martes, 22 de enero de 2013

Django sin cadenas, de Quentin Tarantino


En el western el odio, la venganza y el destino son tópicos recurrentes. Ni que hablar de la violencia. Ni que hablar del trazo de la épica. Su escenario clásico por excelencia: el Lejano Oeste de Estados Unidos en el siglo XIX. Aquí el más rápido con el revólver manda. Pero por momentos hay lugar para la justicia, la ética y el raciocinio más allá de las balas. La película que mejor planteó el conflicto del paso del tiempo cautivo en el espacio —otra posible definición del género— es la más melancólica en la historia del cine, asimismo la gema del género: El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford (1962).

Django sin cadenas es un western que Quentin Tarantino iba a realizar en algún momento de su carrera. Un director de alevosa cinefilia que tomó del género varias de sus características cinematográficas para adaptar a su propia visión. En Perros de la calle (1992), la presentación de los gangsters que caminan en línea evoca a un moderno del género, Sam Peckinpah (La Pandilla Salvaje, 1969). En su segundo film, Tiempos Violentos (1994), da un paso adelante con la parodia a estos y su orbe; y asimismo recuerda a Banda Aparte (Jean-Luc Godard, 1964) en su guiño al “pulp western” y en su estética visual: desde un guión misceláneo que apela a extensos diálogos entre irrelevantes y filosóficos de Vincent y Jules y el colmo de la farsa en la indumentaria de ambos en el restaurante, hasta la historia del boxeador Butch, con un Bruce Willis al que las palabras redención y venganza quedan cortas cuando conduce su chopper sobre el pavimento como si domara a un caballo curtido en el desierto. En Kill Bill I y II (2003 – 2004), en la relación de planos y el montaje, Tarantino recurre a Sergio Leone (Por un puñado de dólares, 1964; El Bueno, el malo y el feo, 1966). El western siempre presente.

En 2009, con Bastardos sin gloria Tarantino continuó tomando elementos fílmicos y narrativos del género. Y aquí dio un paso de mayor riesgo: filmó un western bélico con un detalle tan lírico como cautivador: el cine, la proyección de un film en una sala, actúa como un explosivo que termina con la vida de Adolf Hitler. Con Django sin cadenas, Tarantino finalmente llega al western sin indirectas.

Un negro a caballo y un director que explota

1858, a poco más de dos años del comienzo de la Guerra Civil. Texas. El primer plano de la película es explícito: rocas bajo un sol que calcina, créditos en letras rojas de sangre, y las espaldas destrozadas de un grupo de esclavos encadenados que marchan. Tarantino decide abrir su película con piedras, símbolo de tortura inmutable para generaciones de negros explotados y abusados: lo último que vieron esos ojos antes de morir. La apertura logra aún mayor impacto con la música: “Django”, de Luis Bacalov y Franco Migliacci, canción del film Django, de Sergio Corbucci (1966), clásico del “spaghetti-western”

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En la fría noche aparece en escena el hombre civilizado: Dr. King Schultz (Christoph Waltz), exdentista y actual caza recompensas de origen alemán, personaje escogido por Tarantino para cambiar el rumbo de la historia. Un interés económico lo reúne con el esclavo Django (Jamie Foxx), a quien su propuesta desencadena y ambos prosiguen juntos un nuevo camino que se proyecta bajo la calidad de la fotografía de Robert Richardson en planos generales de los bucólicos paisajes del sur de Estados Unidos. Schultz y Django en el camino, con reminiscencias al Quijote de Cervantes y a las buddy movies de Laurel y Hardy. El director emprende su retrato con recursos del género: el clásico uso del zoom y la estentórea banda sonora que incluye a Ennio Morricone (“The Braying Mule”; “Un monumento”) y a James Brown con 2Pac ("Unchained: The Payback/Untouchable").

El western necesita de héroes y leyendas. Aquí el propósito de Django: encontrar a su mujer. Schultz introduce, con el recurso de la oralidad, el mito: un Sigfrido negro en busca de su amada Broohmilda (Kerry Richardson), también esclava y de paradero incierto. En la odisea los jinetes se cruzarán con sheriffs poco amistosos, una ridícula runfla de simpatizantes del Ku Klux Klan liderada por Big Daddy (Don Johnson), y con el sádico dueño de la plantación de esclavos Candyland: el señor Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), apoderado de Broomhilda y aficionado a los combates a muerte entre “mandingos”. Nuevamente, Tarantino acierta en el elenco: ecléctico y cabal. Y hasta se da el gusto de contar con Franco Nero, el viejo Django de Corbucci, en un cameo.


Las casi tres horas de duración de la película no se padecen. El ritmo puede decaer por momentos, pero siempre el director lo refresca cámara en mano o desde el guión: ya sea con un festín de sangre que recuerda los rituales de Kill Bill y Bastardos sin gloria, o con escenas que estilizan la narración y persisten: imágenes de un esclavo al que le echan encima perros rabiosos en la memoria de Schultz —a quien su carácter ilustrado y su valentía lo emparentan tanto con el abogado Stoddard como con el vaquero Doniphon de El hombre que mató a Liberty Valance; o la escena de la justificación de superioridad racial, según Candie, con un cráneo y una sierra en una sobremesa.

Django sin cadenas relata una historia de amor. Una historia de venganza. Una denuncia crítica y atemporal de lo abominable. La colisión entre el mundo civilizado y el salvaje. Pero sobre todo relata la historia de una amistad: el viaje de un doctor con tintes de legendario por su sacrificio personal junto a un negro excepcional. Sus leyendas se funden en el western de ese libertino del cine llamado Quentin Tarantino.


 

Dirección y guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Vestuario: Sharen Davis. Elenco: Jamie Foxx, Chistoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Don Johnson. Duración: 165 minutos. 2012.

Trailer:

 

1 comentario:

Daniela Campos dijo...

Me gusta mucho la historia a pesar de tratarse de una película que refleja un tema fuerte como lo es la esclavitud , me gusto la cinta protagonizada por Jamie Foxx y Kerry Washington, aunque maneja muchas escenas cargadas de sangre, de disparos y de pelas que deja cierta moraleja sobre estos temas polémicos.