Roma también hay que luchar, hay que vivir sin dejar ser vivido. Aquí somos tantos los gladiadores que día a día luchamos con leones, tigres y hasta con jirafas, como vos lo hacés allá. Por las noches, cuando vuelvo a casa al doblar ciertas esquinas, veo las calles repletas de espejos tirados, como adoquines de las angostas calles de
Se puede vivir en Roma, pero todos somos tan iguales y tan distintos; todos; Roma, Montevideo. Aquí los artistas son como escobas que barren la mugre sin buscar alfombras; sus palas son su único contacto con la basura.
En estas noches de mayo, cuando todas las ventanas están abiertas, hasta las de las hospitales, se pueden escuchar un sin fin de plegarias. No sé por qué te cuento esto, Remo, la verdad es que no lo sé. Quizá porque estamos lejos, pero el lápiz se me cae de la mano pateándome los dedos, protestando, diciéndome que estamos más cerca que antes, de una manera que me cuesta entender. Enlazados, como las bufandas en la escalinata del Campidoglio.
Al menos una vez por mes, sin siquiera planificarlo, visito la Capilla Sixtina. Siempre me aparece tu presencia allí, al estar de pie mirando hacia todos lados como lo haría un cíclope si tuviera dos ojos. Pero no aparecés cuando veo las maravillas de Miguel Ángel, sino que lo hacés cuando cierro los ojos y la huelo profundamente.
Y qué te puedo decir del hoy, de este tres de mayo, cuando hace un ratito, esta mañana, me bajé del ómnibus de golpe en el Arco de Constantino. Viajaba de pie, tomada de la baranda del ómnibus lleno y me quejaba de tener mi motito en el taller de Piero, un amigo fanático de mis canelones caseros a quien le explico que así es el nombre de un departamento de nuestro país (Anche é una provincia, Piero, una provincia!). Cuando hago le llevo algunos que siempre se enfrían en el camino. Y le va tomar mate. Al principio pensé que era de atento pero ya son varios los días que lo he visto con la lengua verde como si fuera la cola de un dragón. ¡Oh, dragones! Deja que te cuente esto..., y al pasar por el arco (quod instinctu divinatis) creí haber visto otras dos bufandas abrazadas en la cima del arco. En Roma, como en Montevideo, es malo ubicarse en la mitad del ómnibus lleno, a no ser a vos que tanto te gusta estar sentado en el pasillo y oler a las chicas como si fueran flores del Rosedal del Prado. Atropellando viejos y niñas busqué bajar, y lo primero que me vino a la mente fueron los guardas que acá no están, que no puedo chistarles, que no me dan con sus miradas un último adiós al bajar. A medida que me acercaba al arco vi unos japoneses con sus diminutas cámaras fotográficas y pensé, por suerte, en el verdadero nombre de esta ciudad. Seguí mi curiosidad y noté que no eran bufandas, sino que eran dos dragones rojos que por la fuerza de su abrazo simplemente desaparecieron con la rapidez del parpadear de mis ojos. Pero mirá que no me puse nada mal, ya que cerca del arco hay un muro que trepé buscando sombra de uno de los árboles, donde sentada tomé este lápiz para escribirte esta carta y con un pedazo de baldosa rota tracé tu nombre en su tronco, seguramente mientras las estatuas inferiores del arco desviaban sus miradas de los lentes de las diminutas cámaras.
Arco de Constantino, Roma.
Publicado en Revista Freeway.
Mayo 2009.
Relato incluído en "Circo".