miércoles, 29 de julio de 2009

Vidas uruguayas



Ride on (?)


Obligada la referencia a la canción de Joaquín Sabina "La del pirata cojo" (Física y química, 1992), y a una vieja charla con el gato Duroc, quien una noche ronroneó:
"Si pudiera elegir, y sí, sería gato en Montmartre, al menos del cementerio, menos congestionado que los de Montparnasse y
Père Lachaise; o por qué no gato en Las Toscas o en las pescaderías próximas al Club Náutico". Así que, referencias mediante, comparto algunas vidas montevideanas interesantes que me gustaría (o hubiese gustado) vivir:

Vendechurros en el Olímpico
Especulador del mundo hípico
Detective "de novedad"
Jardinero en el Rosedal

Salvavidas en Rocha
Boletero en el Fossa
Tira piedra en Las Piedras
Bichicome en Las Heras

Mascota en la final del Mundial del treinta
Fotógrafo de la final del Mundial del cincuenta

Manager en las giras de Felisberto
Creador del relato "El arenero y el desierto"
Tabernero en el "San Lorenzo"
Encuestador en Flores del último censo

Ajedrecista en 18 y Convención
Perseguido por evasión
Librero en Tristán Narvaja
Afilador de navajas
Basquetbolista en la B...

Maestro de preescolares en la Experimental
Albañil y carpintero monumental
Canillita en la vieja Ciudad Vieja
Abrir un quiosco y llamarlo "Nueva Lieja"
Pianista del Sodre
Dormilón en mi sobre (?)

Pintor del "Gusano Loco"
Guionista de cuatro cortos sobre "Balada para un Loco"
Trompetista enajenado
Bebedor entrenado

Billarista en el Palacio Salvo
Cafetero en una sala de parto
Escritor en mi cuarto.




M. Dávalos en colaboración con R. Duroc.







lunes, 20 de julio de 2009

“Los adioses”, de Juan Carlos Onetti. (1954). (Sur).





“Mi literatura es una literatura de bondad.

El que no lo ve es un burro”.

J.C. Onetti, entrevista con María Esther Gilio.




Hay una distancia que separa dos mundos: el del almacén y el del hotel, en la sierra. Dos puntos que unen la recta. En la sierra, cuesta arriba, hay un hotel con enfermos sentenciados, mientras abajo, en el almacén, caverna del pueblo, dominan los sanos, especuladores, rastrillos de la mirada. La voz narrativa de esta breve novela es la de uno de estos, el dueño del almacén.


El narrador, observador, inquisidor, luego de perder su indiferencia, comienza a sentir lástima sobre uno de estos enfermos, un ex basquetbolista taciturno, en notoria decadencia física, con unas manos llamativas que detonan (de una vez y para siempre) la atención del relator. Este enfermo parece sentirse ajeno a su realidad, a encerrarse en el sanatorio en busca de una posible salida. En cambio el narrador es displicente, de inmediato se encuentra en otro plano, sabe que las historias vienen a él, se posan sobre su mostrador, colocan sus labios sobre sus vasos, pero ésta en particular comienza a obsesionarlo y el detonante quizá son los cambios bruscos de modismos que ve en este enfermo. Comienza a desconocer, a sospechar, a sufrir por su propia mirada, su propia miseria. Comienza a sospechar de todo y, al notar la presencia de una serie de cartas y luego de dos mujeres (la de aire de matrona, ancha, de gafas oscuras junto a un botija de cabeza rapada, y la otra, de menor edad, inocente e intocable) que aparecen en la vida del enfermo, la incredulidad lo abruma. Le duele cuando el enfermo baja a esperar al tren, su pose acompañada con su mejor traje y sombrero, y verlo irse junto a la joven visitante, juntos hacia la sierra, a ese otro mundo, inalcanzable para él.


Cada una de estas dos mujeres es tan distinta de la otra como lo es el almacén de la retirada sierra, como lo son los sobres que envían: los de “letra de mujer, azul, ancha, redonda, con la mayúscula semejante a un signo musical, las zetas gemelas como números tres”, y los otros, color madera (“casi siempre con un marcado doblez en la mitad, escritos con una máquina vieja de tipos sucios y desnivelados").


Hay personajes que deambulan en ese almacén de piso de tierra: el enfermero, la mucama, el doctor Gunz, Andrade, permiten a la trama moverse en esa interpretación desleal, tiznada por una inconsciente envidia. Tocan de oído, entienden poco. Asimismo, la culpa se reparte en otros personajes menores, quizá hasta en los sosegados movimientos del botija que escolta a la mujer de gafas oscuras.

Como en el conjunto de su obra, Onetti maniobra, pero no tanto a sus personajes, ya que estos no sufren de excesivos manoseos, sino que el compromiso se encuentra en los movimientos y en la quietud; ahí, en esa estridencia que radica en el silencio de estos como en los espacios donde se ven atrapados. El gran acierto del escritor uruguayo en esta novela es confiar en su voz narrativa que deviene sugestiva al lector, que debe ver más allá de las confidencias del almacén y meterse en la sierra (el hotel, la casa de las portuguesas), en lo que poco se describe, que en gran parte se desconoce. Hasta ahí no llega el narrador y de cierta manera lo vuelve un entrometido más.

Los adioses es una historia de amor. Asimismo, es un particular obsequio de Onetti a uno de sus amores, Idea Vilariño. Se ha dicho por ahí que fue “lo que le salió” en el momento. Según como se desarrolla la narración, es baladí para el lector buscar ciegamente a la poetisa en estas páginas. Pero parece que en varios párrafos se vislumbra y de manera más que aceptable, en pasos, manos tomadas y separadas. Luego, el resto: la lucha de la literatura, que se desarrolla entre la muerte y la vida; y el adiós final, concebido en esa última mirada (que de inocente frescura deviene tempestuosa conciencia) de la joven frente a lo ineludible, para convertirse de inmediato en un esclarecimiento, crudo, fiel, para jamás olvidar.




M. Dávalos.-




Juan Carlos Onetti (1909 – 1994) Otras obras: El pozo (Novela - 1939), Tierra de nadie (Novela - 1941), Para esta noche (Novela - 1943), La vida breve (Novela - 1950), Para una tumba sin nombre (Novela - 1959), El astillero (Novela – 1961), Juntacadáveres (Novela – 1964), Dejemos hablar al viento (Novela - 1979), Cuentos completos (1994).




Artículo publicado en la página web tributo al escritor www.onetti.net

http://onetti.net/es/descripciones/davalos







viernes, 3 de julio de 2009

A 40 años de la muerte de Brian Jones



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Acá se lo recordará con algunas fotografías. Hacerlo con música, creímos, sería demasiado baladí. Hacerlo con palabras, un crímen.


El músico en su elemento


Con Jimi Hendrix


John Lennon leyendo sobre su muerte


Junto a Keith, un alto en la gira tomando margaritas



Lewis Brian Hopkin Jones (1942-1969).