jueves, 21 de junio de 2012

Prometeo, de Ridley Scott (2012)




El último film de Ridley Scott rinde tributo a sus notables obras de ciencia-ficción: Alien y Blade Runner. Pero por sí mismo, Prometeo está muy por debajo de éstas. Su máximo acierto es el robot David, quien cobra vida más allá de la nave, sus tripulantes y el mismo Scott.

Ridley Scott será recordado en un futuro no muy próximo por sus films Alien (1979) y Blade Runner (1982), hitos del género de ciencia-ficción que comparten parnaso con 2001: Odisea del Espacio (Stanley Kubrick, 1968), y Viaje a la luna (Georges Méliès, 1902). No lo será por Prometeo, que dista de aquellos años de egregia creación —más allá de que aquí Scott intente recrear un universo temático y manifieste en entrevistas que comparte ADN con Alien—, ni por otras piezas endebles de su filmografía donde se incluyen su pobre versión de Hannibal (2002), G.I. Jane (1997), o su pedante Lluvia Negra (1989). Quizás algunos lo recuerden por sus films más afables en los últimos años: Gladiador (2003) y American Gangster (2007), mientras otros por Thelma & Louise (1991).

Prometeo comienza con un displicente prefacio: próximo a unas cataratas, un extraterrestre ingiere una sustancia, la que provoca su desintegración física y su caída al vacío, donde su ADN se disuelve en el agua. Luego pasamos al año 2089, a una expedición de arqueólogos en la isla escocesa de Skye, liderados por Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), que descubre en una cueva un pictograma de más de 30.000 años de antigüedad con una colosal figura humana señalando una constelación.

Cuatro años después, este hallazgo provoca una expedición de la nave Prometeo hacia tal constelación —la nave, nombrada en honor al Titán de la mitología griega, quien robara el fuego de los dioses para dárselo a los hombres en afán de hacerlos sus semejantes, y recibiera el ulterior castigo de Zeus. La misión: el origen, la búsqueda, de dónde venimos y hacia dónde vamos los humanos. La tripulación se compone, entre otros, por la pareja de arqueólogos amantes Shaw y Holloway, la antipática líder Meredith Vickers (Charlize Theron) y el adusto, aunque carismático, capitán Janek (Idris Elba), liderados por el anciano emprendedor de la odisea, el trillonario Peter Weyland (Guy Pearce, casi irreconocible por el maquillaje), y acompañados por el robot David (Michael Fassbender, en notable actuación), lo más saliente de la nave, del proyecto y del film de Ridley Scott.



David, un robot al que la tripulación le insiste en que más allá de su inmortalidad y su perfecta inteligencia jamás tendrá alma, jamás tendrá “el don de los seres humanos”, y otros comentarios prescindibles por su fácil pronóstico, es fanático del film Lawrence de Arabia (David Lean, 1962) y del actor Peter O'Toole. David no se conforma con repetir los diálogos al ver las escenas por enésima vez, sino que hasta se pinta el pelo como O'Toole. Asimismo, la composición de David debe mucho a la computadora HAL 9000, personaje de 2001 de Kubrick, con sus ironías y desdén hacia los humanos, planteando la dicotomía entre su condición y la humana más allá del cliché. Este es el único guiño del británico Scott al cineasta neoyorkino que funciona; no así la inclusión de un monolito, o el abuso de pobres diálogos destartalados en busca de la eterna inquietud filosófica acerca de la importancia del universo y los sistemas planetarios que rodean al hombre, que en cambio Kubrick lograba tan solo con imágenes. David, siempre en referencia a su “humanidad”, también recuerda al robot replicante Roy, de Blade Runner.

Lo más destacado de Prometeo, como era de esperar, es la imagen: desde los diseños de las naves hasta la presencia estética de Hans Ruedi Giger, siempre sorprendente y desconcertante y a quien Scott le debe en demasía desde Alien. Asimismo, dos escenas con correcto uso del efecto 3D: el descubrimiento del monolito y la presencia de David en el núcleo de la nave. Un deleite visual, donde la fotografía de Dariusz Wolski y el diseñador de producción, Arthur Max, deben ser reconocidos.

Más allá de su titánica ambición, su “calidad” como precuela manifiesta de Alien y sus escenas de terror y aislamiento dentro de un laberinto, Prometeo se pierde en la constitución de su propio escenario. Su condena es comparable al mito de Sísifo. No resulta pertinente la aparición literal del aborrecible y respetable alien del film de 1979 —su nacimiento, tras una grotesca operación por cesárea ejecutada por una máquina, y una cicatrización que igualmente permite a su estéril “madre” correr, saltar y pelear, y hasta matar sin siquiera detenerse—, siempre en continua gestación, en una escena fulminante y hasta prescindible. Más allá del chillido y la repulsión de este ser, del discurso existencial a media máquina de los tripulantes de la nave y sus preguntas formuladas con la ventaja de la falta de respuestas en relación a la búsqueda del hombre hacia sus antepasados y su futuro, de lo predecible del recibimiento de estos seres a los visitantes, la nave viaja con turbulencias. Hay falta de inspiración en Ridley Scott y en el guión a cargo de Jon Spaihts y Damon Lindelof —este último célebre por su labor en la serie Lost—, que en la última hora de duración se entrevera como tal vez lo hiciera el mismo Prometeo según la mitología, salvo que en este caso no habrá ningún Zeus para su castigo inmediato. Ese lujo quedará para el tiempo.

Director: Ridley Scott
Guión: Jon Spaihts, Damon Lindelof
Fotografía: Dariusz Wolski
Diseño de producción: Arthur Max
Elenco: Michael Fassbender, Noomi Rapace, Charlize Theron, Idris Elba, Guy Pearce, Logan Marshall-Green
124 minutos
2012

1 comentario:

p. dijo...

Bien metida esta critica. En su momento, fresco, dandole a Scott con fundamentos. UN grande ud Duroc