sábado, 3 de diciembre de 2011

Habemus Papa, de Nanni Moretti



El cónclave elige al cardenal Melville como nuevo Papa, quien aterrado ante la decisión no asume su rol y la Santa Sede lo enfrenta con el psicoanalista Brezzi. El argumento de Moretti, en su unidad, abusa de la sátira y la comedia y no termina de convencer más allá de la correcta ambientación del Vaticano y de la soberbia actuación de Michel Piccoli.

El ganador de la Palma de Oro en Cannes en 2001 con La habitación del hijo vuelve a plantarse ante una institución de poder, ya sea esta el sistema político de su país o una de las primarias instituciones de la vida de cada ser: la familia, espacio donde más ha acertado Moretti a lo largo de su filmografía. Ahora es el turno del Vaticano, institución magna si las hay. En 2006 el cineasta italiano fue contra Silvio Berlusconi en El Caimán, y en Aprile (1998) mostró la mejor crítica cinematográfica a los vericuetos de la política italiana en los últimos veinte añosuno de sus mejores films junto con la autobiográfica Querido Diario (1993), aún más explícita en su manifiesto político, social y hasta familiar.

En Habemus Papa, Nanni Moretti realiza un estudio sobre la condición humana a través de su protagonista principal frente a su antítesis: el escenario externo e impuesto, el Vaticano, ante el interno, su persona. El cardenal Melville (Michel Piccoli) es uno de los candidatos a ser elegido nuevo Pontífice, tras la muerte del antecesor. Sus colegas, el resto de los cardenales, están en la misma: en su mayoría todos rezan para no ser nombrados. Finalmente, el llamado le llega a Melville y entra en estado de pánico, interno como escénico. Abrumado, no sale al balcón de la plaza San Pedro ante los miles de fieles congregados para el célebre evento de la asunción luego del humo blanco. No está preparado para su nuevo papel como líder de millones, para enviar el mensaje que esperan los cardenales, arriba, puertas adentro, y los seguidores abajo, en las calles, en plena vigilia.

Presentado el conflicto llega Nanni Moretti, el psicólogo Brezzi, a intentar cambiar su parecer. Mientras el hombre de ciencia busca ingresar en un escenario ajeno y desconocido, con sus propias reglas, el hombre de fe, Melville, abandona su escenario y escapa a Roma, la gran ciudad, y se codea con devotos y ateos por igual. El conflicto propone un intercambio de roles.

Lo que a través de la trama Moretti elabora como comedia con claras influencias coterráneas, neorrealistas y hasta woodyallenescas, con la relación de éste como psicólogo junto a los cardenales, por un lado expone un vínculo, un sentido de grupo, a través de la competencia deportiva y su organización, con los diferentes equipos de cardenales disputando un torneo interno de volleyball según sus nacionalidades competición con guiños a un Mundial de Fútbol de tiempos actuales, con Oceanía como la cenicienta y Latinoamérica la grata revelación. Pero por otro lado esto parece demasiado falaz, más allá del universo autorreferencial y mimético del absurdo si tomamos en cuenta, primero, la presentación del psicólogo frente al conflicto existencial de Melville, y luego las ulteriores bifurcaciones del conflicto. Moretti se convierte en el guía, el líder del grupo que trata a los cardenales como niños en un campamento de vacaciones: los reúne y con una pelota los divierte. Y pasan los minutos... Un razonamiento facilista, por momentos con tintes de ateísmo tribunero y estereotipado en exceso. De Moretti hay que esperar más. Roza lo inverosímil el rumbo del guión y su énfasis en el trato con cuasi inocencia pagana al grupo de los cardenales, todos candidatos a ser el nuevo Papa, el líder de una de las organizaciones de poder más significativas del mundo, la Santa Sede. Estos no son bebés de pecho y Moretti no es una maestra de jardín de infantes.

No es que siempre deba haber conflicto necesariamente entre las partes, a priori antagónicas (ciencia y fe), como sí se le presenta en una primera instancia al espectador; pero en Habemus Papael cineasta impone su mensaje a la ligera en ejemplos claros: la escena de la canción "Todo Cambia", de Mercedes Sosa quizás sea este un anticipado y contundente adiós al fin de la era Berlusconi, y en el intento de rescate al Papa por parte de los cardenales en un teatro capitalino: escenas poco creíbles, remiendos en el argumento, escogidos por Moretti.

Por otro lado está Melville, interpretado por Michel Piccoli, el salvador del film. Su actuación es lo mejor de Habemus Papa, y por lejos. Un fuera de clase elegido en su momento por Luis Buñuel en Belle de Jour (1966) y en El discreto encanto de la burguesía (1972); por Alfred Hitchcock en Topaz (1969); y por Jean-Luc Godard en Le Mépris (1964). Su nombramiento como Papa se impone a Melville, un hombre que siempre deseó ser actor de teatro y recitar a Chéjov en el escenario. No más que eso.

El progreso del conflicto interno de Melville, su resistencia ante su nuevo destino según las reglas de la institución a la que dedicó gran parte de su vida, es lo más gratificante del film junto con la ambientación del Vaticano de Moretti, la fotografía de Alessandro Pesci y el vestuario de Lina Taviani. La última escena de Habemus Papa es bella, estoica y más que correcta; lástima que los remiendos en la trama se pueden ver hasta en las butacas del cine, mientras caen los créditos finales. En Habemus Papa non habemus al mejor Nanni Moretti.

Dirección: Nanni Moretti.
Guion: Nanni Moretti, Francesco Piccolo y Federica Pontremoli.
Fotografía: Alessandro Pesci.
Música: Franco Piersanti.
Reparto: Michel Piccoli, Nanni Moretti, Jerzy Stuhr, Renato Scarpa, Franco Graziosi, Camillo Milli.
Duración: 102 min.