
“El
gran Gatsby”: de Francis Scott Fitzgerald a Baz Luhrmann
Jay
Gatsby es un personaje
popular
en
la cultura estadounidense. Representa un ícono del siglo XX situado
entre la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión. Es un arquetipo
del self
made man,
humilde en sus comienzos, perseguidor y finalmente dueño del sueño
americano; joven, galán y millonario. En apariencia, un ganador
nato. Todo lo que lo rodea supone ser magno: es el “gran” Gatsby.
Pero el mayor acierto de Francis Scott Fitzgerald en su novela es
dotar a su personaje de un grado de hermetismo y oscuridad tan
admirables como terroríficos. Lo que esconde es lo que finalmente
vale: la otra cara del culto a la personalidad. Gatsby es un ser
incorruptible.
El
gran Gatsby
retrata una gran fiesta y vislumbra la resaca posterior. “Botes que
reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el
pasado”, señala Fitzgerald. Retrata
una época: la efervescente década de los años 20 en Nueva York.
La “Jazz Age”, en la que buena parte de la clase pudiente, a
ritmo de foxtrot, vivía en un estado de decadencia y descontrol
fruto de la explosión financiera en Wall Street, mientras otros,
menos agraciados, a través del negocio del contrabando en la venta
de alcohol. El final llegó en 1929, con la debacle de la Gran
Depresión.
En
1922, Jay Gatsby vive en una suntuosa mansión en la zona exclusiva
de West Egg (Long Island), en la que da grandes fiestas a las que
concurren curiosos de todas partes de la ciudad. Por otra parte, es
un enigma para cientos, especialmente para el joven Nick Carraway,
que habita en una humilde casa vecina —en
comparación con el palacio de Gatsby— tras instalarse en
la ciudad para hacer carrera en la Bolsa. Para Gatsby, el amor es un
sacrificio que todo lo puede, una pesada mochila en un largo viaje
solitario. La imagen de ese amor, de ese ideal, es Daisy: rica, hija
de la buena vida y de la indiferencia. Fitzgerald definió su
personalidad a la perfección con una simple frase: “¿Qué haremos
hoy? ¿Y mañana? ¿Y los próximos años?”. A la mansión de
Gatsby la separa una bahía de la de Daisy, que habita en el East Egg
junto a su esposo, Tom Buchanan.
La
novela fue publicada en Estados Unidos en abril de 1925. Semanas
después, las noticias no eran positivas para el escritor del otro
lado del Atlántico, que vivía en Francia junto a su esposa Zelda.
El libro no se vendía bien y los críticos apenas si lo reseñaban.
Años después se hizo justicia y la novela —junto
a las autobiográficas A
este lado del paraíso
(1920) y Suave
es la noche (1934),
y notables relatos como "Regreso a Babilonia" y "Basil
y Cleopatra"— colocaría
a Fitzgerald entre los escritores norteamericanos más reconocidos
del siglo. La prosa de El
gran Gatsby
llegó a obsesionar a Hunter Thompson, quien, por ejercicio, tipeó
en su máquina de escribir las palabras escogidas por Fitzgerald en
más de una ocasión.
Con
el paso de los años, un sinfín de expresiones artísticas
comenzaron a arropar a Gatsby: dos años después de la muerte de
Fitzgerald, la película Casablanca
(Michael Curtiz, 1942) destacó la interpretación de Humphrey Bogart
como Rick Blaine a semejanza de Gatsby, al rescatar su lacónico
temple, la nostalgia por un amor, los trajes en tonos claros y el
juego de sombras marcado por el humo de los cigarrillos dentro de un
garito nocturno. En el
nuevo siglo,
la serie de televisión Mad
Men
(Matthew Weiner, 2007) lo evoca a través de la concepción de su
personaje principal, el publicista Don Draper. Una estampa externa
más refinada que la de Rick en Casablanca.
Tanto esta serie como la novela de Fitzgerald destacan una
extraordinaria recreación de época (los años 20 en Gatsby, los
60 en Mad Men) con un personaje solitario y conflictivo como centro.
Más allá de apariencias y corazas, Jay y Don, en sus diferentes
tiempos,
atraviesan una crisis interior de identidad continua, forjada a base
de ausencias en la infancia y agravada por la experiencia presencial
en un conflicto bélico.
Gatsby
2013
Previo
a 2013,
El gran Gatsby
ha tenido tres adaptaciones al cine. La más célebre, aunque
asimismo la más apática y acartonada, fue la dirigida por Jack
Clayton en 1974, con Robert Redford y Mia Farrow como Gatsby y Daisy
respectivamente. La que sufrió mayor censura en el guión y en la
dirección fue la de Elliott Nugent, de 1949. La primera adaptación
fue una película muda, dirigida en 1926 por Herbert Brenon —apenas
un año después de la publicación de la novela—,
de la que en la actualidad solo queda un trailer
con algunas imágenes.
Hasta el momento, la novela de Fitzgerald no ha encontrado una película que le haga justicia, incluyendo a esta moderna versión del director australiano Baz Luhrmann. La idea sustancial es recurrente en el cineasta: el anacronismo en adaptaciones modernas de obras y épocas clásicas. Son los casos salientes de Romeo + Julieta (1996) y de Moulin Rouge! (2001), dos films donde asimismo la música pop moderna predomina. En el caso del segundo, ubicado en el París de 1900, la banda sonora destaca a Madonna, Fatboy Slim y a Christina Aguilera. En El gran Gatsby, la idea se repite entre hip-hop y charleston. Jay-Z, Andre 3000, Beyoncé, Fergie y Lana del Rey están presentes.

En las películas de Luhrmann es evidente la importancia en el uso de colores y lo vertiginoso de los planos en la narración con influencias del videoclip musical, ya sean de las fiestas de la familia Capuleto, la Belle Époque parisina o en este caso los años 20' en Nueva York. En el caso de El gran Gatsby, más allá que el recurso visual del 3D acelera el vértigo, Luhrmann no solo se queda en retratar fiestas extravagantes con la cámara viajando en el aire, reiterando planos cenitales de bailes bajo el ritmo de canciones de hip-hop y excesiva pirotecnia. Por otra parte, el director acierta, por momentos, en la segunda mitad del film, al dejar de lado las fiestas y buscar el gran contraste de la obra: retratar a Gatsby de espaldas en la noche y de perfil, rodeado por los árboles de su jardín bajo la luz de la luna; en su muelle, frente a la bahía y ante la niebla buscando con su mirada la luz de la mansión de Daisy; y en nunca dejar de lado el símbolo de los ojos pálidos del ruinoso cartel del oculista Eckleburg —que no son más que los ojos del pasado, o quizá de Dios— a un lado de la calle principal del Valle de las Cenizas, andurrial que separa a West Egg de Manhattan y que será determinante en el destino del grupo de estos jóvenes ricos.

Los
problemas son evidentes en el guión.
Más allá que Luhrmann junto a Craig Pearce reproduzcan frases
claves de la novela en diversos pasajes, toman un atajo al comenzar
su película con una seguidilla de bacanales para luego decidir bajar
los decibeles y culminar con las palabras de Fitzgerald sobre la
bahía, agrupándolas como si fueran letras en una sopa. Por otra
parte, es un fiasco introducir la voz de Carraway en retrospectiva
desde una clínica por sus problemas de alcoholismo, a fines de 1929,
y que sea un médico quien lo alienta a escribir sobre su viejo
camarada. Uno de los más salientes méritos de la historia de
Fitzgerald, publicada en mitad de la década, fue su claridad en
vaticinar el fin de una era.
La
fotografía, a cargo de Simon
Duggan,
es refinada en los momentos de quietud: cuando la luna ilumina la
mansión y la playa privada de Gatsby en la profunda noche. Pero por
otro lado abusa en su artificio digital —atado
a la ampulosidad del 3D—
sobre
los autos en movimiento, las fiestas en la mansión y, especialmente,
en los planos aéreos nocturnos de Times Square.
La
actuación de Leonardo DiCaprio como Jay Gatsby es la más digna
realizada sobre el personaje hasta la fecha: el conflicto interno
transmite y es constante a lo largo del metraje, entre silencios y
miradas, mientras su pose, su piel bronceada y sus trajes hacen el
resto. Su interpretación recuerda la que realizara del excéntrico
millonario Howard Hughes en El
Aviador
(Martin Scorsese, 2004). Carey Mulligan, en el rol de la refinada e
insegura Daisy, logra despertar otro conflicto entre la constante
empatía y antipatía, propósito primario del personaje. En la
escena del Hotel Plaza, se destaca sobre el resto del elenco. Tobey
Maguire, como Nick Carraway, acompaña sin desentonar, resalta dotes
actorales en DiCaprio como Gatsby y cumple en el desarrollo de la
relación entre ambos jóvenes llegados del Medio Oeste a la gran
ciudad. Joel Edgerton, como el clasista y racista Tom Buchanan, se
pierde entre el linaje de su personaje y su temperamento. El
vestuario, por parte de Catherine Martin, es un elemento a destacar
en las actuaciones del elenco como en todas las películas de
Luhrmann.
El
gran Gatsby
de Fitzgerald,
con cada nueva lectura, esconde más de lo que muestra. En cambio, la
película de Luhrmann se regodea en su abundancia —en
reiteradas ocasiones hasta el despilfarro visual—
y esconde muy poco. La historia de Gatsby es la historia de un
enigma. Una es un documento histórico de peso y una denuncia
categórica contra una clase pudiente
que
marcó una época y Fitzgerald conoció de primera mano; mientras la
otra siempre se muestra en las primeras filas de la fiesta pero se
retrae en el momento de la resaca posterior o en su retrato de la
clase trabajadora, a base de cenizas, aceite de motor y poco más. El
gran Gatsby
de Luhrmann es puro y simple entretenimiento que, hasta donde puede,
rinde tributo a una época que jamás le perteneció y en calidad de
intruso.
Dirección: Baz Luhrmann. Guion: Baz Luhrmann y Craig Pearce (basado en la novela homónima de F. Scott Fitzgerald). Fotografía: Simon Duggan. Elenco: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Elizabeth Debicki, Isla Fisher, Jason Clarke. Música: Craig Armstrong. Montaje: Jason Ballantine, Matt Villa y Jonathan Redmond. Diseño de producción: Catherine Martin. 143 minutos. 2013.
Trailer:

Dirección: Baz Luhrmann. Guion: Baz Luhrmann y Craig Pearce (basado en la novela homónima de F. Scott Fitzgerald). Fotografía: Simon Duggan. Elenco: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Elizabeth Debicki, Isla Fisher, Jason Clarke. Música: Craig Armstrong. Montaje: Jason Ballantine, Matt Villa y Jonathan Redmond. Diseño de producción: Catherine Martin. 143 minutos. 2013.
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